jueves, 12 de julio de 2018


A NOITE MAIS LONGA DE TODAS AS NOITES, MARTILLO DE REALIDADES.

Moisés Cayetano Rosado

Escribía el poeta español Eladio Cabañero en su poemario Recordatorio (1961): “saco a relucir vidas, materiales, historia/ de manera que nadie equivocado piense/ que escribo algún poema misterioso/ sino de alta protesta y de dolor”.
Me vienen estos versos nuevamente a la memoria tras leer el libro de Helena Pato A noite mais longa de todas as noites: 1926-1974, editado pulcramente -como todos los suyos- por la editorial lisboeta Colibrí, que dirige con admirable acierto Fernando Mão de Ferro.
Y es que a lo largo de sus 258 páginas -que vieron la luz el pasado mes de mayo y ahora se va presentando por la geografía portuguesa- salen a relucir vidas (magníficas descripciones de personas llenas de sensibilidad, tan fieramente humanas que parecen sacadas de los poemas del bilbaíno Blas de Otero o del beirense Eugénio de Andrade), materiales (documentos, fotografías, citas precisas), historia (certero recorrido por todo el salazarismo y sus tentáculos represivos)… que no conducen a la exposición de ningún misterio, sino que constituyen, ciertamente, un alegato de alta protesta y de dolor.
Y, como en la obra de Eladio Cabañero, o de Blas de Otero, o de Eugénio de Andrade y tantos grandes de nuestra literatura, todo ello lo hace con la hermosura de una prosa “tocada de la gracia”. No de la manoseada “gracia divina”, sino de la gracia, de la calidad literaria de quien sabe manejar el lenguaje y presentarnos con belleza formal lo que es un mensaje de penares, pesadilla, miedo: “O medo foi o que realmente me ficou com maior nitidez do regime fascista” (pág. 13).
El libro lleva un prólogo de la escritora Maria Teresa Horta, en que resalta su Luta após luta, após luta” (pág. 7), y unas palabras finales del historiador Luís Farinha, que resume magistralmente su contenido, resaltando la idea de la autora de “prestar um testemunho de vida, sempre compartilhada com outras vidas” (pág. 256) y del e que fuera Presidente de la República Jorge Sampaio, testigo y protagonista de buena parte de lo que Helena Pato expone en estas memorias, que “lêem-se de uma assentada” (pág. 257).
Dividido en 60 breves apartados, va haciendo un recorrido lineal por la vida de la autora desde su infancia hasta los años ochenta, con la democracia formal ya asentada en Portugal, tras pasar por los tétricos años de la dictadura salazarista, los cosméticos cambios de Marcelo Caetano, y -ya de pasada- la Revolução dos Cravos.
Pero, efectivamente, como indica Maria Teresa Horta, y la propia Helena Pato remarca, no “se trata de uma autobiografía” (pág. 11), sino de ofrecer una mirada reposada sobre toda esta larga y oscura época amordazadora siguiendo el hilo de una “resistente”; de una luchadora por la justicia, la dignidad y la libertad dentro de su país como anónima, clandestina, presa y torturada, y fuera como exiliada, sin sucumbir al desaliento, tal como tantas otras y tantos otros portugueses que expusieron su comodidad, su seguridad, su vida, ante la crueldad inmisericorde de la tiranía.
Todo el libro se lee -como indica Sampaio- de “una sentada”. Y nos atrapa desde el primer capítulo, donde describe los miedos como seña de identidad de los tiempos vividos.  Y nos encoleriza cuando narra su apresamiento y torturas, especialmente en los capítulos del 28 al 34 (págs. 127-149). Antes nos había enternecido con ilusiones juveniles, luchas estudiantiles compartidas, primer amor… (“O meu coração batia tolamente, baralhando o esforço da subida com a emoção por caminar ao lado dele”, pág. 36). O nos ofrecía una silente denuncia social al mostrarnos la mísera vida de una “criadita” que les ayudaba a sus padres en los años cuarenta y que les contaba como “os país travalhavam de sol a sol -na época das colheitas- mas a comida não chegava para todos” y “no Inverno, estavam condenados a satisfazer a fome com ervas que apanhavam nas valetas” (pág. 26), alcanzando una sublime y emotiva belleza en el capítulo 56: “Ana, una negrinha doce que tapava o riso”, encuadrada ya en el “Verão quente del 75”, en que traza un certero “aguafuerte” de la explotación de los nativos en las colonias, en medio del hambre y los castigos de látigo en mano (págs. 229-231).
En su último capítulo, el 60: “Valeu a pena, sim”, hay una frase final que es un perfecto resumen de todo lo que Helena Pato nos quiere transmitir: “De uma maneira ou de outra, aquí estamos nós, libertados, e libertando-nos de uma gigantesca memoria de violencia -da repressão, da guerra colonial, da brutalidade física e psicológica das prisões, da amargura do exílio, da pobreza e do atraso que grassavam no país-, mas como uma refrescante lembrança dos dias em que, apesar de tudo isso, fomos incomensuravelmente felizes” (pág. 240).
Los días de la ilusión, de la esperanza, de los sueños, de la juventud; del amor y el temor; del miedo y el coraje; del sufrimiento y de la rebeldía, están ahí, en este libro de memorias, delicado, elegante, sosegado, vencedor del horror que ahora sentimos como una pesadilla que hasta parece que nunca haya sido realidad.

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