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jueves, 26 de julio de 2018


VIAJE A BULGARIA Y MACEDONIA (y II)
PARADA Y FONDA EN MACEDONIA, CON VUELTA A SOFÍA.
Moisés Cayetano Rosado
Entramos por el este en Macedonia, con un control de frontera detenido, camino del centro de la República. Allí nos espera el sitio arqueológico de Stobi, cuyo desarrollo histórico comenzó entre los siglos VII y VI a.C., esplendoroso bajo el emperador Augusto, durando hasta el s. VI d.C. Conserva las ruinas de toda su monumentalidad urbana, sobresaliendo en la actualidad su extraordinario legado de mosaicos en basílicas, templos, palacios, baños y casas señoriales.
De allí, hacia el suroeste, es recomendable hacer noche en Bitola, bulliciosa ciudad macedonia que mezcla el legado bizantino con el turco, lo ortodoxo con lo islámico, en sus templos y mezquitas, en su bazar y su zoco, en sus paseos multicolores, siempre concurridos. En sus comidas deliciosas -como todas las de este espacio balcánico- donde reinan frutas y verduras, quesos y yogoures, carne de cerdo (estupendo codillo al horno) y vino blanco (buenísimo el Alexandria).
Ahora, de nuevo, hacia el oeste, rozando la frontera con Albania, de la que nos separa el Lago de Ohrid, el centro turístico por excelencia del país. Un paseo en barca por sus aguas limpísimas, transparentes, de gran verdor y arboleda crecida en sus orillas, nos ofrece vistas inolvidables: parece que estuviéramos contemplando paisajes impresionistas, que Manet, Monet, Renoir… hubieran diseñado el entorno. Y de nuevo iglesias, monasterios, con paredes pintadas de escenas bíblicas con tanta precisión y colorido como las de las grandes iglesias y catedrales ortodoxas.
Es un placer ver en nacimiento del lago, el agua que brota de la tierra, monte abajo; recrearnos en uno de sus múltiples restaurantes. Refrescarnos con sus ensaladas, sus vinos, sus sandías enormes y tan dulces. Y luego, llegarnos hasta la ciudad del mismo nombre, Ohrid, de un patrimonio monumental espectacular: iglesias de San Pantaleimon, San Ioan Kaneo, Santa Sofía…, de inigualables frescos e iconos; fortaleza de Samuil; monumentos como el de San Clemente de Ohrid, discípulo de Cirilo y Metodio, que perfeccionó el alfabeto cirílico. Contemplar el lago, la línea divisoria con Albania, laderas de arbolados y casas, el largo y bien cuidado paseo del lago, tan frecuentado por andarines y deportistas cotidianos.
De sur a norte, recorremos Macedonia por el oeste para llegarnos hasta Tetovo, viendo desde la carretera la majestuosidad de sus montañas, lo pintoresco de sus pueblecitos donde destacan los alminares de sus múltiples mezquitas. Allí hay que detenerse en una de éstas: la mezquita pintada, edificación cuadrada, cubierta con tejado a cuatro aguas, con alminar estilizado; pintada por dentro y por fuera, sus dibujos geométricos parecen alfombras y kilims, armoniosamente dispuestos de forma regular en las paredes y techo, donde la hermosa caligrafía árabe se manifiesta en toda su grandeza.
El paisaje continúa con su conjugación de montañas, verdor, pueblos encantadores y ríos de corriente apresurada -que tiene su culminación en el Cañón Matka, de rocas plegadas, retorcidas, de buzamientos verticales- hasta dejarnos en Skopje, la capital del país, otra sorpresa más para los sentidos.
Su catedral ortodoxa, comenzada a construir en 1972 y consagrada en 1990, está dedicada a San Clemente de Ohrid y reinterpreta el sistema de cúpulas bizantinas, llevando a su interior también el neobizantinismo pictórico, aquí ciñéndose a los cánones medievales, logrando escenas bíblicas de manifiesto expresionismo.
El centro de Skopje parece un museo al aire libre de estatuas en bronce de todos los tamaños, sobresaliendo las gigantescas de Filipo II y Alejandro Magno, cuya iluminación nocturna resalta su potencia. Dos de sus puentes peatonales también están adornados en sus pretiles por numerosas estatuas de reyes, santos (uno) y artistas (otro), que se prolongan en sus paseos laterales. En Skopje nació la Madre Teresa de Calcuta, y la rememoración de la monja católica está presente por toda la ciudad, y sobre todo en el Museo construido en su honor, que merece una visita, como también su Museo de la ciudad, donde se recuerda el terremoto que en 1963 destruyó entre el 70 y el 75% de la misma, matando a más de 1.000 personas, ocasionando más de 3.000 heridos y dejando entre 120.000 y 200.000 personas sin hogar, siguiendo en la actualidad la reconstrucción.
Volveremos de ahí nuevamente a Bulgaria, llegando otra vez hasta Sofía, distante 243 kilómetros. Y en Sofía ¡hay que visitar tantas cosas! Sobre todo, la Catedral neobizantina de Alejandro Nevski, posiblemente la mejor representación de la construcción ortodoxa del mundo, por su monumentalidad, su complejidad constructiva, sus hermosos frescos, sus cúpulas doradas (con oro de 24 kilates) y su magnífica colección de iconos, una de las mayores y mejores del mundo. Muy cerca de ella, la Iglesia rusa de San Nicolás, con llamativas torres de cúpula bulbosa revestidas de oro, inspiradas en las iglesias moscovitas del siglo XVII, revestimientos exteriores de azulejos multicolores y sus hermosos murales interiores. Y de nuevo, mezquitas, y también iglesias católicas, y sinagogas, en una conjunción tolerante de religiones.
Esta ciudad, a diferencia de las macedónicas, está llena de turistas españoles. Y en el restaurante de la despedida oímos nuestro idioma por todas las estancias, mientras saboreamos su afrutado vino, sus ensaladas y arroz blanco acompañado de un inolvidable guisado de ternera. Desde el aire, el verdor y las montañas nos despiden e invitan a la vuelta a estos territorios llenos de magnífico patrimonio natural, cultural, artístico y humano, de simpatía aleccionadora para todos.

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