LA BOLSA O LA VIDA
Por Moisés
Cayetano Rosado
Desde siempre me han fascinado los
“movimientos” de la Bolsa. Ese subir y bajar de los valores que llevó a unos a
la ruina y el suicidio en la “Crisis de 1929”, en tanto otros se enriquecían
hasta lo inimaginable. La Bolsa nunca deja de crear nuevos ricos y otros tantos
empobrecidos, entre los inversores.
Se dice “jugar a la Bolsa”, como los niños
dicen “jugar a las canicas”. Así, como el que no quiere la cosa, como el que se
toma un refresco y disfruta con el sabor de sus azúcares, o se tiene que
aguantar con lo aguado de una toma mal servida.
Ahora, en esta crisis bestial, indecente,
depredadora y ruin de los años que nos toca vivir en el comienzo del siglo XXI,
la Bolsa sube y baja cada día, tal cual si fuese un funambulista dispuesto a
cualquier estratagema.
Un banco que ha quebrado, engañado, abusado
hasta los límites de lo indecible, levanta de pronto la cabeza y se dispara en
la Bolsa hasta triple y más de su valor en un par de días, o baja luego a la mitad
en unas horas. Los especuladores bailan alrededor de sus ordenadores y
teléfonos, y cambian miles de millones de dólares, de euros como uno de
nosotros lo hace de canal con el mando a distancia del televisor.
Todo es puro “aire”, negocios en el aire que se
estrellan o suben a las estrellas, llenando de billetes al que sabe nadar en
medio de los terribles tiburones, siendo aún más tiburón que todos los demás. Y
hunde al que no ha sabido estar en el lugar oportuno en el momento que se hacía
oportuno.
¿Qué se crea y destruye? Todo y nada. Negocio
de bienes de cambio y no de uso, que diría Karl Marx, al que hemos ido
olvidando o anatemizando en los tiempos de la abundancia y de la holganza.
En tanto, millones, cientos de millones de
personas que luchan y trabajan cada día (si les dejan), sufren las
consecuencias de las debacles que unos “jugadores” siembran con sus cartas
trucadas: urbanizaciones ilegítimas en
las costas de los países más turísticos, las ciudades más deseadas, las zonas
vírgenes de alto valor ecológico profanadas -¡oh, la burbuja inmobiliaria!-; la
explotación en el empleo tercermundista y no tan en la lejanía; los robos “de
cuello blanco”, la corrupción, las crecientes corruptelas, la brutal
especulación. Y, por si fuera poco, el consumismo más discriminador, fútil,
depredador, frívolo, derrochador, innecesario…, cegando ojos, conciencias y
valores.
Ante el grito bandolero de “la bolsa o la
vida”, los manejadores de los hilos sociales han elegido “la Bolsa”. ¿Nos
dejarán a los ciudadanos decentes elegir conscientemente “la Vida”?
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