lunes, 26 de febrero de 2024

 DE LA GUERRA NUNCA SE VUELVE

El 24 de febrero presentamos en la sede de la Associação Salgueiro Maia de Santarém el libro “Da guerra nunca se volta” (De la guerra nunca se vuelve), de Armando Sousa Teixeira, escritor portugués que participó en las luchas coloniales durante su “servicio militar obligatorio”. Fue uno del millón de jóvenes (¡de una población nacional de ocho millones y medio!) que se vieron envueltos entre 1961 y 1974 en los crueles combates que asolaron Angola, Guinea-Bissau y Mozambique.

El título del libro ya nos da una idea de lo que la guerra significa: una pesadilla de la que no podrán recuperarse nunca en la mayoría de los casos. Unos, porque encontrarán la muerte en los campos de batalla; otros, porque quedarán gravemente mutilados, arrastrando secuelas físicas de por vida; los más, porque padecerán un estrés postraumático que les impedirá tener una vida normal, pues cualquier tumulto, explosión (así sea de cohetes de fuegos artificiales), espacio cerrado con salidas angostas, etc. les ocasionaran incontroladas angustias, además del persistente insomnio y  frecuentes pesadillas.


Y junto a ellos, sus familiares cercanos, que durante el periodo de ausencia en los lugares de enfrentamiento viven el tormento del incierto destino, el sobresalto de la noticia irremediable que les cubrirá de dolor inconsolable.

¿Cuántos rusos y ucranianos reclutados ahora en uno y otro bando o asentados en los territorios desbastados volverán de la guerra? ¿Cuántos palestinos e israelíes en Gaza y Cisjordania continuarán sanos de cuerpo y mente tras tanto sostenido y letal enfrentamiento, abarrotado de crueldades? ¿Cuántos en tantos conflictos por el mundo?

¿Qué tiempo dura ese “viaje” del que no se retorna? Desde luego, los que lo padecen de manera directa han sido embarcados en un tren camino de la muerte y las tinieblas. La guerra desata la crueldad, las más bajas pasiones, las conductas más impredecibles, el terror que paraliza o al contrario activa los resortes más irracionales por la propia salvación. No es la lucha “reglada” por convenios internacionales, sino la acción impulsiva o incluso premeditada para anular al enemigo la que impone métodos inconfesables de tortura, indiscriminada eliminación, arrasamientos de poblaciones enteras sin distinción de contendientes o víctimas de uno y otro lado.

Pero luego, tras la victoria o la paz que se negocie o se imponga, quedará el desgarro de sus consecuencias directas y el recuerdo que persiste no solamente en la generación afectada sino en los herederos. Es el caso  de nuestra horrible Guerra Civil, que se revive aún cada día, porque las heridas nunca se cierran saneadas sino en falso la mayoría de las veces, por no reconocer las crueldades y no reparar (¿se puede o es suficientemente balsámica la reparación?) el daño ocasionado.

Armando Sousa Teixeira lo relata en su libro de forma magistral, y ya el mismo título es un acierto extraordinario, pues en tan pocas palabras queda todo condensado. Pero estamos condenados a no quererlo comprender, porque los intereses de los más poderosos pesan lo suficiente como para inclinar la balanza, manipulando a su favor, a favor del poder irracional, del dominio de unos sobre otros, del negocio rentable de las armas cada vez más sofisticadas, caras y letales.

Nuestro suelo ibérico, ensangrentado en conflictos interiores y externos, tiene su réplica actual en múltiples escenarios del mundo, endémicos en África, amenazantes siempre en los países más desposeídos, en esas referencias diarias de Ucrania y especialmente de Gaza y Cisjordania, donde parece que no hay otro empeño sino el exterminio ciego, del que nunca se vuelve porque su horror permanecerá por siempre en el recuerdo.

viernes, 2 de febrero de 2024

PAÑUELO PALESTINO

MOISÉS CAYETANO ROSADO

Tengo un pañuelo palestino (kufiya) encima de mi mesa de lectura, mi mesa de trabajo. Cada vez que lo miro pienso que en ese momento ha muerto un niño, varios niños palestinos a manos de las potentes armas israelitas que quieren “limpiar” los suelos de Gaza y Cisjordania de terroristas, de los grupos armados de Hamás y la Yihad Islámica. Y sí, no se me olvida que también son utilizados como “escudos humanos” por los que hostigan en lucha sin cuartel a los judíos, como contestación a lo que consideran una ocupación ilegítima y progresiva del suelo que defienden.

El pañuelo es un regalo de mi médico de cabecera, el libanés Bilal Jaafar El-Hage, hombre y profesional de integridad incuestionable, de humanidad desbordante y una eficacia en la que confiamos centenares, por no decir miles de usuarios de la sanidad; él tiene familiares muy directos cerca de las zonas de conflicto. Leo en la etiqueta: “Made in Jordan”. Palestina, Líbano, Jordania, esa zona sacrificada del Oriente Próximo, tan cercana a las ciudades sagradas de su religión y aún más al fuego terrible del desentendimiento, la destrucción y la muerte indiscriminada de los más indefensos. He pisado su suelo y sentido el dolor de su gente en las calles hermosas y sencillas de sus pueblos y ciudades milenarias, y en el anhelado Jerusalén que debería ser encuentro fraternal de las tres religiones monoteístas, en lugar de refugio de intolerantes que, de una u otra forma, creen ciegamente que los “Lugares Sagrados” -sagrados para los unos y los otros- son solamente para su propio uso y salvación.

Miro el pañuelo limpio, su fondo blanco y sus entrecruzados caminos de hilo negro, reforzado en los vértices de los cuadrados que conforman; sus laberínticos, artísticos  bordes, abigarrado todo, aprisionado, como lo están los que aún sobreviven a las matanzas sucesivas. ¡Ese espectáculo insoportable de cuerpos destrozados, de sangre derramada, de falta de recursos para brindar ayuda a tantos desvalidos, entre el llanto impotente de los suyos!

“Se lo merecían, hijo, se lo merecían”, le comentaba a manera de consuelo un sacerdote cerca de las tapias del cementerio de Badajoz al periodista portugués Mario Neves. El joven reportero pasaba abatido, tras contemplar el trágico espectáculo de los fusilados en la toma de la ciudad por las tropas del teniente coronel Yagüe durante la Guerra Civil española, en 1936. ¿Se lo merecían? ¡Siempre hay una excusa para la barbarie, una justificación de los medios arrasadores utilizados por la “bondad” del fin que se persigue: aplastar a la serpiente venenosa, según su criterio, erigiéndose en una “Nueva Eva Redentora”!

No aparto la vista del pañuelo palestino. ¿Cuántos inocentes habrán muerto mientras escribo estas líneas que nada solucionan? ¿Cuántos huyendo hacia ningún destino, hacia desiertos de piedra, arena y fuego, a mares insondables sin naves salvadoras, a extraños lugares donde la  inmensa mayoría no encontrarán descanso y acomodo?

La historia catastrófica que vemos y vivimos no es nueva y seguirá, sigue, repitiéndose allá y en múltiples lugares, pues es tan vieja como el mundo, y como él seguirá dando vueltas sin parar. Pero ahora, lo que tengo en la mesa es este humilde pañuelo palestino, inmaculado, como debiera ser el suelo torturado, sangrante, que representa. Es un recordatorio de que fuera, en el mundo que nos rodea, la catástrofe sigue siendo asidua compañera; si no está en nuestras manos remediarlo, que al menos esté la expresión de nuestro sentimiento solidario y la revuelta contra la sangre inocente derramada.