MEMORIAS DE LA GUERRA
COLONIAL
|
Ofrendas en Santuario Cristo da Piedade (Elvas) con motivo de las Guerras Coloniales |
Por Moisés Cayetano Rosado
Cuando me
puse a leer el libro de Rui Rosado Vieira Em
Angola uns semearam ventos outros colheram tempestades (Memórias da Guerra:
1961-1964) no sospechaba que sus 233 páginas me iban a entusiasmar hasta el
punto de no querer interrumpir su lectura para abordar otras ocupaciones. Y es
que el relato autobiográfico de Rui es la narración de un escritor bien dotado,
un historiador experimentado y un hombre que sabe equilibrar su pasión con la
moderación de la distancia.
De
inmediato me llevó su lectura a otra bien querida: La ruta, de Arturo Barea, que reúne las cualidades de Rui y
curiosamente sus circunstancias personales: escritor, conocedor de la historia,
joven involucrado en una guerra colonial que detesta (en el caso de Barea, la
Guerra de Marruecos, arrastrada por España de 1909 a 1927), militar a la
fuerza, como sargento de milicias, y persona de arraigados principios
progresistas.
Y ocurre
que ambos se vieron en el mismo escenario: rodeados de una tropa peninsular
mayoritariamente analfabeta, arrancada de sus pueblos de origen para servir “a
la Patria” en un conflicto africano donde habían de enfrentarse a otros jóvenes
también analfabetos y pobres, de remotas aldeas y tribus cerradas. Por detrás,
propiciando el conflicto, sosteniéndolo: los grandes negociantes de las
riquezas naturales de esas zonas invadidas, que en ningún caso corrían el
peligro de estos jóvenes soldados a la fuerza -ni ellos ni sus hijos, que eran
apartados de la contienda gracias a sus influencias y dinero-, viviendo en la
metrópolis.
¿Qué se
encontraban unos y otros, españoles en Marruecos y portugueses en Angola? Un
territorio hostil, la amenaza constante de la guerra de guerrillas, y mucha
hambre, mucha sed, mucho calor, mucha miseria por donde quiera que pasaran.
Además, claro, las sangrientas confrontaciones que se llevaron la vida de
tantos jóvenes inocentes, les dejaron gravemente mutilados de por vida y/o
traumatizados psicológicamente en muchos casos para siempre.
Tal vez,
la única diferencia evidente entre ambas autobiografías sea la del retrato de
los mandos, tanto superiores, medios como subalternos de los ejércitos
desplazados. Barea no ahorra críticas y denuncia la torpeza y altanería de gran
parte de ellos, y sobre todo su enorme corrupción, pues gran número se
enriquecía robando directamente en lo que podía: compra fraudulenta de
equipamiento (pertrechos y construcciones de bases militares; comida de la tropa;
infraestructura de comunicación, etc.), además de la vida inmoral y de
prostíbulos en las ciudades más populosas, especialmente Melilla. Rui Rosado
Vieira no presenta estas denuncias, sino a lo más pequeños roces personales o
normales desahogos en los días de permiso en las ciudades.
Por lo
demás, no hay que olvidar que estas confrontaciones coloniales de Portugal
reclutaron a más de 900.000 jóvenes (de una población total de 10 millones de
habitantes), penalizados en medio de las selvas africanas durante dos y más
años de servicio militar (a veces tras ya haber cumplido otro tanto en la
Península). 8.290 fallecieron en combate y el doble fueron gravemente heridos. De
nuevo hay similitudes, pues el caso español no difiere en la intensidad de la
tragedia.
Y además
de esta sangría, estaba la económica: el 40% de los Presupuestos Generales del
Estado se destinaban a este cometido, condenado al fracaso desde su inicio en
1961 y sostenido hasta 1974, en que fue cortado por la propia acción de sus
jóvenes oficiales (el 40% de los puestos por debajo de comandante estuvo
implicado en la rebelión, según ha estudiado el coronel Aniceto Afonso, que
fuera director del Archivo Histórico Militar). Aquí hay, de nuevo, una
importante diferencia entre los países de la Península ibérica.
Así, es
curioso apuntar que las guerras coloniales llevaron en Portugal a la revolución,
eliminando del país el yugo dictatorial y acabando con el colonialismo. En
cambio, en España, condujeron a la reacción dictatorial (el general Miguel Primo
de Rivera se hace con el poder en 1923, para entre otras cosas endurecer las
actuaciones bélicas en Marruecos), si bien ello le costará al rey Alfonso XIII
-su valedor- el trono, instaurándose la II República en 1931. Pero he aquí otra
diferencia: mientras los militares “africanistas” portugueses -jóvenes
oficiales de alrededor de treinta años de edad- propician el advenimiento de la
democracia (liberal para unos y socialista para otros, triunfando al final la
primera), los españoles -jefes y generales de entre más de cuarenta y sesenta
años- se alzarán finalmente contra la II República, en un sangriento golpe
contrarrevolucionario, que tras tres años de guerra implantan una dictadura de cuatro
décadas.
Rui es
correligionario fiel de los primeros. Un joven miliciano de veinticinco años
que no desea hacer daño a nadie, y que se horroriza ante la miseria a que se
ven sometidos los nativos de Angola. Un hombre sensible que quedó marcado por
la tragedia donde vio morir a muchos de los suyos, y que le obsesionó durante
largos años (hasta que volvió de civil casi cuarenta años después, en misión
docente y pudo conjurar los fantasmas que le acompañaron en su vida).
Ahora, al
escribir sus memorias, basadas en una especie de Diario que escribió sobre la
marcha de los terribles tiempos en Angola, enriquecidas por múltiples
fotografías de la época -hechas con su cámara de buen aficionado-, nos deja un
testimonio impagable. Ameno de lectura, sensible, humano, riguroso. De gran
utilidad para comprender el sentimiento de los jóvenes portugueses en medio de
una refriega prolongada en la que una oligarquía política y económica los
envolvió, ensangrentando el país de origen y los colonizados a fuerza del
egoísmo voraz de unos pocos.
(Publicación previa en aviagemdosargonautas.blogs.sapo.pt)