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miércoles, 27 de junio de 2018


DE TOMELLOSO A ALBACETE, ALREDEDORES DEL RÍO MUNDO Y LAS LAGUNAS DE RUIDERA (y III)
Moisés Cayetano Rosado
Lagunas de Ruidera

Conozco el Parque Natural de los Lagos de Plitvice, en Croacia. Una auténtica maravilla, aunque tan llena de turistas que agobia y atosiga. Pero aquí tenemos la suerte de contar con las Lagunas de Ruidera que, en años de lluvia como el actual, no le tiene envidia.
Las lagunas son como enormes charcas, acotadas por barreras de carbonato cálcico formadas a lo largo de milenios, que cortan el curso del río cuando no hay mucha cantidad de agua. Al llover abundantemente, el agua se trasvasa de una a otra, formando pequeñas cascadas, que en algunos casos, por hundimientos del terreno, adquieren una espectacular verticalidad: es el caso de lo que se llama “Mirador del Hundimiento”, donde nuevamente el verdor y el brillo del agua que se despeña nos invitan a una gozosa contemplación.
Las lagunas son en total 16 remansos, que invitan a la caminata, e incluso al baño (que en algunas no está aún prohibido, pero que en el fondo contribuye a contaminar el río, con nuestros afeites y… desechos), y siempre a la contemplación.
Al final de ellas, el Embalse de Peñarroya, ya en la provincia de Ciudad Real, nos despide de estos espacios naturales, que la hidrografía, combinada con la orografía y el sustrato calcáreo, contribuyen a ofrecer un oasis de verdor en medio del páramo.
Y vigilando este embalse, el castillo de Peñarroya se alza, entre ruinas y reconstrucciones. Arrebatado a los musulmanes en 1198, formó parte de la Orden Militar de San Juan desde principios del siglo XIII. Allí, según la tradición, un pastor encontró escondida en los muros del castillo una imagen de una virgen, a raíz de la conquista cristiana. Esa imagen, la Virgen de Peñarroya, es objeto de gran devoción y origen de dos romerías anuales en su honor.
Nosotros, con la vista cautivada por el contraste de paisajes, poblaciones, senderos y construcciones, nos encaminamos hacia Ciudad Real. Ciudad de no muchos atractivos, si bien su Plaza Mayor tiene el encanto de la variada oferta de restaurantes y bares de tapas, heladerías y soportales, recuadrando el espacio central, desde donde “leemos” el enigma de su diversidad urbanística, un poco misteriosa en su “caprichosidad”. ¡Pero vaya con el pisto manchego, con las migas contundentes, los duelos y quebrantos (¡de estómago en ardores!) y otros revueltos de huevos, chorizos, asadillos, tocinos, jamón frito, picatostes, sofritos…, que regamos con Valdepeñas y suavizamos con helado de queso, miel de tomillo y gelatina de vino, aparte de otros helados más de tipo tradicional (chocolate, pistacho, avellana, mango, limón…), que algunos/as -¡y no quiero señalar!- toman en proporciones que causan asombro.
¡Ufff! Cualquiera echa una carrera ahora para completar el “viaje ambiental” tan detalladamente programado. Autobús de regreso por el vitivinícola paisaje manchego, que en las Vegas del Guadiana obra el milagro de los cultivos hortifrutícolas y de arroz -agua y verdor de nuevo-, conseguido por los embalses de la Siberia extremeña, de dehesas de ovejas, pastos y encinares.

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