domingo, 31 de agosto de 2014

DE FORTIFICACIONES, SINDICALISTAS Y POLÍTICOS
Moisés Cayetano Rosado
Las empalizadas, las murallas, las fortificaciones… se hacían alrededor de las poblaciones para defender a sus habitantes del acoso de sus oponentes. Y a medida que el oponente gozaba de más medios y recursos para la dominación, las defensas se iban perfeccionando para evitar el asalto y el sojuzgamiento.
Después llegaron las maquinarias aéreas y entonces estas barreras en la tierra fueron quedando como reliquias y hubo que plantear otra estrategia. Y se constituyeron baterías antiaéreas con la misma finalidad. O sea, no se dejó de prevenir la dominación y de tener fuerza propia para estar en condiciones de “negociar” la coexistencia o incluso la convivencia, si había racionalidad entre los enfrentados.
Pues algo así fue ocurriendo con la fundación de partidos y sindicatos para defensa del pueblo llano y desposeído, así como trabajadores sin más recursos que sus manos, especialmente cuando en el siglo XIX se fueron dando las revoluciones liberales.
Estos sindicatos y partidos de clase obrera eran los parapetos y la garantía ante el abuso de quienes ostentaban el dominio de los medios productivos y querían que el lucro fuera… exclusivamente para ellos.
Todo fue evolucionando en este último par de siglos, como antes (y después) había ido evolucionando la ciencia, la tecnología, la estrategia de defensa. Y los partidos y sindicatos fueron adaptándose a los tiempos, luchando y sobreviviendo, muchas veces con tropiezos, incluso grandes tropiezos y sonadas decepciones.
Así llegamos a los tiempos actuales, en que la “obra maestra” de los poderes institucionales y empresariales idearon nuevos sistemas de cerco y sitio: “ganarse al enemigo”. Incluir a los sindicatos y partidos que proclamaron un día la “lucha de clases” en esa misma “clase”, o sea en pieza del engranaje, gozando de sus ventajas, manifestadas fundamentalmente en forma de dinero, influencia y poder.
Con ello, sembraron la semilla de su desprestigio e incentivaron dos cosas: el desapego de gran número de los más combativos militantes y la presencia compulsiva de los más magistrales oportunistas, dispuestos a pescar impunemente en el río revuelto organizado.
De esta forma, ante buena parte de la opinión pública, el desprestigio de “los políticos y los sindicalistas” (dicho así, con retintín de desprecio) es palpable, manifiesto, declarado a voz en grito.
Pero, como escribió Horacio Guaraní, “qué ha de ser de la vida si el que canta/ no levanta su voz en las tribunas/ por el que sufre, por el que no hay ninguna razón/ que le condene a andar sin manta”. Y ese cantor, ese defensor, esa fortificación, es en gran parte quien le representa, quien por el pueblo trabaja en las tribunas políticas, en las mesas de negociación y movilización sindicales.

No se puede destruir una fortaleza y dejar libre el acceso a la población, porque ya no nos sea efectiva. Hay que repararla, modificarla, perfeccionarla. No se pueden echar por tierra sindicatos y partidos que defienden al pueblo trabajador y sencillo, sino potenciarlos, implicándose en su reconstrucción liberadora, porque en ello nos va la resistencia al nepotismo, al abuso y a todo tipo de explotación.

