REDESCUBRIR CAMPO MAIOR
Moisés Cayetano Rosado (texto y fotos)
PASADO Y LEGADO.
A estas alturas quizás sea una
exageración hablar de redescubrir Campo Maior, cuando tantos
rayanos hemos disfrutado de sus calles engalanadas con flores de papel en las
fiestas que -sin una periodicidad exacta- celebran en septiembre. Otros muchos
van al cercano Barragem do Caia, amplio y pintoresco
embalse, para pescar, bañarse, practicar el campismo, coger espárragos, etc.
También algunos disfrutan de sus cada vez mejor acondicionados restaurantes,
que hacen la competencia a los de Elvas y de Badajoz, sobre todo en la
preparación del bacalao, el ensopado de borrego, los asados de todo tipo, los
dulces caseros, los vinos y licores propios.
Sin embargo, Campo Maior es mucho más.
Ya cuando vamos por la carretera que nos lleva desde Badajoz (no el “atajo”
que, llegando, se indica a la derecha, sino de frente) tenemos una vista
impresionante de su castillo medieval -mandado edificar originalmente
por el rey D. Dinis en 1310, reconstruido tras la explosión en 1732 del polvorín de su Torre del
Homenaje- y de la Iglesia Mayor (Igreja Matriz),
precioso templo de los siglos XVI-XVII, de altísima fachada flanqueada por
dos torres gemelas, manierista, con interior de tres naves separadas por
pilastras con arcos de medio punto y nueve altares barrocos.
Como hay que dar un amplio rodeo hasta
entroncar con la carretera que viene de Elvas, durante todo el trayecto -a mano
derecha- nos irá acompañando esta vista de la ciudad dominada por ambos
monumentos a cuyos pies se extiende un caserío de tejados rojos y
blancas fachadas que emparientan el urbanismo rural alentejano con el
extremeño. Delimitando este espacio, tenemos amplios lienzos de muralla
abaluartada de los siglos XVII y XVIII.
No olvidemos que estamos ante una ciudad
fuertemente fortificada, fronteriza, enfrentada tantas veces con España,
de la que a principios del siglo XIII (1219) dependió, al ser conquistada a los
musulmanes, hasta que en 1297 pasó a formar parte de Portugal, por el
Tratado de Alcañices. En 1509, bajo el reinado
de D. Manuel, el escudero de la Casa Real Duarte de Armas registraría su
panorámica general en dos dibujos excepcionales y una planta minuciosa del
castillo, que son un registro imprescindible para conocer la estructura de la
época, como ocurre con otros 55 castillos fronterizos más, dentro de su obra Livro das Fortalezas.
Posteriormente, la Guerra de Restauração (1640-1668) impulsaría a realizar la
ambiciosa fortificación abaluartada, primero bajo la dirección del matemático e
ingeniero holandés y jesuita João Pascácio Cosmader, y a continuación por el
ingeniero francés Nicolau de Langres. Por entonces, junto a Elvas y Juromenha,
este enclave pasaría a ser de “defensa prioritaria”, al estar situado en el
punto más vulnerable de la frontera: llano, con mínimas dificultades para la
artillería, de buenos recursos en agua y alimentos para los invasores y
caballerías, y en la línea directa del corredor Madrid-Lisboa.
Durante la Guerra de Sucesión española (1701-1714) volverían los enfrentamientos, al aliarse Portugal con el pretendiente austríaco, en contra del francés Felipe de Anjou, Felipe V de España. El cerco padecido en 1712, inmediatamente posterior a la cercana Batalla de la Gudiña, de 1709, obligó a nuevos refuerzos y obras de consolidación del amurallamiento. En el plano de João Tomás Correia sobre dicho asedio tenemos una visión completa de la fortificación abaluartada, así como de sus desaparecidos fuertes, que nos dan cumplida idea de su importancia defensiva.
Ya durante las Guerras de Invasión Napoleónica (y su antecedente “Guerra de las
Naranjas”, 1801), sufrirá nuevos asedios y ocupaciones, especialmente en
1812, no sin antes haber vivido una tragedia
especialmente devastadora: en la madrugada del 16 de septiembre de 1732 un
rayo provocó la explosión del polvorín situado en la Torre del Homenaje del
Castillo, donde se almacenaban unas 60 toneladas de pólvora y 5.000 cartuchos,
ocasionando 316 muertos, cerca de 2.000 heridos y quedando destruido el
castillo y gran parte del caserío.
CAMPO MAIOR HOY.
Tras los muchos reveses históricos,
Campo Maior ha sabido sobreponerse a las contrariedades y, precisamente a causa
de la necesidad de defensa y al modelo urbanístico impuesto por las guerras
(con gran presencia de cuarteles militares y almacenes del ejército), se nos
muestra ahora como una población de
extraordinarios recursos patrimoniales, muy bien valorizados por la Câmara Municipal y por la población en general.
Esta ciudad, tan hermanada con
Extremadura, y más concretamente con Badajoz, que supo acoger de manera
ejemplar a los refugiados extremeños que huían de las represalias de la Guerra
Civil española de 1936-39, es una referencia obligada para todos.
