DE PABLO
GUERRERO A UNA NOITE DE FADOS
Moisés Cayetano
Rosado
En
aquellos primeros años setenta en que daban los últimos
coletazos diversos regímenes dictatoriales de un lado y otro del Atlántico, en
que se celebraban algunas victorias nacionales de la democracia o se luchaba
peligrosamente por conseguirla, se
impuso con fuerza la canción-protesta, la canción comprometida, militante; los cantos
de intervenção de nuestros vecinos portugueses, tan ligados a los
cantautores españoles.
Y es que, como
decía Mercedes Sosa con su voz poderosa y envolvente: Que ha de ser de la vida si el
que canta/ no levanta su voz en las tribunas/ por el que sufre, por el que no
hay/ ninguna razón que lo condene a andar sin manta (https://www.youtube.com/watch?v=xm9sIAW39o0).
Y allí estaba la esperanza, tan emblemática en
los versos cantados por Pablo Guerrero: Tiene que llover, tiene que llover/ a
cántaros (https://www.youtube.com/watch?v=J1mwXNDgGLc).
El
año 1975, tras la derrota de la dictadura en Portugal y la
acentuación del proceso revolucionario, y con la enfermedad terminal y muerte
de Franco en España, se “vive la fiesta”
de estos jóvenes cantantes llenos de vitalidad, llenando, junto a poetas que renuevan la
“poesía social”, facultades universitarias, salones de actos, plazas de pueblos
y de barrios. Luego, aquello pasó y,
junto a la caída de las utopías, fueron
sus protagonistas relegados al olvido.
Por eso, emociona
que ahora haya algunas instituciones que “desempolven” los viejos momentos
y nos traigan a la actualidad lo que fue hace casi medio siglo una explosión de
ilusiones, que permanecen en el subconsciente todavía. Este es el caso de la Fundación Caja Badajoz, que en la lluviosa
tarde-noche del 25 de noviembre nos
acercó en la Residencia Universitaria Caja Badajoz los versos y la voz de Pablo Guerrero, el cantautor
de Esparragosa de la Serena, uno de los más admirados de aquella generación realmente
inolvidable.
Pablo
Guerrero, poeta, cantante, volvió a recitar sus hermosos poemas,
ante un entregado y amplio público (jóvenes y mayores), con esa dicción
profunda y serena, con ese decir suave y armonioso que siempre le ha
acompañado, incluso en los momentos de peligro y de tensión. Ahora, allí, compartiendo también viejas y nuevas
melodías, con una voz en que se van notando los efectos del tiempo que nos
pasa por encima, pero con la vieja ilusión que nunca le abandonó en sus
actuaciones.
Ni qué decir que fue obligado que cantara “A cántaros”, como si cuarenta y cuatro años
no fueran nada. Nada para él, para nosotros, ni para la canción, que parece
eso, que sigue teniendo que llover “a cántaros”.
Y no bien terminó el espectáculo compartido con
este hombre grande de nuestra tierra, como se encargaron de resaltar sus presentadores (Emilio Vázquez,
Presidente de la Fundación Caja Badajoz y Caridad Jiménez, poeta), cuando
nos encaminamos a Campo Maior para una
cita igualmente musical. Música y poesía en los fados de un manojo de artistas
de todas las edades (desde una chica de 12 años hasta varios que rondan los
setenta), conducidos por uno de los
cantores más hondos y melodiosos de ese “otro lado de la Raia/Raya”, António João Gonçalves.
¡Qué curioso! Al tiempo que la canción protesta
y los cantos de intervenção hacían su
gloriosa explosión con la caída de las dictaduras peninsulares, el fado era
marginado, tildado de “colaboracionista” en algunos ambientes muy comprometidos
con la lucha antifascista. Y, sin embargo, ahora, en esta noche lluviosa que casualmente era de 25 de noviembre (fecha en que Portugal -1975- sufrió un proceso de
“reconducción” democrática, cortando la fase revolucionaria del verão quente), el fado se encumbraba
en una fiesta de amplísima acogida popular, organizada por el Partido Comunista
de Campo Maior (en salón cedido por CURPI: Comissão Unitária de Reformados, Pensionistas e Idoso) para recabar fondos con que rehabilitar su Centro de Trabajo
local.
Compartiendo fados y ceia, españoles y portugueses |
Acompañados de paõ e vino, de linguiça, farinheira, caldo verde… (ceia en portugués; tentempié en español), transcurrió una
velada inolvidable,
que se daba la mano con el acto anterior, a esa mínima distancia de quince kilómetros
que separa Badajoz de Campo Maior, y a esa menor separación de un canto enraizado
en las entrañas populares en uno y otro caso, pues al grito de libertad de los cantautores se une el nostálgico del pueblo
que da cuenta de las amarras de la nostalgia, de la desasistencia y de la soledad.