VIAJE A BULGARIA Y MACEDONIA (y II)
PARADA
Y FONDA EN MACEDONIA, CON VUELTA A SOFÍA.
Moisés Cayetano Rosado
Entramos por el este en Macedonia, con un
control de frontera detenido, camino del centro de la República. Allí nos
espera el sitio arqueológico de Stobi,
cuyo desarrollo histórico comenzó entre los siglos VII y VI a.C., esplendoroso
bajo el emperador Augusto, durando hasta el s. VI d.C. Conserva las ruinas de
toda su monumentalidad urbana, sobresaliendo en la actualidad su extraordinario legado de mosaicos en basílicas,
templos, palacios, baños y casas señoriales.
De allí, hacia el suroeste, es recomendable
hacer noche en Bitola, bulliciosa ciudad
macedonia que mezcla el legado bizantino con el turco, lo ortodoxo con lo
islámico, en sus templos y mezquitas, en su bazar y su zoco, en sus paseos
multicolores, siempre concurridos. En sus comidas deliciosas -como todas las de
este espacio balcánico- donde reinan frutas y verduras, quesos y yogoures, carne
de cerdo (estupendo codillo al horno) y vino blanco (buenísimo el Alexandria).
Ahora, de nuevo, hacia el oeste, rozando la
frontera con Albania, de la que nos separa el Lago de Ohrid, el centro turístico por excelencia del país. Un
paseo en barca por sus aguas limpísimas, transparentes, de gran verdor y
arboleda crecida en sus orillas, nos ofrece vistas inolvidables: parece que estuviéramos contemplando
paisajes impresionistas, que Manet, Monet, Renoir… hubieran diseñado el
entorno. Y de nuevo iglesias, monasterios, con paredes pintadas de escenas
bíblicas con tanta precisión y colorido como las de las grandes iglesias y
catedrales ortodoxas.
Es un placer ver en nacimiento del lago, el agua que brota de la tierra, monte
abajo; recrearnos en uno de sus múltiples restaurantes. Refrescarnos con sus
ensaladas, sus vinos, sus sandías enormes y tan dulces. Y luego, llegarnos
hasta la ciudad del mismo nombre, Ohrid,
de un patrimonio monumental espectacular: iglesias de San Pantaleimon, San
Ioan Kaneo, Santa Sofía…, de inigualables frescos e iconos; fortaleza de
Samuil; monumentos como el de San Clemente de Ohrid, discípulo de Cirilo y
Metodio, que perfeccionó el alfabeto cirílico. Contemplar el lago, la línea divisoria con Albania, laderas de
arbolados y casas, el largo y bien cuidado paseo del lago, tan frecuentado por
andarines y deportistas cotidianos.
De
sur a norte, recorremos Macedonia por el oeste para llegarnos hasta Tetovo, viendo desde la carretera
la majestuosidad de sus montañas, lo
pintoresco de sus pueblecitos donde destacan los alminares de sus múltiples
mezquitas. Allí hay que detenerse en una de éstas: la mezquita pintada, edificación cuadrada, cubierta con tejado a
cuatro aguas, con alminar estilizado; pintada por dentro y por fuera, sus
dibujos geométricos parecen alfombras y kilims, armoniosamente dispuestos de
forma regular en las paredes y techo, donde la hermosa caligrafía árabe se
manifiesta en toda su grandeza.
El
paisaje continúa con su conjugación de montañas, verdor, pueblos encantadores y
ríos de corriente apresurada -que tiene su culminación
en el Cañón Matka, de rocas
plegadas, retorcidas, de buzamientos verticales- hasta dejarnos en Skopje, la capital del país, otra
sorpresa más para los sentidos.
Su
catedral ortodoxa, comenzada a construir en 1972 y consagrada en 1990, está
dedicada a San Clemente de Ohrid y reinterpreta el sistema
de cúpulas bizantinas, llevando a su interior también el neobizantinismo
pictórico, aquí ciñéndose a los cánones medievales, logrando escenas bíblicas
de manifiesto expresionismo.
El
centro de Skopje parece un museo al aire libre de estatuas en bronce de todos
los tamaños, sobresaliendo las gigantescas de Filipo II y
Alejandro Magno, cuya iluminación nocturna resalta su potencia. Dos de sus
puentes peatonales también están adornados en sus pretiles por numerosas
estatuas de reyes, santos (uno) y artistas (otro), que se prolongan en sus
paseos laterales. En Skopje nació la
Madre Teresa de Calcuta, y la rememoración de la monja católica está
presente por toda la ciudad, y sobre todo en el Museo construido en su honor,
que merece una visita, como también su Museo de la ciudad, donde se recuerda el
terremoto que en 1963 destruyó entre el 70 y el 75% de la misma, matando a más
de 1.000 personas, ocasionando más de 3.000 heridos y dejando entre 120.000 y
200.000 personas sin hogar, siguiendo en la actualidad la reconstrucción.
Volveremos
de ahí nuevamente a Bulgaria, llegando otra vez hasta Sofía,
distante 243 kilómetros. Y en Sofía ¡hay
que visitar tantas cosas! Sobre todo, la Catedral
neobizantina de Alejandro Nevski, posiblemente la mejor representación de
la construcción ortodoxa del mundo, por su monumentalidad, su complejidad
constructiva, sus hermosos frescos, sus cúpulas doradas (con oro de 24 kilates)
y su magnífica colección de iconos, una de las mayores y mejores del mundo. Muy
cerca de ella, la Iglesia rusa de San
Nicolás, con llamativas torres de cúpula bulbosa revestidas de oro,
inspiradas en las iglesias moscovitas del siglo XVII, revestimientos exteriores
de azulejos multicolores y sus hermosos murales interiores. Y de nuevo, mezquitas, y también iglesias católicas, y
sinagogas, en una conjunción tolerante de religiones.
Esta
ciudad, a diferencia de las macedónicas, está llena de turistas españoles.
Y en el restaurante de la despedida oímos nuestro idioma por todas las
estancias, mientras saboreamos su afrutado vino, sus ensaladas y arroz blanco
acompañado de un inolvidable guisado de ternera. Desde el aire, el verdor y las montañas nos despiden e invitan a la
vuelta a estos territorios llenos de magnífico patrimonio natural, cultural,
artístico y humano, de simpatía aleccionadora para todos.