viernes, 17 de febrero de 2012

ELVAS


        Elvas se desliza  -também “antiga e senhorial”- ladera abajo, hacia el sureste, desde el montículo donde vigila su hermoso castillo medieval, como si fuera una tarra de leche derramada. Blanca y brillante al sol, mágica con el tenue brillo de la luna, fascinante si la niebla la envuelve, nostálgica si la salpican las gotas de la lluvia.

        Al norte y sur, como dos joyas fieles que la guardan, los Fortes da Graça y de Santa Luzia delimitan una línea de lomas y de valles que rompen con la monotonía de la planicie alentejana. Cercando al Casco Antiguo, semiescondida por la traza maestra de los glacis, su fortificación abaluartada es un derroche de lienzos de muralla, baluartes, garitas, puertas, fosos, flechas, revellines…, con su cola dentada en el portentoso aqueduto de Amoreira. Y otra vez allí el paisaje es un regalo delicioso.

        A ello se une el revuelo de sus múltiples barrios periféricos, y por dentro la riqueza de un portentoso patrimonio civil, militar y religioso -asomado a su trama urbana laberíntica- que son hojas de historia, de arte y de sosiego.

        Ciudad para ver, para volver, para quedarse. Patrimonio para la Humanidad que ¡tanto cuesta mantener! Y que entre todos debemos preservar.





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