jueves, 21 de agosto de 2014

 
Moisés Cayetano Rosado

Viniendo de Galicia o del norte de Castilla-León, Chaves es una “llave” de entrada a Portugal. De ahí la importancia que adquirió ya en la conquista romana, dotándosele de amurallamiento y de un hermoso puente -el Puente de Trajano sobre el río Támega, del siglo I-, que hoy día sigue sirviendo al tránsito peatonal de la ciudad.
Desde la invasión musulmana en el siglo VIII, hasta el XII, en que fue conquistada por la corona portuguesa, bajo su primer rey -D. Afonso Henriques-, los choques entre moros y cristianos serían frecuentes, reedificándose sus murallas periódicamente.
Lo que hoy resta de estas defensas medievales son fundamentalmente del siglo XIII, realizadas en los reinados de D. Afonso III y D. Dinis: una parte de murallas y la Torre del Homenaje, de planta cuadrangular, con casi veintiocho metros de altura, recia y grandiosa en lo alto del casco antiguo.
Las defensas serían ampliadas y readaptadas a la artillería a causa de la Guerra de Restauração (1640-1668), emprendiéndose su modernización entre 1658 y 1668.
En una primera etapa, entre 1658 y 1662, se le dotó de baluartes; fosos secos; un revellín (“da Madalena”, al sur, al borde del río, protegiendo al puente romano) y un fuerte al norte: el de São Francisco, reforzando la fortificación a manera de ciudadela, en su esquina nororiental.
Entre 1664 y 1668, más arriba se levantó el Forte de São Neutel, donde primeramente se había colocado una estacada, en el “Alto da Trindade”, padrastro peligroso, que de tomarse por el enemigo serviría para batir el norte de la fortificación, incluido el Forte de São Francisco.
Con la Invasión Napoleónica, todo el conjunto sería potenciado, si bien tras la paz peninsular irá siendo absorbido por el progreso urbanístico, perdiendo parte de sus cortinas y baluartes, así como el Revellím da Madalena, si bien afortunadamente se conservarían sus dos imponentes fuertes.
Desde finales de la década de los años cincuenta del siglo XX, la Direcção Geral dos Edifícios e Monumentos Nacionais ha ido llevando a cabo una serie de actuaciones de consolidación, limpieza, restauración y reconstrucción que culminó en 1978, con la instalación de un museo histórico-militar en la Torre del Homenaje (abierto actualmente al público), ajardinándose el baluarte contiguo, el mejor conservado del conjunto, así como los dos fuertes, magníficamente preservados, tras posteriores actuaciones, de finales del siglo XX.
Tras unos derrumbes debido al mal tiempo y a diversas actuaciones de reconstrucción mal ejecutadas en 2001 (de las que nadie “parecía” ser responsable), entre 2004 y 2007 se pudo consolidar la fortificación con éxito.
LOS FUERTES.
Del patrimonio abaluartado, sin dudas, lo más monumental y completo son sus dos fuertes, auténticas joyas del arte monumental militar del siglo XVII.
El Forte de São Francisco, levantado en una colina donde antes existió un convento franciscano, se construyó entre 1658 y 1662. Ocupado por los franceses en la Guerra Peninsular, fue recuperado en 1809, tras violentos combates, favorables para los portugueses. En la segunda mitad de la década de 1970 fue utilizado como alojamiento provisional para familias retornadas (o refugiadas) de las excolonias portuguesas en África. Y a partir de 1994 se readaptó para utilización hostelera, que lo viene siendo desde mayo de 1997, como hotel de cuatro estrellas.
La planta del Forte de São Francisco tiene forma estrellada, con baluartes en sus esquinas. Se accede al mismo por un amplio portón del lado sur, existiendo accesos secundarios por el este y el oeste. En el interior se conserva la antigua Capela de São Francisco.
El Forte de São Neutel se construyó entre 1664 y 1668, protagonizando diversos enfrentamientos a lo largo de los siglos, incluso en 1912, entre fuerzas civiles, militares y el régimen republicano, sirviendo luego de prisión.

También de planta cuadrangular, con baluartes en los vértices, cercado con foso y con una segunda línea defensiva, tiene su acceso por la parte que conduce a la ciudad, al sur, con puente sobre el foso. Transferido a la Câmara Municipal, se construyó en su interior un anfiteatro para espectáculos, pero generalmente permanece cerrado. Muy interesante sería dinamizar su uso en actividades abiertas, así como su musealización sobre las fortificaciones de Chaves, completando el museo de la Torre del Homenaje del castillo medieval.

jueves, 14 de agosto de 2014

LA IRRUPCIÓN DEL LUMPEN


Moisés Cayetano Rosado
El lumpen no tiene ideología, ni patria, ni principios, ni dignidad o vergüenza. Es un superviviente de todas las batallas, de todas las trincheras, y se pasa de un lado a otro, gritando las consignas encontradas como la cosa más corriente. Y aprieta los gatillos en uno u otro paredón sin importarle quién esté enfrente o cuál es su delito.
Irrumpe en todos los tumultos a ver qué saca de provecho para sí, comiendo y carcomiendo al tiempo que simula ser de la más recia vanguardia de aquello que exponga el vencedor.
No es un invento de estos tiempos convulsos que vivimos. Ha estado siempre ahí, siendo muy útil a quien trataba de agitar y subvertir, para imponerse en el poder. Luego de utilizarlo, de explotarlo, de lanzarlo como carne de cañón, se le aparta del nuevo orden que se haya establecido, reprimiendo actuaciones que un poco antes les fueron alabadas, y pasa a constituirse en grupos marginales, donde lo que prima es el sobrevivir.
En el fondo lo suyo es siempre lograr sobrevivir -¡o bien vivir!-, como virus que infectan lo que tocan y que por sí no llega a parte alguna, sino que necesita victimas para medrar, para imponer sus leyes de psicópata.
A veces se le identifica con mendigos, prostitutas, marginados de la sociedad. Y no es precisamente eso, porque entre los que piden de forma habitual, los que comercian con su cuerpo, los que están excluidos del “reparto”, hay personas tan dignas como en cualquier otro colectivo.
Y es que hay un lumpen no solo entre los más necesitados sino también entre los que nadan en la abundancia del dinero. Por eso se puede hablar de un lumpen proletariado y de una lumpen burguesía. “La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpenproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa”, leemos en “Las luchas de clases en Francia de 1848 a1850”, de Carlos Marx.
Lo malo es que esta otra modalidad del lumpen no se deja barrer tan fácilmente. Es altamente previsora y extiende sus tentáculos como una hidra que te envuelve y ahoga. No es posible quitársela de encima cuando ya no interesa; tal vez porque interesa siempre, o porque es ella la que siembra e impone los intereses que estima conveniente.

