LA GRANDEZA DE LA SENCILLEZ ROMÁNICA
Moisés Cayetano Rosado
Estoy revisando las fotos que hice estos
días en los Museos Nacional de Arte de
Cataluña en Barcelona y Episcopal de
Vic, donde se muestran colecciones del románico consideradas de las más
importantes del mundo.
Nada como el románico, como la pintura y
talla románicas, complemento de una arquitectura primorosa en su mágica
simplicidad.
En los Pirineos tiene una espectacular
representación, destacando San Clemente
del Taull, con su airoso, soberbio campanario, armonioso en vanos y
molduras, que se repiten en sus ábside y absidiolos, también coronados por
arquillos lombardos, formando una especie de corona invertida. De esas
iglesitas de montaña proceden la mayoría de los tesoros que podemos contemplar
en Barcelona y Vic.
Y entre la abrumadora colección del
Museo Nacional de Cataluña, quiero llamar la atención sobre una sencilla y a la vez sublime representación
del Pantócrator. Sostiene en su mano izquierda
en alto una tablilla donde indica que es "la luz del mundo", en tanto
bendice con la derecha (con dos dedos levantados), como suele ser común en su
representación.
Sentado en su trono, con
nimbo crucífero y rodeado de la mandorla mística -sobre fondo negro-, lleva un
ropaje bien plegado, resaltando el rojo del manto sobre el negro de la túnica.
En las esquinas, el Tetramorfos, representando simbólicamente a los cuatro
evangelistas, azulgrisáceos y de alas blancas sobre fondo rojo, en consonancia
con el manto.
¡Qué serenidad en el rostro
y qué fuerza en la mirada! ¡Qué majestad
en la rígida frontalidad imperturbable! Espectacular, dentro de lo frugal y
lineal. ¡No se puede pedir más, pese a su esquematismo, a esta tabla del taller de la Seu d'Urgell, de alrededor del año 1200,
realizada en temple, relieves de estuco y restos de hoja metálica curtido sobre
madera!
Por lo que al Museo
Episcopal de Vic se refiere, muestro mi admiración por el amplio tesoro que
contiene y que, como el anterior, destaca por sus colecciones del románico
catalán pirenaico. Escojo como muestra tres ejemplares de Virgen con el Niño,
que llaman la atención entre las múltiples representaciones pictóricas y
escultóricas de la amplia sala donde se muestran.
Tronos de Dios (Theotokos), sedentes nuevas Evas salvadoras,
coronadas, llevan en su regazo al Niño, pero no interactúan. Muestran estas tallas de bulto redondo, en madera, ya una sonrisa que las aleja
del primer románico -rígido, hierático, profundamente ensimismado-. Hay aquí un
guiño de complicidad con el mundo al que presentan el mensaje de salvación,
llevando en su mano derecha la manzana que fuera del pecado y ahora será de liberación
por la intercesión del Hijo, que con su mano derecha bendice (dos dedos en lo
alto) y con la izquierda sostiene igualmente el fruto del pecado/redención.
Hay ya carnosidad en los
rostros, movimiento en los pliegues de los mantos y velos, coloraciones
variadas, modelaje, presagiando la desenvoltura del gótico que enseguida
vendrá.
¡Tiernos mensajes en esas iglesitas de los Pirineos, para las almas
sencillas, crédulas, necesitadas siempre de un Salvador, de una Mensajera
salvadora, de una Luz del Mundo y una Nueva Manzana que brillen sobre la
oscuridad de su presente, iluminándolos hacia un futuro que les libere de las
tinieblas de sus vidas!
¡Qué eficazmente penetró el
mensaje! Y cómo, de paso, sin pretenderlo, nos dejaron estos tesoros que ahora
podemos contemplar con tanta admiración.
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