De Las Batuecas y la Peña de Francia a
la Sierra de Gata pasando por Coria, Ciudad Rodrigo y Almeida (y V)
DE CIUDAD RODRIGO A LA SIERRA DE GATA
Como llegamos a Ciudad Rodrigo al atardecer, lo mejor es dar una vuelta por el paseo de ronda de sus murallas, y al hacerse de
noche bajar a los glacis, para realizar el mismo recorrido desde el
exterior. Saldremos por la Puerta del Sol, al este, dirigiéndonos hacia el sur,
camino del castillo, observando el manso discurrir del río Águeda, que sirvió
de “antemuralla”, por su propia presencia y por la cortadura que ha cavado
hacia la población; pasado el castillo, podemos salir por la Puerta de la
Colada, protegida por barbacana cuadrada, que baja al río. A continuación
comienza la parte más fortificada, abaluartada
en redientes con amplios glacis que ocupan todo el oeste, el norte y el este de
la ciudad.
Siendo su catedral románica de transición al gótico -con altanera torre del
siglo XVIII- todo un espectáculo de formas
ojivales y estrelladas, con riqueza escultórica asombrosa, la iluminación de
la noche desde los glacis la convierte en una hermosa nave que surca el adarve
con troneras, lo rebasa y corona en blanco deslumbrante el paseo de ronda que
previamente nos sirvió de mirador.
Ciudad Rodrigo es una ciudad espectacular,
por su monumental Plaza Mayor, presidida
por elegante Ayuntamiento renacentista; palacios, iglesias y conventos; el Castillo de Enrique II de Trastámara de
finales del siglo XIV (hoy lujoso Parador), con torre caballera de un siglo
después; las murallas del siglo XII,
con más de dos kilómetros de longitud, a
la que en el siglo XVIII se le adelantan los redientes artillados.
Y espectacular son también su farinato (embutido de miga de pan, grasa y
carne de cerdo, pimentón y especias) con huevos fritos, sus patatas meneás,
la chanfaina y el hornazo, por no hablar de su repostería de mazapán, floretas
y obleas, sin olvidar las perronillas y mantecados.
Bajar
de allí a la Sierra de Gata, al oeste de nuestros primeros destinos, es
sumergirse otra vez en el paraíso de los robles, encinas y castaños.
Media docena de pueblos esenciales deberían constituir nuestro recorrido: al
norte, San Martín de Trevejo, Eljas y Valverde del Fresno, los “pueblos de la
fala” (la lengua romance del subgrupo galaico-portugués), que podemos oír al
menos a los más mayores en el remanso de sus plazas porticadas; más al sureste,
Trevejo, Hoyos y Gata, con el tiempo igualmente detenido en su legado medieval
y sus costumbres.
En
San Martín de Trevejo corre el agua limpia por las calles -en
intencionadas hendiduras-, que los propios vecinos “orientan” con barreras
vegetales y piedras para que discurra bajando una u otra calle, con destino al
riego de sus diversas huertas.
Y en su hermosa plaza nos refrescamos, bajo
los soportales de bares y oímos a parroquianos mezclando el castellano con la
“fala” en un hablar pausado, que no necesita de las prisas en este mundo
reducido, autosuficiente en su humildad.
Después, en
Hoyos, su Iglesia parroquial de Nuestra Señora del Buen Varón nos dará una
resumida lección de sucesiones estilísticas, mostrándonos el románico su
portada principal, otra el gótico inicial y una más el gótico florido, además
del renacentista de su torre, y si entramos en el interior el barroco de un
retablo atribuido a José de Churriguera.
En
Hoyos sería asesinado por los franceses el 29 de agosto de 1809 el obispo de
Coria, Juan Álvarez de Castro, lo que se conmemora en un panel
de azulejos policromados, levantado a la entrada del pueblo en el bicentenario
de su muerte.
Desde Hoyos, tras comer de nuevo
deliciosamente (ahí va una sugerencia: mojo de
bacalao, crepes de boletos a la miel de la Sierra, caldereta de cordero,
cochinillo al adobo extremeño, migas, biscuit de higos o boletus y tarta queso),
bajamos para empalmar de nuevo con la carretera que tomamos en Coria subiendo
nuestra “escapada”. Sencilla y provechosa, con muchas posibilidades de
ampliación, pero suficiente para un pequeño respiro, siempre tan gratificante.
Moisés Cayetano Rosado