LA MAGIA DE
NÁPOLES Y SUS ALREDEDORES
Moisés Cayetano
Rosado
Te vas acercando a Nápoles y la presencia del Vesubio es una constante
desde el aire, que se repite en tierra, tanto en la misma urbe como en los
desplazamientos por los alrededores.
Cuando en la ciudad dejas el bullicio de sus
calles (que en el Casco Antiguo adquiere un ritmo trepidante y una circulación de ciclomotores endiablada), y
subes al Castillo de Sant’Elmo,
vuelves otra vez a contemplar la imagen apacible de quien sembró tantas veces
el caos, especialmente en el año 79, sepultando vastos territorios y las
míticas ciudades de Pompeya y Herculano.
¡Qué imagen más extraordinaria la de Nápoles
desde los montes del entorno, con sus múltiples iglesias, de cúpulas barrocas; sus fortificaciones (entre las que destaca el
Castel Nuovo); el puerto marítimo;
el caserío interminable, que se
prolonga sin interrupción Vesubio abajo hasta la costa amalfitana!
Quizá lo más sabroso de la ciudad sea el callejeo por la zona antigua (especialmente
la Vía Tribunali y la Benedetto Croce -además de la más sofisticada Vía Toledo-,
con sus puestos de pizzas, pescaditos fritos y heladerías, aparte de palacios e
iglesias de un barroco esplendoroso). Pero no podemos perdernos el Museo Arqueológico, donde hay que
“echar” casi un día entero entre sus valiosísimos tesoros, especialmente
obtenidos de las excavaciones de Pompeya y Herculano. Es sobrecogedor ponerse
delante del mosaico de la “Batalla de Alejandro contra Darío” o la
escultura teatral del “Toro Farnese” y tantas otras composiciones soñadas
cuando estudiamos la Historia del Arte Universal.
¡Hay
tanto para comentar de esta ciudad inolvidable! Tal vez
más adelante me detenga en algunas cuestiones que me llaman poderosamente la
atención, pero ahora quisiera dar un vistazo rápido por los alrededores. Pasar
la vista por Pompeya, tan conocida por cualquiera, tan fotografiada,
representada, multiplicada en libros y tratados.
Esa
Pompeya que presenta un urbanismo envidiable y un callejero extraordinario,
donde el ingenio humano lleva a ordenar la seguridad del tráfico rodado de una
manera excepcional, anticipándose a las “bandas elevadas” actuales, con la
colocación de obstáculos elevados y hendiduras de acceso rodado obligatorio,
que impiden circular con velocidad temeraria. Algo que no veremos en Herculano,
ciudad más residencial, menos bulliciosa, comercial, “motorizada”.
En
Herculano, los visitantes nos solemos concentrar delante
de los “refugios-trampas” de lo que
fueron las instalaciones del puerto, en donde quedaron atrapados cientos de
habitantes que pretendían huir de lo imposible: la furia del volcán, que los
sepultaría con su ceniza y lava. Y como en Pompeya, en sus casas magníficas, de
patio central porticado y habitaciones
de paredes artísticamente pintadas y suelos de mosaicos, además de sus
múltiples tiendas, entre las que destacan las panaderías, de molinos y hornos
que parecen a punto de funcionar de nuevo.
La
costa sigue, sinuosa, al sur, llegando a la agradable
ciudad fortificada de Sorrento, y
desde allí el paisaje se recorta, sube y baja en una sucesión de montes, acantilados, valles, mar que se nos ofrece y que se
oculta, torres de vigilancia, caseríos…, camino de Amalfi, ciudad de
belleza especial en sus callejuelas, rincones, pasadizos continuos que
recuerdan a una ciudad norteafricana, casas magníficas, plazuelas,
extraordinaria iglesia (Duomo
Sant’Andrea, que es todo un tratado de arte, desde el siglo X hasta la
actualidad: claustro, cripta, museo y templo son una sorpresa para los sentidos).
Otro día tomamos la ruta hacia el norte, para
encontrarnos enseguida con Caserta, cuyo
Palazzo Reale es Patrimonio de la Humanidad, como todo lo que hemos ido
visitando más atrás.
Un poco descuidado en sus jardines, como
descuidado está el resto del patrimonio mencionado (por falta de personal a su
servicio, por falta de fondos económicos que se destinen a su conservación,
adecentamiento y realce), merece en cambio visitar
las múltiples habitaciones de su interior, una joya cada una de derroche
imaginativo barroco y rococó, que a pesar de lo recargado de los estilos no
cansa a la visita, por el buen gusto con que todo fue tratado en su momento.
Sí, la
visita a Nápoles y sus alrededores es una aventura llena de magia y de
compensaciones. Prometo incidir en algunos detalles. En tanto, queda esa
imagen desde la ventanilla del avión,
con la Isla de Capri invitándonos a otra
estancia venturosa. Y es que el entorno napolitano no quiere dejar que nos
marchemos…