DE LA GUERRA NUNCA SE VUELVE
El 24
de febrero presentamos en la sede de la Associação Salgueiro Maia de Santarém
el libro “Da guerra nunca se volta” (De la guerra nunca se vuelve), de Armando
Sousa Teixeira, escritor portugués que participó en las luchas coloniales
durante su “servicio militar obligatorio”. Fue uno del millón de jóvenes (¡de una
población nacional de ocho millones y medio!) que se vieron envueltos entre
1961 y 1974 en los crueles combates que asolaron Angola, Guinea-Bissau y Mozambique.
El título del libro ya nos da una idea de lo que la guerra significa: una pesadilla de la que no podrán recuperarse nunca en la mayoría de los casos. Unos, porque encontrarán la muerte en los campos de batalla; otros, porque quedarán gravemente mutilados, arrastrando secuelas físicas de por vida; los más, porque padecerán un estrés postraumático que les impedirá tener una vida normal, pues cualquier tumulto, explosión (así sea de cohetes de fuegos artificiales), espacio cerrado con salidas angostas, etc. les ocasionaran incontroladas angustias, además del persistente insomnio y frecuentes pesadillas.
Y junto
a ellos, sus familiares cercanos, que durante el periodo de ausencia en los
lugares de enfrentamiento viven el tormento del incierto destino, el sobresalto
de la noticia irremediable que les cubrirá de dolor inconsolable.
¿Cuántos
rusos y ucranianos reclutados ahora en uno y otro bando o asentados en los
territorios desbastados volverán de la guerra? ¿Cuántos palestinos e israelíes
en Gaza y Cisjordania continuarán sanos de cuerpo y mente tras tanto sostenido
y letal enfrentamiento, abarrotado de crueldades? ¿Cuántos en tantos conflictos
por el mundo?
¿Qué
tiempo dura ese “viaje” del que no se retorna? Desde luego, los que lo padecen
de manera directa han sido embarcados en un tren camino de la muerte y las
tinieblas. La guerra desata la crueldad, las más bajas pasiones, las conductas
más impredecibles, el terror que paraliza o al contrario activa los resortes más
irracionales por la propia salvación. No es la lucha “reglada” por convenios
internacionales, sino la acción impulsiva o incluso premeditada para anular al
enemigo la que impone métodos inconfesables de tortura, indiscriminada eliminación,
arrasamientos de poblaciones enteras sin distinción de contendientes o víctimas
de uno y otro lado.
Pero luego, tras la victoria o la paz que se negocie o se imponga, quedará el desgarro de sus consecuencias directas y el recuerdo que persiste no solamente en la generación afectada sino en los herederos. Es el caso de nuestra horrible Guerra Civil, que se revive aún cada día, porque las heridas nunca se cierran saneadas sino en falso la mayoría de las veces, por no reconocer las crueldades y no reparar (¿se puede o es suficientemente balsámica la reparación?) el daño ocasionado.
Armando
Sousa Teixeira lo relata en su libro de forma magistral, y ya el mismo título
es un acierto extraordinario, pues en tan pocas palabras queda todo condensado.
Pero estamos condenados a no quererlo comprender, porque los intereses de los
más poderosos pesan lo suficiente como para inclinar la balanza, manipulando a
su favor, a favor del poder irracional, del dominio de unos sobre otros, del
negocio rentable de las armas cada vez más sofisticadas, caras y letales.
Nuestro
suelo ibérico, ensangrentado en conflictos interiores y externos, tiene su
réplica actual en múltiples escenarios del mundo, endémicos en África,
amenazantes siempre en los países más desposeídos, en esas referencias diarias
de Ucrania y especialmente de Gaza y Cisjordania, donde parece que no hay otro empeño
sino el exterminio ciego, del que nunca se vuelve porque su horror permanecerá
por siempre en el recuerdo.