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lunes, 17 de abril de 2017

De Madrid a Collioure, con parada y fonda en Barcelona (I) 

RECALAR EN MADRID
Aunque nuestro destino era fundamentalmente Barcelona, decidimos estirarlo como si fuera un chicle, a un lado y otro y por el medio. Se trata de pasar unos días recorriendo la Península desde Badajoz hasta la frontera pirenaica oriental, degustando especialmente la ciudad condal y con un ligero internamiento en la Francia mediterránea, donde el recuerdo trágico de los exiliados republicanos españoles sigue presente en medio de la belleza del paisaje.
Estudiadas las diversas opciones, la mejor nos resultó coger el coche propio y dirigirnos a Madrid, reservando aparcamiento al lado de la Estación de ferrocarril de Atocha. Una vez llegados, visitamos el exuberante jardín tropical de la estación, en el antiguo edificio de viajeros, de hierro y cristal, donde se atesoran en sus 4.000 metros cuadrados 7.200 plantas de 260 especies, aparte de multitud de tortugas y peces de colores.
Al frente mismo nos queda el antiguo Palacio de Fomento, actual Ministerio de Agricultura, imponente edificio terminado en 1897, de factura neo-renacentista, uno de los más emblemáticos de la ciudad. A continuación, la Cuesta de Moyano, con sus librerías de viejos, algunas ya cerradas, en decadencia, pero con joyas bibliográficas envidiables todavía.
Un poco más arriba el Parque del Retiro, repleto como siempre, y donde era de rigor fotografiarse bajo el Ángel Caído, de Ricardo Bellver (1885), uno de los poquísimos monumentos de este tipo en el mundo, y el más significativo.
Ya en el Retiro -magnífico parque iniciado a principios del siglo XVII y abierto al público desde 1767 (hace ahora 250 años) y donde se come a placer entre su arboleda acogedora-, se hace casi preceptivo remar en una barca por el lago, tras pasar por el Palacio de Cristal. Siempre al principio parece difícil para el no iniciado “navegar” entre tanto turista despistado, y parece que estuviéramos entre coches chocantes de la feria, pero enseguida se le coge el truco.
Madrid da para mucho, pero disponíamos apenas de unas cuantas horas, por lo que se hizo necesario escoger, decidiéndonos por una ruta prácticamente circular en la zona central de la ciudad: Puerta de Alcalá, Paseo del Prado, fuentes de Cibeles y Neptuno, Carrera de San Jerónimo con su airosa escalinata del Congreso de los Diputados y los leones guardianes que parecen un poco despistados… y enseguida la Puerta del Sol.
Como en este punto cero de España “gobierna” el Corte Inglés y sus múltiples dependencia, y como voy con niños, se hace obligatorio subir y bajar por las escaleras mecánicas buscando ropas, zapatos deportivos, curioseando precios y modelos: ellos me ilustran de lo que apenas sabía, esa enormidad de marcas con sus precios subidos que constituyen el “sello de distinción” de las nuevas generaciones. Luego, calles antiguas, castizas, hasta llegar a la Plaza Mayor, atestada de turistas embobados con los “hombres estatuas” que se ganan la vida inmovilizando figuras legendarias, monstruos y héroes, en medio del calor que ya castiga.
Enseguida, mercado tradicional de San Miguel, en la Calle Mayor, ya casi transformado por completo en tiendas de refrescos para el turismo y bares-restaurantes abarrotados que invaden el antiguo espacio de las carnicerías, fruterías, pescaderías,  ultramarinos de antaño, pero que conserva el colorido y mantiene el bullicio de otros tiempos, recordándome un poco al de La Boquería barcelonesa.
Desembocamos en la Catedral de la Almudena -templo construido entre finales del siglo XIX y finales del XX-, tan enorme y pretenciosa en su neogótico interior y neoclásico de fachada, para seguir en su también neorrománico de la cripta, bosque de columnas y bóvedas de piedras bien talladas, donde aún quedan espacios libres para seguir ganando el cielo en sepulturas de privilegio.
Al lado, el barroco Palacio Real, como siempre, se luce con colas de curiosos que te hacen desistir de colocarte en fila bajo el sol, pero merece curiosear por su gran patio desde la enorme rejería exterior.
Pasan casi sin sentir las siete horas programadas para la capital y es tiempo de regreso a la Estación de Atocha, donde coger el AVE con el ánimo puesto en Barcelona, a donde se llega en poco más de dos horas, sin paradas intermedias esta vez. Casi la mitad de lo que tardamos en coche desde Badajoz a Madrid (400 kilómetros), aunque haya casi 250 kilómetros más. ¡Y no digo si nuestro primer trayecto lo hubiéramos hecho en tren, que hubiéramos tenido que echar también la cena en la talega!

Moisés Cayetano Rosado

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