De Madrid a Collioure, con parada y fonda en Barcelona (I)
RECALAR EN MADRID
Aunque
nuestro destino era fundamentalmente Barcelona, decidimos estirarlo como si
fuera un chicle, a un lado y otro y por el medio. Se trata de pasar unos días recorriendo la Península desde Badajoz
hasta la frontera pirenaica oriental, degustando especialmente la ciudad
condal y con un ligero internamiento en la Francia mediterránea, donde el
recuerdo trágico de los exiliados republicanos españoles sigue presente en
medio de la belleza del paisaje.
Estudiadas
las diversas opciones, la mejor nos resultó coger el coche propio y dirigirnos
a Madrid, reservando aparcamiento al lado de la Estación de ferrocarril de Atocha. Una vez llegados, visitamos el exuberante jardín tropical de la
estación, en el antiguo edificio de viajeros, de hierro y cristal, donde se
atesoran en sus 4.000 metros cuadrados 7.200 plantas de 260 especies, aparte de
multitud de tortugas y peces de colores.
Al
frente mismo nos queda el antiguo Palacio
de Fomento, actual Ministerio de Agricultura, imponente edificio terminado
en 1897, de factura neo-renacentista, uno de los más emblemáticos de la ciudad.
A continuación, la Cuesta de Moyano, con
sus librerías de viejos, algunas ya cerradas, en decadencia, pero con joyas
bibliográficas envidiables todavía.
Un
poco más arriba el Parque del Retiro,
repleto como siempre, y donde era de rigor fotografiarse bajo el Ángel Caído, de Ricardo Bellver (1885),
uno de los poquísimos monumentos de este tipo en el mundo, y el más
significativo.
Ya en
el Retiro -magnífico parque iniciado a principios del siglo XVII y abierto al
público desde 1767 (hace ahora 250 años) y donde se come a placer entre su
arboleda acogedora-, se hace casi preceptivo remar en una barca por el lago, tras pasar por el Palacio de Cristal. Siempre al
principio parece difícil para el no iniciado “navegar” entre tanto turista
despistado, y parece que estuviéramos entre coches chocantes de la feria, pero
enseguida se le coge el truco.
Madrid
da para mucho, pero disponíamos apenas de unas cuantas horas, por lo que se hizo
necesario escoger, decidiéndonos por una ruta prácticamente circular en la zona
central de la ciudad: Puerta de Alcalá,
Paseo del Prado, fuentes de Cibeles y Neptuno, Carrera de San Jerónimo con su
airosa escalinata del Congreso de los Diputados y los leones guardianes que
parecen un poco despistados… y enseguida la Puerta del Sol.
Como
en este punto cero de España “gobierna” el Corte Inglés y sus múltiples
dependencia, y como voy con niños, se hace obligatorio subir y bajar por las
escaleras mecánicas buscando ropas, zapatos deportivos, curioseando precios y
modelos: ellos me ilustran de lo que apenas sabía, esa enormidad de marcas con
sus precios subidos que constituyen el “sello de distinción” de las nuevas
generaciones. Luego, calles antiguas,
castizas, hasta llegar a la Plaza Mayor, atestada de turistas embobados con
los “hombres estatuas” que se ganan la vida inmovilizando figuras legendarias,
monstruos y héroes, en medio del calor que ya castiga.
Enseguida,
mercado tradicional de San Miguel, en
la Calle Mayor, ya casi transformado por completo en tiendas de refrescos para
el turismo y bares-restaurantes abarrotados que invaden el antiguo espacio de
las carnicerías, fruterías, pescaderías, ultramarinos de antaño, pero que conserva el
colorido y mantiene el bullicio de otros tiempos, recordándome un poco al de La
Boquería barcelonesa.
Desembocamos
en la Catedral de la Almudena
-templo construido entre finales del siglo XIX y finales del XX-, tan enorme y
pretenciosa en su neogótico interior y neoclásico de fachada, para seguir en su
también neorrománico de la cripta, bosque de columnas y bóvedas de piedras bien
talladas, donde aún quedan espacios libres para seguir ganando el cielo en
sepulturas de privilegio.
Al
lado, el barroco Palacio Real, como
siempre, se luce con colas de curiosos que te hacen desistir de colocarte en
fila bajo el sol, pero merece curiosear por su gran patio desde la enorme
rejería exterior.
Pasan
casi sin sentir las siete horas programadas para la capital y es tiempo de
regreso a la Estación de Atocha, donde coger
el AVE con el ánimo puesto en Barcelona, a donde se llega en poco más de
dos horas, sin paradas intermedias esta vez. Casi la mitad de lo que tardamos
en coche desde Badajoz a Madrid (400 kilómetros), aunque haya casi 250
kilómetros más. ¡Y no digo si nuestro primer trayecto lo hubiéramos hecho en
tren, que hubiéramos tenido que echar también la cena en la talega!
Moisés Cayetano Rosado
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