PASEO POR LAS FORTIFICACIONES DE BADAJOZ
MOISÉS CAYETANO ROSADO
Emplear
unas tres horas en recorrer las fortificaciones de Badajoz es sumergirnos en un
recorrido por la historia, esencialmente desde finales del siglo IX hasta el
siglo XIX, en un espacio de ocho o diez kilómetros entre lo urbano y
periurbano, que nos hará tomar conciencia de lo extraordinario de un patrimonio
monumental de alto valor, pese a las destrucciones y adulteraciones
contemporáneas.
Tomando
como punto de partida la Torre de Espantaperros -soberbia atalaya octogonal
almohade coronada por templete mudéjar-, nos dirigiremos a continuación hacia
la Plaza Alta, de sabor entre medieval y renacentista, para entrar en la
Alcazaba musulmana por la Puerta del Capitel, desde donde accedemos a este
recinto de 80.000 metros cuadrados y 1.250 metros de muralla, levantada
inicialmente en el siglo IX y completada por los almohades desde el XI al XIII.
Espectaculares
son las vistas a las Vegas del Guadiana al este, al Fuerte de San Cristóbal al
norte, a la vecina ciudad de Elvas al oeste y al interior de la misma, con su
Palacio de los Duques de Feria (actual Museo Arqueológico), la Torre de los
Acevedos y la Torre de la Iglesia de Santa María (donde está la actual
Biblioteca de Extremadura), las ruinas de la Iglesia de la Consolación y la
Ermita del Rosario, entre otros elementos patrimoniales, además de sus jardines
y paseos, así los ríos Rivillas y Guadiana a sus pies.
Saldremos
de la Alcazaba por la reconstruida Puerta de Carros, para tomar el Puente de la
Autonomía, que nos lleva al Fuerte de San Cristóbal, fácil de recorrer
exteriormente por sus glacis. Ahí nos damos cuenta del ingenio constructivo del
nuevo sistema abaluartado: ahora no tenemos, como en la Alcazaba, altos
paredones inaccesibles por escalada, sino inclinados terraplenes que impiden
ver el interior, con lo que se obstaculiza el impacto de la artillería en los
lienzos de muralla. Estos lienzos quedan protegidos, en fuego cruzado, por
baluartes, semibaluartes y revellines, siendo en este caso un amplio triángulo
cubriendo la entrada directa desde Campo Maior.
El
Fuerte de San Cristóbal (cuyo interior hubiera merecido la consolidación de las
ruinas de la Casa del Gobernador y los cuerpos de estancias de oficiales,
suboficiales y tropa) ofrece unas vistas hacia el entorno extraordinarias,
cumpliendo su misión de salvaguarda de la ciudad en uno de los punto más
vulnerables: este elevado Cerro de San Cristóbal, que compite con el Cerro de
la Muela al otro lado del río, donde se encuentra la Alcazaba.
Desde
el Fuerte, por lo que fuera el camino cubierto -ahora ocupado por viales y
grupos residenciales-, llegamos al Hornabeque de la cabecera exterior del
Puente de Palmas, único acceso de la época a la ciudad desde Portugal. Estamos
ante otro elemento defensivo, que al igual que el anterior se construiría a
comienzos de la Guerra de Restauração portuguesa (1640-1668), constituyendo el
conjunto fortificado artillado más sólido de la fortificación, invulnerable, al
tiempo que de excelente construcción, complejidad y belleza.
El
Hornabeque es otro buen lugar para que el caminante haga un alto -tras llevar
una hora de paseo-, para contemplar una panorámica de la ciudad, en la que
destacan la propia Alcazaba, la cúpula de la Iglesia de la Concepción, la torre
de la Catedral y las torres de la Giralda y las Tres Campanas, además de la
expansión urbana del siglo XX, hacia el oeste. El mismo tablero del Puente de
Palmas, sus airosos arcos de medio punto, sus orillas ajardinadas… constituyen
otro recurso más de atracción.
Salvado
el Guadiana por el Puente renacentista de Palmas, llegamos a la Puerta del
mismo nombre y época, desde donde nos internaremos en la muralla abaluartada de
los siglos XVII y XVIII, comenzando por el Baluarte de San Vicente, que hasta
el de San José alberga en los fosos los Jardines Infantiles, y tiene al
exterior -protegiendo el lienzo de muralla que los une- al revellín donde se
ubica el Auditorio Ricardo Carapeto.
