DE
REGINA A LLERENA, PASANDO POR MINA LA JAYONA Y LA ERMITA DEL ARA.
Moisés
Cayetano Rosado
Nos ofrece la Fundación Caja Badajoz “conocer
Extremadura”. Y hace muy bien, porque somos
muy dados a admirar valores arqueológicos, naturales, monumentales… de los más
variados rincones del mundo, y dejamos atrás los que tan a mano tenemos en
Extremadura. Por eso, en mayo organizó una excursión a la extraordinaria
Olivenza, atravesando luego en barco el Guadiana para visitar la portentosa
fortificación alentejana de Juromenha; por eso, en septiembre iremos a la
admirable villa de Alburquerque, pasando después a Ouguela, atravesando la
raya/raia por otro paraje histórico; por eso, continuarán después otras
visitas, y por eso, en junio hemos
tomado la ruta Regina-Jayona-Virgen del Ara-Llerena, en una jornada inolvidable.
Cuando te vas
acercando -en el municipio de Casas de Reina- al yacimiento romano de Regina,
se te ofrece en lo alto, a la derecha, la alcazaba
árabe con cerca almohade de Reina, majestuosa, tentadora, que nos reta a
una ruta pedestre para más adelante. Ahora toca recorrer lo que fue una ciudad
romana, donde
admiramos su trama urbana, su admirable sistema de cloacas, y en
especial su teatro, en el extremo noroeste, con diez filas de gradas de piedra
arenisca (de las que se conservan completas las tres primeras) y un cuerpo
escénico de caliza y mármol, recordándonos al de Mérida, aunque en menores
dimensiones y sin jardín posterior. Mucho queda aún por excavar de lo que fuera
una próspera ciudad minera y agroganadera, situada en la ruta
Emérita-Corduba-Hispalis, comunicando los valles medios del Guadiana y del
Guadalquivir, pero lo que se nos ofrece
ya de Regina Turdulorum es verdaderamente espectacular.
De allí, hasta
la Mina La Jayona -en Fuente del
Arco-, vas dejando a la izquierda las llanuras para ir entrando a la derecha en
el monte calcáreo adehesado de estas estribaciones de Sierra Morena, que nos
conduce a la fractura de la Mina. Un
portento de la naturaleza, explotada en su riqueza de hierro de gran calidad desde
comienzos de nuestra Era, y muy intensamente en los veinte primeros años del
siglo XX por una empresa belga que supo explotar a conciencia los riquísimos
filones y… los casi quinientos mineros que a pico, pala y barrenos fueron horadando
niveles superpuestos de túneles, inmensas galerías por sueldos de miseria.
Hoy nos queda de aquello el esplendor de un
paisaje mágico.
Una falla horizontal increíble; unos procesos kársticos que dan lugar a juegos
vistosos de estalactitas; túneles de altura humana en que aún brilla el metal;
oasis fantásticos de verdor -a cielo abierto-, con flora “selvática” de
higueras, sauces, madroños, adelfas, zarzas, madreselva, retama, jara, romero…
tan compacta, de tan intenso verdor, que pareciera que hemos sido transportados
a valles atlánticos; oquedades en que nos sumergimos y parece que estuviéramos
en el inter de un cráter de volcán (me recordó uno de ellos: la profunda boca
del Algar do Carvão, en la Ilha Terciera de las Azores). Los sonidos de aves (águilas,
búhos, cigüeñas, estorninos, zorzales, aviones roqueros, herrerillos, mirlos…)
nos reafirman en este ambiente de selva particular.
Con la magia
de este “viaje al centro de La Tierra”, que hubiera hecho las delicias de Julio
Verne, nos acercamos a otro mundo de sorpresas: la cercana, pequeña ermita mudéjar de la Virgen del
Ara, que se ha dado en llamar “Capilla Sixtina de Extremadura”, bellísima
en su decoración pictórica con escenas del Génesis que cubren paredes y bóveda
de cañón. Al exterior, su galería lateral porticada, con arcos de medio punto
peraltado, y su espadaña de dos cuerpos, son de un equilibrio
horizontal/vertical de magistral armonía.
Armonía que iremos descubriendo de continuo en
el patrimonio monumental de Llerena, ciudad ejemplarmente rehabilitada en su
legado artístico y urbano.
Su Plaza mayor, porticada -antiguo coso taurino, mercado y lugar de variados
festejos-, es de una serenidad y belleza
fuera de lo común. Y en ella destaca la Iglesia de Nuestra Señora de la Granada
-con su fachada barroca, los dos órdenes de arcadas de medio punto y su
portentosa torre gótico mudéjar-, cuyo interior atesora excelente patrimonio
retablístico, escultórico y pictórico, sobresaliente un magnífico Cristo
Crucificado, de Zurbarán.
Conventos, como el de Santa Clara (cuyas monjas tienen “el don del azúcar en
sus pastelillos”); palacios, como el de
los Zapatas; puertas monumentales;
muralla bajomedieval; esa joya que es la Biblioteca Municipal
“Arturo Gazul”, ubicada en la antigua capilla del Convento San Juan de Dios…
¡Cuánto para ver! Y cuánto en su notable
oferta gastronómica, donde lo judío y lo morisco se enriquecen con la
aportación contundente de los “cristianos viejos”, llevando desde suaves sopas
y gazpachos a contundentes cocidos, calderetas y potajes, “aligerados” con
dulces de yema de huevos, miel y almendras.
Todo un reto
para un día bien completo, que nos reafirma en la idea de que Extremadura tiene
mucho que ver y mucho que descubrir. Es cuestión de ponerse manos a la obra.