domingo, 1 de abril de 2012


MARCHAR, MARCHAR DE NUEVO


En 1914 publicaba Felipe Trigo su obra “Jarrapellejos”, donde retrata el caciquismo más salvaje y rústico de nuestros pueblos del sur, en medio de la miseria y el sojuzgamiento de la gente sencilla, que no tenía otra salida que la “aventura de América” como sueño de prosperidad. “Na se perdiese por cambiá, manque hubiá de sel en el infierno”, dice uno de los personajes de la novela.
Hace unos días publiqué una foto de niñas de la escuela de comienzos de los años cuarenta en uno de esos pueblos olvidados. De las 26 presentes en la instantánea, 10 han muerto y solo 2 viven aún allí: a las 14 restantes “se las llevó” la emigración; las más se fueron jóvenes (años cincuenta y sesenta) y las otras de mayores, siguiendo el rastro de sus hijos, asentados fuera, que las reclamaron en la vejez.

Posteriormente expuse aquí otra foto de niños de la escuela (finales de los años cincuenta): hijos de las anteriores. De los 37, 1 ha muerto y únicamente 7 viven en el pueblo; 29 están “espalhados por tudo o mundo inteiro”, como dicen los portugués, que tanto saben de ello. 

¿Y qué pasa ahora, tras de que asistiéramos a finales del siglo y principios del actual a una llegada insólita de inmigrantes del este europeo, África y Latinoamérica? Que de nuevo se mira al exterior: a las zonas industrializadas de la Península y a los países prósperos de Europa y “emergentes”: Alemania, Norteamérica y los lejanos de Oriente, que “nos están comiendo con patatas”… de imitación.
Emigrar es un derecho y una alternativa entusiasmante cuando se hace puntual y libremente. Pero un duro camino siendo en masa y sin remedio si se quiere subsistir. “Cuánto en ti han de sufrir, ¡oh, Patria!/ Si ya tus hijos sin dolor te dejan”, escribía Rosalía de Castro a finales del siglo XIX, época también de incontenible sangría migratoria. Pero sufrir, sufrir se sufre si se marcha por pura necesidad, porque “siempre se pierde algo por cambiar” (contradiciendo al personaje  citado al principio, de la obra de Felipe Trigo), aunque solo sean las raíces, que se arrancan y luego es tan difícil que puedan impulsar la sabia a que nos tenían acostumbrados…

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