El lumpen, sí, irrumpe, parece que seguirá irrumpiendo eternamente. Y ahora, cuando conmemoramos los trágicos sucesos del terrible agosto de la Guerra Civil española del 36, parece que los veo campando a sus anchas en uno y otro bando. Y ahora, que seguimos inmersos en esta horrible crisis económica que afecta a todo el mundo, siento cómo chirrían por toda la arboleda del bosque en que estamos perdidos la inmensa mayoría.

lunes, 11 de agosto de 2014

VISIÓN DE LA LUNA DEL 10 DE AGOSTO EN LA RAIA/RAYA

La luna del 10 de agosto -la más grande del año a nuestra vista- aparece por el este al tiempo que el sol va despidiéndose por el oeste. Queda Badajoz a un lado de la primera, y el segundo se oculta entre los olivares de la Gudinha, entre Elvas y Campo Maior, incendiado, enrojecido todavía, contrastando con la palidez del satélite, que apenas se adivina.
Pero muy poco a poco la luna va ascendiendo, dejando abajo el amarillo de los campos de trigo recién recolectados, con las alpacas aún por las lomas suaves, algunas envueltas en un plástico blanco, preservadas.
Ya acercándonos a la corriente de agua -la “levada”- que viene del barragem do Caia a todos estos campos de la Raia/Raya de Elvas/Campo Maior, la luna que era blanca va encendiéndose de un amarillo anaranjado. Resalta por encima de la máquina de riego, y los campos se vuelven cenicientos sin la ayuda de la luz solar.
El agua abunda aquí de manera envidiable. Badajoz queda enfrente, apenas auxiliado por el río Guadiana, cuyas aguas están retenidas en los pantanos del este de la provincia; pero en este lado de la Raia/Raya fluye por embalses y canales, que al salvar desniveles forman pequeñas, ruidosas cataratas.
Y ya, acercándonos al límite, a la línea de separación entre las dos naciones, una luna contundente y blanquísima ilumina la vía del tren Badajoz-Elvas, por donde cada día pasa (mañana y tarde) un tren de mercancías, con múltiples vagones. Lamentablemente, ninguno de viajeros.
A esta hora de recogida, con bandadas de aves buscando su acomodo, ya solo queda la luna viajando por el espacio de frontera, saltando de un lado al otro lado, brillante y grande, vigía de la noche, faro de la frontera diluida.

Moisés Cayetano Rosado

viernes, 8 de agosto de 2014

ELOGIO DE LA POBREZA
MOISÉS CAYETANO ROSADO

Cuando yo era muy joven y apretado de recursos (aunque no tan pobre como tantos a mi alrededor, muchos de los cuales se me perdieron en una emigración laboral compulsiva), llegué a un mundo que rompía mis esquemas de muchacho de pueblo envuelto en el sopor. Era para mí muy importante la poesía y tuve el privilegio de relacionarme con poetas de los que llamábamos “consagrados”, en mi tierra y allá a donde también me llevó la emigración.
Algunos, muy admirados, reconocidos, respetados, habían vivido grandes dificultades en su niñez y me parecía que estaban orgullosos de ello. Algo que nunca comprendí. La pobreza siempre me pareció muy triste, dura, traumatizante, sórdida, “moída pelo inferno duma aspiração sem esperança”, como retrataría a los desposeído de la tierra  el alentejano Manuel Ribeiro.
Pienso que estar hundido en las dificultades económicas, en la necesidad de las cosas más elementales, siempre desgarra, y para la infancia es claramente demoledor.
De ahí que tampoco entendiera el elogio de la pobreza en el Evangelio de San Lucas, que tanto nos habían remarcando en la escuela: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (6:20) y “Bienaventurados los que ahora padecéis hambre, porque seréis hartos” (6:21). Me recuerda aquella escena de “Las Hurdes (Tierra sin pan)”, en la que un niño paupérrimo escribe en la pizarra: “Respetad los bienes ajenos”: podría ser la “lectura subliminar” de lo anterior. O a los alumnos que en tantas escuelitas españolas de finales de los años veinte del pasado siglo (poco antes de la filmación de la película de Buñuel) vio el periodista Luis Bello: “los niños descalzos, muchos con las huellas inequívocas del paludismo, soportan mal el frío de diciembre, y tosen” (en “Viaje a las escuelas de España”).

