LA CRISIS
DEL MIEDO
MOISÉS
CAYETANO ROSADO
Solo una situación bélica puede producir más
miedo, más temor al presente y a lo que pueda acontecernos en el futuro
próximo, que la crisis en la que nos han zambullido y donde nos mantienen, con
la cabeza dentro del charco de agua emponzoñada.
Los trabajadores por cuenta ajena, porque
pierden masivamente sus empleos, y hoy es el vecino, luego el familiar, ahora
uno mismo al que le toca, sin tener perspectivas de un reenganche en la “cadena
productiva”.
Los funcionarios, porque ven mermados sus
salarios, aumentada la jornada laboral, amenazados de traslados (como los
anteriores) y trastocada la antigua seguridad y a veces su independencia de los
poderes fácticos.
Los pequeños y medianos empresarios, porque
sienten la ruina del de al lado, el cierre del comercio, restaurante, bar,
taller, almacén, industria familiar, explotación agraria, que hasta hace poco
parecía que iba defendiéndose y saliendo hacia adelante.
Los jóvenes que terminan su formación, porque
no encuentran salida no ya en su especialidad, sino en cualquier resquicio que
le ofrezca al menos un asidero, por muy en plan “basura” que este sea.
Los jubilados, porque tras repetirles que no
iban a ser tocadas las pensiones y mermado su poder adquisitivo, ven que son
promesas incumplidas, al tiempo que oyen hablar de “quiebra del sistema”.
Las familias, porque soportan cada día mayor
carga impositiva en sus bienes inmuebles, en la compra diaria, en la manguera
de la gasolina. Y porque tiemblan pensando en esa espada de Damocles que son
los bancos, amenazando sus ahorros, que sienten inseguros, o urgiendo a pagar
las hipotecas “amablemente” concedidas, con su arma del desalojo respaldado por
la legalidad a su medida.
Los inmigrantes porque pierden la válvula de escape
que daba oxígeno a su vida, a los familiares que quedaron en origen.
En tanto, las grandes empresas, los poderosos
grupos bancarios, de presión, siguen jugando con sus Bolsas, sus
especulaciones. Y continúan forrándose, como ha ocurrido siempre, pero más a lo
bestia todavía.
Como en las guerras, sufren las masas
indefensas, echadas a luchar: ahora a buscar unos ingresos como sea, rebajando
lo que fueron conquistas de más de medio siglo de pelea laboral y sindical: un
contrato por horas, algún empleo-basura; seguir con el pequeño negocio
malviviendo, compitiendo con el gigante poderoso, a base de grandes
sacrificios; olvidar pequeños gastos suntuarios que aliviaban la “lucha por la
vida”.
¿Cuándo dejarán de apretarnos el cuello con sus
medidas hechas al dictado de intereses mezquinos? Cuando, “cautivo y desarmado”
el pueblo que planteó conquistar un mundo humanizado, alcancen los grandes
grupos de presión económica sus últimos objetivos: hacer nuevamente su “santa”
voluntad.