DE CASTELO
BRANCO A PUEBLA DE SANABRIA Y REGRESO (I)
DE CASTELO BRANCO A JERUSALÉM DE ROMEU, PASANDO POR
MARIALVA
Castelo Branco. Detalle desde el castillo. |
Castelo Branco. Esculturas reales del Jardim Episcopal. |
Moisés Cayetano Rosado
Hacía varios años que no pasaba por Castelo Branco y siempre he tenido
ganas de volver. Subir a las ruinas de
su castillo bajomedieval (templario o de D. Dinis, que defensores de una u
otra autoría existen). Ver desde su privilegiada altura el Convento de Nossa Senhora da Graça, del siglo XVI, reconstruido en el
XVIII y desde hace más de 180 años sede de la Santa Casa da Misericórdia.
Contemplar a su lado el Paço Episcopal,
del siglo XVII, que fuera saqueado por las tropas francesas de Junot en
1807. Deslizar la mirada a la derecha, hacia el magnífico Jardim do Paço Episcopal, precioso jardín barroco, con un derroche de
fuentes, escalinatas, parterres, setos, azulejería, esculturas, extraordinario:
qué curiosas las pequeñas esculturas de los reyes de la dinastía Austria
(Felipe I, II y III), así como de su antecesor el Infante D. Henrique,
castigado también por propiciar la llegada de los “vecinos invasores”; pequeñas
representaciones en granito frente a la grandeza de los demás reyes
portugueses.
Jardim episcopal de Castelo Branco. |
Desde este privilegiado lugar vemos también la Igreja de S. Miguel (la Sé Catedral),
de origen románico, pero reconstruida en los siglos XVII y XVIII con alarde
barroco-rococó. Igualmente, queda a nuestros pies el caserío de la ciudad y los
alrededores, unos alrededores que nos invitan a seguir el viaje por esta Beira
interior que nos reserva tesoros inabarcables. Así, la tentación de desviarnos a las aldeas históricas del este: Medelim,
Monsanto, Idanha-a-Velha, Penha Garcia…; bordear la Serra da Estrela,
parándonos antes en Castelo Novo y a los pies de la cadena montañosa en
Covilha, subiendo por Vale Formoso y Belmonte hasta Guarda (¡no digamos
internarnos por Manteiga y su valle glaciar, o bordearla por el noroeste, de
pueblecitos deliciosos...
Pero esta vez dejamos atrás estos tesoros, que
se multiplican al este y al oeste, para acercarnos hasta un pueblo que aún
desconocía, a pesar de haberlo repasado
tantas veces en historias, leyendas, estudios, fotos: Marialva, poco antes
del Parque Arqueológico do Vale do Côa.
Marialva. Ciudad medieval preservada. |
Marialva
es una ciudadela medieval fascinante. No perturbada en su esencia por las
reconstrucciones que en los años 40 del pasado siglo
alteraron la autenticidad e integridad de tantas otras de Portugal, por aquel
afán historicista, medievalista ideal de Salazar y sus asesores en patrimonio
histórico-monumental. La ciudadela de
los siglos XII y XIII, es una estampa ruinosa pero dignísima de lo que sería en
los siglos XII y XIII una próspera, rica ciudad reciamente fortificada,
sabiamente adaptada a las curvas de nivel del terreno, con plaza central en la
que reina el Pelourinho y el silencio de los siglos, Torre del Homenaje con
anillo fortificado alrededor y cuatro puertas de entrada, una en cada punto
cardinal. La escasa población que la “guarda” está en las faldas del montículo
donde se alza esta joya medieval, así como más abajo, acercándose a la carreta
que nos lleva a Trás-os-Montes.
Torre del Homenaje de la fortaleza de Marialva. |
En alguno de sus pequeños bares-restaurantes
podemos saborear los productos de la tierra, queijos, enchidos, ensopados, el bacalhau a que tan aficionados
somos “los del interior” y su delicioso
“licor de vino” -blanco o tinto-, de leve dulzor y 20º, que nos ofrecen con
garantía artesanal los productores.
Y en Trás-os-Montes, antes de llegar a nuestro
destino programado (Bragança), nos vamos a acercar también a otra de estas
aldeas profundas del interior de Portugal que hasta ahora no había pisado
nunca: Jerusalém de Romeu, perdida entre
montículos y como olvidada en el silencio de los pocos ancianos que la habitan.
Jerusalém de Romeu. Medievalismo renovado. |
El
caserío de granito, con los accesos de las casas en alto, llegándose a las
puertas desde amplios escalones, se alterna con casas renovadas,
producto sin duda de los ahorros de emigrantes que mantienen raíces con su
lugar de origen y curan su nostalgia levantando segundas residencias que llenan
de vida en las vacaciones estivales. Un
mundo de flores, especialmente rosas, constituyen su principal señal de
despertar a la vida renovada. De Jerusalém -una de las primeras “aldeias
melhoradas” del tiempo de Salazar-, habría que destacar su afamado restaurante
“Maria Rita”, que mantiene con celo la tradicional cocina transmontana, y el Museu
das Curiosidades, con mobiliario, aparejos agrarios, automóviles antiguos,
bicicletas… pacientemente coleccionados por su propietario.
De
estas pequeñas aldeas (las visitadas y las insinuadas), y también del mismo Castelo Branco, nos
llevamos a Bragança ese silencio de los siglos… que tampoco veremos alterado
en el norte transmontano, ni en su vecina -más al norte- zona de Sanabria, a
donde nos pensamos dirigir.