Cómo voy a cantar a la rosa/ mientras muere un niño sin casa y sin ventana”, escribía el poeta zamorano Florentino Huerga, que conocí en Barcelona a comienzos de los años setenta del siglo pasado. Estaba muy ligado al extremeño oliventino Manuel Pacheco, poeta de hondas raíces humanistas, encuadrado fundamentalmente como el anterior en la poesía social: Pacheco, huérfano y hospiciano (“entraste en un hospicio a la edad en que los niños estaban defendidos por los regazos de sus madres”), pobre casi siempre o siempre. ¡Tan rico ambos en profundidad poética y en solidaridad! Tan abiertos a los jóvenes que nos acercábamos a su sabiduría.
Pero a ellos les dolía, como tantas veces le leí al argentino Ernesto Sábato (“los veo hurgar entre las bolsas de basura, hundiendo en la inmundicia sus pequeñas manos, destinadas a los columpios y a las calesitas”), esa niñez perdida entre los sueños imposibles y la terrible realidad. “¡Cantad, soñad, niños pobres! Pronto, al amanecer vuestra adolescencia, la primavera os asustará, como un mendigo, enmascarada de invierno”, denuncia Juan Ramón Jiménez en “Platero y yo”. ¡Ay, el niño yuntero de Miguel Hernández, “a los golpes destinado”!

Sin embargo, en mis amigos poetas existía una especie de elogio de su propia pobreza, como si el verso les pusiera a salvo de las dentelladas del hambre en sus tiempos de inocencia. Pero sus tiempos de inocencia no eran aún tiempos de verso, sino tiempos crudos de miseria, y eso pasa factura por mucho que se trate de sublimar tanta tristeza.

Mis amigos poetas llevaban en sus versos ese dolor. El dolor de una infancia que les fue robada, que les es robada a tantos niños, a tanta gente, a causa de una crisis que se superpone a otra, porque para los pobres la crisis cabalga siempre en la montura de sus cuerpos, llevando el fruto de su sudor para los mismos desalmados que viven siempre en el derroche, ejerciendo hipócritamente de salvadores del mundo y de la vida.

sábado, 2 de agosto de 2014

UNA DE VINO, ALCALDE Y POLICÍAS
 
MOISÉS CAYETANO ROSADO

Cada año, a finales de julio, asisto al espectáculo de la “Festa do Albariño”, en Cambados. Y veo por las noches, desde la carretera que lleva desde esta población hacia el norte, a la altura de Vilanova de Arousa, los bólidos que transportan a jóvenes alegres y gritantes, que a veces enderezan rotondas con la ayuda de ese buen vino gallego al que la fiesta rinde homenaje.
Por eso, cuando este año supe que la policía local había desaprobado toda instalación de barras exteriores en los bares de la ciudad, me pareció una medida llena de sensatez: no solo evita el peligro de las aglomeraciones tumultuosas y “broncosas” en la calle sino que limita los lugares donde seguir llenando el gaznate de vino, por medio de esos vasos que tantos se cuelgan al cuello como si fuesen escapularios.
Pero, claro, ahí estaba el alcalde para firmar el bando esperado por los parroquianos: sí permite, por su santa autoridad, que se prolonguen los mostradores hasta en medio de la ría si fuese necesario.
Bueno, pues la policía -desautorizada- se enfada y anuncia una huelga “a la japonesa”: velar por el cumplimiento de los horarios de cierre para los establecimientos vinateros.
¡Ja, ja, ja! ¡Ahora se jodió el alcalde, que tiene manga ancha y les deja siempre cerrar cuando les viene en gana!
Bueno, eso es no conocer bien al alcalde: petición a la Delegación del Gobierno de ampliación de horarios, concesión inmediata de la misma, y a tomar por el saco: barras a tutiplén y horarios a tutiplán. O sea, que los informes técnicos y las normativas aprobadas se desinforman y se desnormativizan sin problemas, quedando a la policía con el culo al aire.
Bien, y si los morlacos siguen enderezando rotondas u ocasionando disturbios callejeros, pues nada, tan ancho y pancho el buen alcalde, que es más “técnico” que ninguno, aunque más irresponsable que todos los demás juntos.

Todo sea por la promoción del jolgorio. ¡Ah!, y por esas elecciones municipales que están ya a la vuelta de la esquina.