Este
espacio merece una visita reposada para admirar en todo su valor los elementos
esenciales de la fortificación abaluartada: los dos baluartes que limitan el
lienzo de muralla donde están los jardines, y que tiene adosada la portada de
la antigua ermita de la Soledad, de hornacina y templete barrocos, en mármol,
de notable calidad; el complejo revellín que lo protege, transformado en
auditorio multiusos; la poterna en recodo abierta en el flanco izquierdo del
Baluarte de San Vicente; el propio foso, profundo y amplio…
Por
esta poterna del primer baluarte podemos acceder al paseo de ronda interior,
que da a los Jardines de Castelar, o podríamos proseguir por los fosos hacia el
tramo más castigado por las destrucciones que abrieron amplias brechas durante
la II República y los años sesenta del siglo XX para expandir sin obstáculos la
ciudad, eliminando lienzos de muralla, revellines, fosos, glacis y el Baluarte
de San Juan (donde se abre la Avenida de Europa).
Retomamos
la fortificación en Puerta Pilar, para ver a continuación -ya despejado en su
exterior de las antiguas instalaciones del Colegio de Nuestra Señora de Bótoa-
el Baluarte de San Roque, y -tras otra brecha de comunicación vial- el de Santa
María, que aún conserva antiguas instalaciones exteriores en sus fosos, siendo
preciso también que sean despejadas. El Fuerte de Pardaleras -que protegía el
exterior de esta Puerta, reforzando así otro punto vulnerable de la ciudad-,
así como el revellín delante de la misma, fosos, glacis y camino cubierto, son
otros elementos que han desaparecido -transformado el primero antes en Prisión
Provincial y después en el MEIAC (Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte
Contemporáneo)-, y ocupado el resto por viales, caserío y plaza.
Entre
este Baluarte y el de la Trinidad otra vez recorremos un amplio espacio ajardinado,
en el que se ha instalado el Obelisco homenaje a los caídos en la Guerra de la
Independencia, entre 1811 y 1812, conmemorando especialmente la toma de la
ciudad por ese punto a cargo de los ingleses en abril de 1812.
Podemos
pasar al interior de la fortificación por este punto -otra vez con brecha
urbana- para recorrer el interior del Baluarte de la Trinidad, cuyas
“monumentales” escalinatas recientemente construidas sustituyen a lo que
debería ser una rampa de acceso a la artillería. Su paseo de ronda nos ofrece
otra vez más la oportunidad de contemplar los amplios espacios exteriores,
precisamente en los puntos más vulnerables de la ciudad durante las guerras de
la Edad Moderna, y por ello los que se refuerzan con especial atención. Ahí
tenemos el Revellín de San Roque, que en sí es un fuerte en toda regla, y el
Fuerte de la Picuriña, del que se conservan las ruinas de parte de sus murallas
e instalaciones interiores, precisadas de recuperación.
El
Revellín de San Roque, como el Fuerte de San Cristóbal, puede ser recorrido
perimetralmente, y de esta forma podemos admirar sus amplios fosos y la calidad
de su escarpa y contraescarpa. Desde él, volvemos al Baluarte de la Trinidad,
por los Jardines de San Roque, para subir por el interior hasta el Baluarte de
San Pedro, desde donde se nos ofrece enseguida la Torre de Espantaperros, en
que iniciamos el recorrido.
Toda
una lección de historia, de arte y patrimonio natural y construido, alrededor
de nuestras defensas fortificadas, que bien merecen ser respetadas, atendidas
en una cuidadosa restauración en lo que resta, para incorporarse al proyecto en
marcha de las “Fortificaciones de la frontera luso-española como Patrimonio de
la Humanidad”.
Recorrí casi todo lo que citas Moisés, pero es distinto cuando tu lo presentas. Cuando hay conocimientos detrás, el recorrido es más profundo. Abrazo para tí y los tuyos, y te seguimos esperando en Argentina.
ResponderEliminarMuchas gracias. A ver si nos encontramos pronto.
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