¿POR CUÁL
ENSEÑANZA REGLADA APOSTAMOS?
Moisés Cayetano
Rosado
Me eduqué, o me enseñaron materias
instrumentales, bajo el espíritu de la Ley
Moyano de 1857, que -con de los retoques de los años cincuenta del siglo XX-
seguía estando vigente. Y el memorismo, la disciplina, la rigidez en las normas
y las formas, la individualidad, eran principios indiscutibles.
Empecé a ejercer como profesor al tiempo que se
ponía en marcha la maquinaria de la Ley General de Educación (LGE) de 1970. Se
tenía mucha prisa por homologarnos con los países occidentales, pese a la falta
de democracia, y nos atiborraban los pupitres de fichas, abstracciones,
procesos tecnológicos y competitividad.
Hubo que esperar veinte años para que, con la
democracia y los sueños utópicos aún del PSOE, se implantara la Ley Orgánica de
Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE), llenándonos los Centros
escolares de libertad, tolerancia, igualdad, respeto, justicia, ayuda mutua,
solidaridad…, objetivos prioritarios de una educación que colocaba en segundo
lugar la instrucción, primando la educación (en actitudes, en valores) sobre la
enseñanza de contenidos conceptuales.
La Ley Orgánica de la Educación, de 2006 -bajo
el mismo signo político- ya matizaba prioridades, pues sin olvidar la
solidaridad, el progreso en común, acentuaba los valores de responsabilidad y
esfuerzo personal. Más adaptada, claro, a la “vida de la calle”, a lo que nos
encontramos cada día no en el mundo de las utopías sino de las duras realidades
del “sálvese quien pueda”.
No me ha llegado la Ley Orgánica para la Mejora
de la Calidad Educativa de 2013, pues un año antes me he apeado del “sillón” de
profesor, que empezó como tal y con tarima, se bajó a ras de los alumnos
transformado en silla y parece que ahora volverá a subir con sus ropajes.
Siempre se me dijo y dije: “Educar para la
vida”. ¿Qué es educar para la vida? ¿Prepararse para el mundo que nos toca
vivir, competitivo, individualista, egoísta, insolidario, especulativo, donde
-como escribió Baltasar Gracián- “cada hombre está solo en la lucha del mundo,
pues no se trata de una lucha de clases en la que cabe solidaridad”? ¿Intentar
transformarlo, luchar para conseguir esos valores enunciados en la soñadora
LOGSE, aunque -como en los versos de Pablo Neruda- “vuelvo/ con los ojos
cansados/ a veces de haber visto/ la tierra que no cambia”?
“Trabajando para mí solo, trabajo, en realidad,
para todo el mundo, pues contribuyo a que mi prójimo reciba algo más que la
mitad de mi capa, y no por un acto de generosidad individual y privada, sino a
consecuencia del progreso general”, pone Fedor Dostoiewski -en su novela
“Crimen y Castigo”- en boca de Piotr Petrovitch. ¡No es tan nuevo el
descubrimiento del neoliberalismo imperante! Lo nuevo será que en realidad sí
se “eduque para la vida” sin tapujos y sin disimulos; esa vida de tantos
triunfadores: ingenio en la especulación, la defraudación, inversiones oscuras,
maquillajes contables, burbujas financieras, paraísos fiscales… en un alarde
didáctico innovador de las matemáticas, la geografía, el lenguaje, la filosofía
y otras ciencias reconvertidas en afines al envés de las antiguas utopías.
Tal vez los tiros de la nueva reforma educativa
(ahora siempre hay una nueva reforma educativa) vayan lanzados descaradamente,
impunemente, por ahí.