viernes, 25 de octubre de 2013

OLIVENZA/OLIVENÇA, LA ESENCIA DE LO TRANSFRONTERIZO
Moisés Cayetano Rosado
Olivenza es el abrazo de las culturas hispano-portuguesas -y más en concreto extremeño-alentejana- llevadas al extremo, al acertado extremo de lo sincrético, elevado a la categoría de arte en cada rincón y, por supuesto, en cada monumento.
Desde que divisamos la ciudad, se llegue a ella por donde sea, ya nos sobrecoge su estampa cincelada a lo largo del tiempo, presidida por la imponente Torre del Homenaje de su castillo de los siglos XIV y XV, mandada a construir por el rey D. Juan II de Portugal. Conforme nos acercamos, los lienzos de muralla, de perímetro ovalado, los baluartes y la magnífica puerta del Calvario, de los siglos XVII y XVIII, nos delatan la relevancia militar y su papel en las continuas guerras de frontera.
Fundada en el siglo XIII por la Orden del Temple, Olivenza -la Olivença portuguesa- guarda en su trazado el recuerdo medieval de rincones, calles serpenteantes, plazuelas, pasadizos volados, rejas en ventanales y balcones, blancura en las paredes, rojo de arcilla en los tejados.
El recio castillo hace las delicias de los visitantes, subiendo la rampa de su Torre, tan cuidadosamente rematada en sus corredores, ventanales, estancias interiores, terrazas, miradores). Su espacioso patio; las construcciones anexas de la Panadería del Rey -actual Museo Etnográfico “González Santana”, uno de los más completos de la Península-, y al exterior las puertas de Alconchel y la de los Ángeles, conforman un espacio histórico tardomedieval de alta calidad artística. Todo ello, bien rehabilitado, atendido y ofrecido al visitante.
Al lado mismo, tenemos la Iglesia de Santa María del Castillo, renacentista, realizada en los s. XVI y XVII sobre otra anterior del XIII, con bellísima azulejería barroca policromada, y a pocos pasos la de La Magdalena, ligeramente anterior en el tiempo, manuelina, majestuosa en sus inusitadas columnas retorcidas, su altísima bóveda estrellada de la nave central, sus altares barrocos, la excelente azulejería.
Y sin habernos sobrepuesto de tanta grandeza, nos topamos con el actual Ayuntamiento, antiguo Palacio de los Duques de Cadaval, cuya puerta de entrada, recargada, espectacularmente manuelina, es estampa conocida en medio mundo.
Podemos seguir admirando palacios, casonas, cuarteles, conventos (en la capilla de la Casa de Misericordia se encuentra el mejor ejemplo de azulejería portuguesa, con historias del Antiguo y Nuevo Testamento), plazas y paseos. Nuevos jardines centrales y de barrios, trazados con maestría. Casitas que nos confunden: (¿estamos en Alentejo?), con sus fachadas bajas y chimeneas de tiro gigante...
Podemos perdernos revisando la magnífica Biblioteca de Estudios Portugueses y la de Estudios Ibéricos que el Ayuntamiento, gracias al tesón de su bibliotecario, Luis Limpo, ha logrado reunir. Sin duda, nos encontramos ante un extraordinario patrimonio, que debería serlo “de la Humanidad”.
Pero Olivenza también ofrece una rica cocina con la que animarnos el estómago, parte esencial de los viajes: cocido y caldereta extremeños, guisos de caza menor y mayor, así como su envidiable repostería, en la que destacan las tartas de almendra, los pasteles de higo y de bellota, pero sobretodo la técula-mécula, que muchos quieren imitar en Extremadura y Alentejo sin conseguir el especial sabor, la peculiar textura que aquí se le da, sobre todo en la Pastelería Fuentes.

Por si fuera poco, la amabilidad de la gente, su serena amistad y ese acento único de matices portugueses y “manto” extremeño, tan cantarín, tan alargado y silbante en las vocales, nos acabarán por conquistar sin otras condiciones.

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