viernes, 26 de abril de 2013


LA CONSTANTE PRESENCIA DE LA EMIGRACIÓN
Estos días estuve en Madroñera, presentando en su Casa de la Cultura Emigración en Extremadura 1961-2011, exposición producida y coordinada por la Fundación Cultura y Estudios de CCOO, para la que colaboré con los textos, cuadros estadísticos, mapas y documentación de la época (pueden consultarse los paneles en el documento 28 de http://moisescayetanorosado.blogspot.com.es/p/paginaprueba.html).
La bibliotecaria, Isabel Moza Barquilla, me hablaba previamente de cómo el pueblo perdía cada año población, pues el índice de envejecimiento es muy alto y la natalidad escasa. Es un denominador común de las localidades que sufrieron la gran riada migratoria de los años sesenta y setenta del siglo pasado: se marchó gente joven, en edad laboral y de tener hijos, quedando en ellas los que ya iban pasando a la etapa de jubilación. Los pueblos del Sur (sur de España, de Portugal, de toda la Cuenca Mediterránea) sufrieron ese fenómeno de pérdida de capital humano, que los envejeció y no les redimió de su pobreza estructural.
Durante la charla-coloquio que di sobre este fenómeno -que en Extremadura se llevó en los años duros del proceso (1961-1975) al 40% de sus habitantes-, desde el público asistente se comentaron experiencias muy interesantes. Quiero resaltar dos, por lo que tienen de ilustrativas de lo que significó para los protagonistas.
Contaba una señora mayor que ella y su marido se marcharon a París a mediados de los años sesenta, y que su primera colocación fue en el servicio doméstico; pasó luego a lo que sabía hacer mejor: coser. Y en ello ganó dinero suficiente como para conseguir unos ahorros tranquilizadores, que le garantizaron un regreso digno. El esfuerzo -contaba- fue muy grande, el sacrificio intenso; las condiciones de vida, duras; la barrera del idioma bastante traumática en los primeros años; la integración, dificultosa. Aún así, solo decidieron el retorno porque una enfermedad del marido quebró su vida laboral.
Otra mujer, más joven, contaba la experiencia de su padre en Alemania, a donde marchó solo, quedado en el pueblo mujer e hijos: tremenda experiencia de soledad y desgarro familiar para unos y otros, que en ningún momento consiguieron la reagrupación; escasas ganancias económicas, pese a los muchos sacrificios personales, laborales; retorno sin cubrir las expectativas, las esperanzas creadas, que chocaban con la dura realidad del país: Alemania únicamente buscaba cubrir sus necesidades de mano de obra barata, sin atender a las demandas humanas del que espera una acogida humanizada.
Ni qué decir tiene que la inmensa mayoría de los asistentes al acto tenían parientes, amigos, conocidos en los más diversos puntos de nuestra emigración extranjera e interior.
¿Y ahora? El pueblo, nuestros pueblos: con una escasa población joven que no tiene esperanzas laborales en su tierra, pero que tampoco no las ve fuera, como en aquellos años de la estampida migratoria sí se tuvieron. Y una situación de desarrollo que no se ha sentido sostenida por el beneficio inmediato de aquella emigración: el alivio del paro que supuso, la entrada de divisas por sus remesas de dinero. Al contrario, se ha pasado de ser las zonas con población más joven del Estado a las más envejecida, a la más necesitadas asistencialmente, a las que tiene un futuro más difícil, dentro del difícil futuro para todos.
Moisés Cayetano Rosado

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