DE FORTIFICACIONES,
SINDICALISTAS Y POLÍTICOS
Moisés Cayetano
Rosado
Las empalizadas, las murallas, las
fortificaciones… se hacían alrededor de las poblaciones para defender a sus
habitantes del acoso de sus oponentes. Y a medida que el oponente gozaba de más
medios y recursos para la dominación, las defensas se iban perfeccionando para
evitar el asalto y el sojuzgamiento.
Después llegaron las maquinarias aéreas y
entonces estas barreras en la tierra fueron quedando como reliquias y hubo que
plantear otra estrategia. Y se constituyeron baterías antiaéreas con la misma
finalidad. O sea, no se dejó de prevenir la dominación y de tener fuerza propia
para estar en condiciones de “negociar” la coexistencia o incluso la
convivencia, si había racionalidad entre los enfrentados.
Pues algo así fue ocurriendo con la fundación
de partidos y sindicatos para defensa del pueblo llano y desposeído, así como
trabajadores sin más recursos que sus manos, especialmente cuando en el siglo
XIX se fueron dando las revoluciones liberales.
Estos sindicatos y partidos de clase obrera
eran los parapetos y la garantía ante el abuso de quienes ostentaban el dominio
de los medios productivos y querían que el lucro fuera… exclusivamente para
ellos.
Todo fue evolucionando en este último par de
siglos, como antes (y después) había ido evolucionando la ciencia, la tecnología,
la estrategia de defensa. Y los partidos y sindicatos fueron adaptándose a los
tiempos, luchando y sobreviviendo, muchas veces con tropiezos, incluso grandes
tropiezos y sonadas decepciones.
Así llegamos a los tiempos actuales, en que la
“obra maestra” de los poderes institucionales y empresariales idearon nuevos
sistemas de cerco y sitio: “ganarse al enemigo”. Incluir a los sindicatos y
partidos que proclamaron un día la “lucha de clases” en esa misma “clase”, o
sea en pieza del engranaje, gozando de sus ventajas, manifestadas
fundamentalmente en forma de dinero, influencia y poder.
Con ello, sembraron la semilla de su
desprestigio e incentivaron dos cosas: el desapego de gran número de los más
combativos militantes y la presencia compulsiva de los más magistrales
oportunistas, dispuestos a pescar impunemente en el río revuelto organizado.
De esta forma, ante buena parte de la opinión
pública, el desprestigio de “los políticos y los sindicalistas” (dicho así, con
retintín de desprecio) es palpable, manifiesto, declarado a voz en grito.
Pero, como escribió Horacio Guaraní, “qué ha de
ser de la vida si el que canta/ no levanta su voz en las tribunas/ por el que
sufre, por el que no hay ninguna razón/ que le condene a andar sin manta”. Y
ese cantor, ese defensor, esa fortificación, es en gran parte quien le representa,
quien por el pueblo trabaja en las tribunas políticas, en las mesas de
negociación y movilización sindicales.
No se puede destruir una fortaleza y dejar
libre el acceso a la población, porque ya no nos sea efectiva. Hay que
repararla, modificarla, perfeccionarla. No se pueden echar por tierra
sindicatos y partidos que defienden al pueblo trabajador y sencillo, sino
potenciarlos, implicándose en su reconstrucción liberadora, porque en ello nos
va la resistencia al nepotismo, al abuso y a todo tipo de explotación.