Callejear por su zona antigua es una
delicia. El entramado medieval de la misma, lleno de rincones, calles que se
estrechan o ensanchan, que se ondulan, que suben la cuesta hasta el castillo
(visitable, con un Centro de
Interpretação das Fortificações realmente admirable) de hermosas vistas al
territorio circundante y caserío en anillo, de amplias chimeneas) nos trasporta
en el tiempo y nos envuelve con su serenidad, su remanso de paz.
Son de garantía sus pequeños
restaurantes, en muchos de los cuales han recuperado la artística bóveda
extremeño-alentejana, y sus pastelerías, con estupendos dulces y café. De
garantía son también, en el Jardim -la plaza principal-,
sus terrazas, donde podemos comer unos deliciosos caracoles a precio
más que asequible, y deambular entre la densidad de su arbolado, arbustos y
parterres.
Entre este Jardim y la Iglesia principal está la Plaza del Ayuntamiento (Câmara Municipal), que al medio tiene uno de los Pelourinhos (Picota o Royo, en castellano) más hermosos de la Península. Y al lado de esta Iglesia más atrás nombrada, una capilla (Capela dos Ossos) forrada de huesos humanos de la que existe un modelo similar en Alentejo, en Évora; recordatorio tétrico y pintoresco de que “todos tenemos que morir” y de que “Nós ossos que aquí estamos, pelos vossos esperamos”. En fin, siempre es un alivio poder seguirlo viendo... Buena parte de estos restos óseos se deben a los enterramientos tras la explosión del polvorín de 1732.
Diversos museos completan
el aliciente de la visita, como el del Lagar (Palácio Visconde d’Oliva),
el Museu Aberto do Quartel do Assento (donde también se encuentra el Centro de
Interpretação das Festas do Povo -Casa das Flores-), la Casa-Museu Santa
Beatriz da Silva (santa del siglo
XV, fundadora de la Orden de la Inmaculada Concepción, que conserva un
monumental Monasterio en la localidad), el de Arte Sacra (que se
encuentra instalado en la Igreja
de São João Baptista, espectacular templo neoclásico de planta octogonal y
fachada de mármol tallado) o el
Centro de Ciencia do Café (amplísimo espacio moderno periurbano que
pretende difundir la cultura del café, promover espacios dinámicos de
conocimiento y ocio con los mejores medios tecnológicos).
La amabilidad y buena profesionalidad de todas y todos los responsables y guías de estos museos y centros de interpretación hacen que las visitas resulten plenamente agradables y provechosas.
Siendo todos
altamente recomendables, quiero llamar la atención sobre el doble Museo del
antiguo Quartel do Assento, o sea, el amplísimo cuartel donde se fabricaba
el pan y se almacenaban otras vituallas para la tropa. En gran parte de su
planta baja se encuentra el Museu Aberto, de carácter etnográfico (como
los que también tienen en sus respectivos “Quarteles do Assento” Elvas u
Olivenza), con un recorrido histórico desde la prehistoria hasta la actualidad.
El resto y plantas superiores se destinan a la “Casa das Flores”, que alberga la historia, los métodos y el encanto de esta muestra de la cultura popular, declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en diciembre de 2021. En la planta alta encontraremos “mujeres artesanas” que confeccionan las flores de papel y ayudan al visitante a realizar su propia “obra de arte”. Éste, como casi todos los demás, es un museo interactivo, dotado de los máximos avances informáticos, que facilitan la información y entretienen acertadamente al visitante.
OUGUELA.
A siete kilómetros en dirección noreste se encuentra una pequeña aldea que recomiendo conocer: Ouguela, con poco más de un centenar de habitantes, castillo de la misma época que el anterior. La misma está reforzada por asombrosa fortificación de la Edad Moderna, realizada por el ingeniero Nicolau de Langres. Sin embargo, las actuaciones más importantes tendrán lugar a mediados del siglo XVIII, en que se le dota a la fortaleza de un baluarte, un medio baluarte, hornabeque y revellín.
Una
vez más se nos muestra la importancia estratégica de la zona en las guerras con
España, teniendo al medio una cisterna visitable, a la que se accede por una
cómoda escalera recientemente rehabilitada. Igualmente, contiene en el interior
la rehabilitada Casa del Gobernador y un horno comunal. En el exterior del
perímetro amurallado: profundo foso perimetral, contraescarpa, camino cubierto,
parapetos y plazas de armas. Todo ello, muy similar (aunque de dimensiones
lógicamente inferiores) a la Plaza fortificada de Campo Maior.
Una amplísima vista de la
campiña hasta Alburquerque hace las delicias de cualquiera. Todo
alrededor es silencio, quietud, rumor de agua, canto de pájaros del amplio
valle extendido a sus pies. Desde ahí se puede ir -por buena carretera- a esta
ciudad española, con la que tantas relaciones tuvo siempre, a pesar de los
polvorientos y vigilados caminos en las épocas del contrabando con que tanta
gente humilde se ganaba la vida.
En la carretera que comunica Campo Maior
a Ouguela, antes de llegar a ésta última, a la derecha, tenemos una carretera
que nos lleva en pocos kilómetros al Santuário de Nossa Senhora de Enxara, de
estilo barroco y “tintes” alentejanos, muy frecuentada por la población local,
que allí celebra cada año una frecuentada romería, por la Pascua.
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