SICILIA: LA PRESENCIA DEL ETNA Y EL
REPASO A LA HISTORIA Y EL ARTE MEDITERRÁNEO
Moisés Cayetano Rosado
Vas a Sicilia y lo primero que se te
hace presente, omnipresente, es el volcán Etna, que parece como si estuviese
constantemente fumando una gran pipa inacabable.
Desde el avión crees que es una nube
blanca que se alza al cielo, pero es el desahogo eterno del volcán, que a veces
se enfurece y es un dragón de fuego.
Ya estamos en Catania, donde sorprende
el barroquismo de su Catedral, de su Universidad, de sus grandes palacios,
magníficos restos del anfiteatro romano… y el popular mercado en que las voces
atronadoras de los pescaderos envuelven la belleza multicolor de peces y
mariscos.
Solo los hombres venden; solo los
hombres compran. Y es que dicen que “las mujeres se llevan lo superfluo” y
“malgastan”. ¡Ese machismo mediterráneo del que aún se hace gala…!
Otro día, desde ese extremo centro
oriental de la Isla, nos internamos hacia el noroeste hacia el Etna. Viaje por
curvas y subida en autobús, al que reemplaza a continuación el teleférico y más
arriba potentes vehículos 4x4, que desafían las pendientes y las curvas más
curvadas que uno pueda coleccionar.
Y allí, el volcán, que son los volcanes,
porque los cráteres del Etna son múltiples, y los picos y simas se suceden a un
lado y otro de la elevación principal de 3.342 metros, entre la negrura de las
leves piedras quemadas, muchas calientes y humeantes cuando abres un pequeño
agujero en el suelo con las manos.
Bajando la falda del conjunto volcánico,
nos acercamos hacia el este, un poco más al norte, a Taormina. Nueva belleza de
paisaje hacia el interior y hacia el mar, que culmina con el portentoso teatro
Greco-Romano de la población, desde cuyo graderío se nos ofrece la costa
recortada, el mar inmenso, el verdor añorado más atrás en las quemadas
tierras-piedras del Etna.
Así, desde las entrañas de la tierra
hemos pasado a las entrañas de nuestra civilización mediterránea, en un día de
contrastes y belleza, que habremos de completar con una buena “reposición” a
base de pescados y mariscos de la zona, generosa en ellos.
Una asombrosa jornada nos esperará otro
día, con la visita a la Villa Romana del Casale, ya casi al centro de la Isla.
Los corrimientos de tierra preservaron del expolio y la ruina lo que es la más
asombrosa colección de mosaicos romanos del mundo, donde la “mundanidad”
representada en las escenas de la vida cotidiana se abrillanta con la habilidad
artística de figuras, combinaciones de colores, movimiento y viveza que nos
atestiguan el “buen vivir” de los poderosos… como siempre.
Merece subir al norte, una vez más a la
costa, y visitar la deliciosa Cefalú, antigua plaza cartaginesa, de catedral
normanda y mosaicos bizantinos, donde la figura de “Cristo Pantocrátor” (que se
repetirá con igual mérito en otras iglesias y catedrales sicilianas) es una de
las más impactantes que nos sea dado contemplar.
Y ya, a Palermo, la capital. ¡Qué decir
de sus palacios (fuera de lo común el de los Normandos, con su Capilla
Palatina, de gran derroche de mosaicos bizantinos. a cuya entrada se recuerda
el destino de receptores de refugiados e inmigrantes, tan rechazados por las
autoridades y apoyados tantas veces por una población que sabe bien de los
sufrimientos de las partidas forzadas, porque la historia se las hizo vivir
bastantes veces!
Resulta necesario acercarse a Monreale:
¡qué Pantocrátor, con sus dorados y azules increíbles!, en su Catedral
árabe-normanda. Seguramente en mosaicos bizantinos no tenga rival.
Y de nuevo en Palermo, sus calles, sus
palacios, sus iglesias, sus curiosos teatros de marionetas (Ópera dei Pupi), de
extraordinario colorido, maestría en la ejecución de los movimientos hábilmente
llevados entre bambalinas, historias de caballeros, damas y dragones, con sabor
medieval, revivido en estos tiempos. A
pesar de nuestra “alta tecnología”, siguen subyugándonos con su
ingenuidad y gracia.
De Palermo a Segesta, nos lleva el
aliciente de contemplar su magnífico Templo Dórico, cuya singularidad lo hace
más majestuoso. Enseguida en Érice y Trápani, ya en el extremo noroccidental de
Sicilia, nos cautivará su caserío, su preservado urbanismo medieval, sus vistas
al mar, su sosiego vital, que iremos contemplando en pueblos y pequeñas
ciudades costeras y del interior.
Llegaremos, en el suroeste, a Agrigento,
donde nos espera el admirable “Valle de los Templos”. Una especie de “torres
vigías” rodeando a la populosa y desaparecida ciudad griega, de las que se
preservan como una docena de restos significativos, entre los que destacan el
Templo de Júpiter Olímpico y el Templo de la Concordia. ¡Cuesta un poco dejar
atrás este conjunto armonioso de templos dóricos, uno de los cuales serviría a
la UNESCO como símbolo de las ciudades, sitios y conjuntos declarados
“Patrimonio de la Humanidad”!
Carretera adelante, un testimonio
sobrecogedor de las miserias de las guerras: varios bunkers de la Segunda
Guerra Mundial, testimoniando la desgracia de unos tiempos que esperemos no se
vuelvan a repetir, siendo estas moles “aviso a navegantes”.
Continuamos nuestra visita “circular”,
siguiendo al sureste, hacia Ragusa: ciudad barroca por excelencia, todo
iglesias y palacios alternándose, como rivalizando en presencia y porte
ostentoso, ornamental hasta la saciedad en fachadas, puertas, balconadas…
Un poco más adelante, la ciudad de Noto. Otra vez una catedral digna de admiración, donde encontramos testimonios desgarradores de lo que es la emigración a la desesperada en barcazas sin consistencia de miles de refugiados y emigrantes que huyen del horror, desde el norte de África. Aquí, con los maderos y otros restos de las embarcaciones, los artistas han levantado esculturas que sobrecogen, como una cruz formada por restos de uno de los múltiples naufragios.
Y finalmente, torciendo ligeramente al
noreste, Siracusa, un mundo de sorpresas, tesoros y belleza. Su Catedral, en el
barrio portuario de Ortigia, aprovecha en sus muros -empotradas- magníficas
columnas de un anterior templo dórico (¡siempre el dórico en Sicilia!).
Su Museo Arqueológico es una tentación:
se pasaría uno en él horas y horas, ante las espléndidas colecciones que
comienzan con restos fósiles y estudios geomorfológicos, y va recorriendo la
prehistoria, la historia antigua y medieval de la isla, clasificando los hallazgos
por yacimientos, de cada uno de los cuales se nos muestra su estratigrafía
civilizatoria de manera pormenorizada.
¿Para cuánto da Sicilia? ¿Una semana?
¿Dos? ¿Un mes? ¡Más siempre, porque su admirable legado físico, geológico,
arqueológico, arquitectónico, urbano, artístico en general, gastronómico no
tiene rival! ¡Y encima, la “guinda” incomparable del volcán!
No hay comentarios:
Publicar un comentario