EL
ENQUISTAMIENTO DEL PROBLEMA CATALÁN
Moisés Cayetano Rosado
Cuando llegué a Barcelona en enero de 1971,
procedente de mi pequeño pueblo extremeño diezmado por la emigración de
aquellos años, no había trabajado más que ocasionalmente en el bar de mi padre,
y a mis diecinueve años llevaba bajo el brazo el recién obtenido título de
Maestro de Primera Enseñanza, como una tabla de salvación que en Extremadura no
me sacaba de los “chatos” del bar.
Tardé diez días en encontrar trabajo, en un
colegio patrocinado por la Caixa, en el barrio del Clot, donde la mayoría
hablaba catalán, pero no hubo inconveniente en contratar a un joven inexperto
para llevar una clase de 45 niños a los que apenas doblaba la edad.
Allí aprendí a “enseñar”, como igualmente
aprendí a relacionarme con “el mundo”: escritores catalanes; narradores,
poetas, dramaturgos venidos de todos los puntos de la Península y otros más
exiliados, fundamentalmente de Latinoamérica, que nos infundían el respeto de
su nombradía. Con ellos, también, iría cogiéndole “el toque” a la escritura, y
publiqué mis primeros poemas, artículos, ensayos, conociendo el “sabor” de
algunos premios literarios en Barcelona y Badalona.
Fue en Cataluña donde encontré el sentido de la poesía, tratando a
figuras admirables, entre las que sobresalía Salvador Espriu. Y el sentido
profundo del proceso migratorio, de la mano del emigrante valenciano, muy
admirado en Cataluña, Francisco Candel, cuya obra Els altres catalans fijó los padecimientos y la trascendencia de la
emigración, tras su publicación en 1964.
Desde entonces, ya retornado, no he dejado de
volver a Cataluña de manera periódica. Allí tengo amigos de la época, y alumnos
que me recuerdan y con los que entrecruzo estima. Allí, calles, lugares de ocio
y de cultura, bares y plazas de tertulia que recuerdo y al visitarlos parece
que el tiempo no pasó.
Pero pasó. Pasaron los años y ha llegado el
viento arrasador de las confrontaciones. El tiempo de los rechazos y las separaciones. El tiempo,
incluso de los odios.
Y estas traumáticas jornadas de otoño de 2017,
a casi medio siglo de aquel descubrimiento de un mundo abierto y de
oportunidades, me encuentro con la imagen de un filo de navaja. Y a un lado y
otro quienes quieren accionar el mecanismo que mueva el acero en dirección a
donde están los “enemigos”.
¿Y quiénes son los enemigos? Entre los
protestan reconozco a gente con quien me relaciono, o recientemente o desde décadas.
Entre los ordenados con requerimiento judicial para atajar sus pretensiones y
mandatos gubernamentales de actuar con contundencia, servidores uniformados
salidos de mi pueblo, nuestros pueblos devastados, de emigración y paro, amigos
y vecinos.
¿Puede pararse el enquistamiento? ¿Con
detenciones, suspensiones de derechos? ¿A cuántos miles, decenas, centenas de
miles habría que neutralizar para conseguirlo? ¿Y cuántos heridos, muertos
llevarían estas operaciones consigo? ¿Por cuánto tiempo iba a ser necesario?
La evidencia nos muestra una situación
volcánica que no se ataja con agua ni echando fuego al fuego. Y es que no
hablamos de escandalosas minorías, ni de grupúsculos mediatizados, manipulados
como si fueran parvulitos.
La violencia genera violencia. Y la violencia
multitudinaria genera masacres de imprevisible desenlace.
Es claro que los dirigentes han fallado. Que no
han sabido dialogar y negociar. Que no han querido buscar con sensatez un
arreglo medianamente satisfactorio para todos.
Y es asimismo claro que cuando uno falla en lo
esencial debe dar un paso atrás. Recomponer el terreno social. Consultar a la
sociedad sobre modelos de futuro. Es, así, necesaria la “consulta”: ni Rajoy ni
Puigdemont pueden garantizar la convivencia, por lo que deben apartarse. Y sus
propuestas fracasadas han de someterse al veredicto popular en las urnas, con
elecciones generales y autonómicas anticipadas que traigan nuevos responsables,
nuevos dirigentes que no nos lleven a la catástrofe.
No puede ser que en esos menos de cincuenta
años que median entre mi experiencia positiva de juventud y la actual calamidad
haya un abismo infranqueable. Como escribía Salvador Espriu en 1960:
A
VECES ES NECESARIO...
A veces es necesario y forzoso
que un hombre muera por un pueblo,
pero nunca ha de morir todo un pueblo
por un solo hombre:
recuerda siempre esto, Sepharad.
Haz que sean seguros los puentes del diálogo
e intenta comprender y amar
las razones y las diversas hablas de tus hijos.
Que la lluvia caiga poco a poco en los sembrados
y el aire pase como una mano tendida
suave y muy benigna sobre los anchos campos.
Que Sepharad viva eternamente
en el orden y en la paz, en el trabajo,
en la difícil y merecida
libertad.
A
VEGADES ÉS NECESSARI...
A vegades és necessari i forçós
que un home mori per un poble,
però mai no ha de morir tot un poble
per un home sol:
recorda sempre això, Sepharad.
Fes que siguin segurs els ponts del diàleg
i mira de comprendre i estimar
les raons i les parles diverses dels teus fills.
Que la pluja caigui a poc a poc en els sembrats
i l'aire passi com una estesa mà
suau i molt benigna damunt els amples camps.
Que Sepharad visqui eternament
en l'ordre i en la pau, en el treball,
en la difícil i merescuda
llibertat.
Tomen lección de este sabio y gran poeta que, cuando
lo conocí, estaba ya bastante desalentado y descreído, pero que presagiaba un
descontento eruptivo imparable, repitiendo la historia de luchas y de sangre.