DEL “TRIÁNGULO POÉTICO” A LA
SINGULARIDAD DE RUFINO FÉLIX MORILLÓN
Moisés Cayetano Rosado
En estos días en que comienzan los rigores del verano, el poeta
extremeño Rufino Félix Morillón preparaba las maletas para pasar el estío a las
orillas del mar de Cádiz. ¡Extremadura y Cádiz, grandes presencias en su obra
sublime, de las que ya no gozará, pues le acaba de llegar la muerte a sus 96
años!
En el último tercio del siglo pasado dimos en llamar el “triángulo
poético extremeño” al formado por Manuel Pacheco (1920-2020), Luis Álvarez
Lencero (1923-2023) y Jesús Delgado Valhondo (1909-1993). Fuera del tan citado
grupo nos quedó Rufino Félix Morillón, emeritense nacido en 1929. Premio de
poesía Ciudad de Salamanca (2001) y Ciudad de Badajoz (2005), había sido previamente
primer accésit del Premio Jesús Delgado Valhondo en 1989, con el poemario
“Crestería de la sal”.
Rufino Félix Morillón publicó su primer libro “tardíamente”:
“Tarde cerrada” (1989), cuando contaba con sesenta años de edad, aunque ya
había hecho incursiones frecuentes en revistas y publicaciones colectivas;
después se resarciría con casi una veintena de libros en versos y varios más en
prosa, recopilatorios de artículos y otros escritos, gran parte publicados en
el periódico HOY. El Ayuntamiento de Mérida, que le nombró “Hijo Predilecto” en
2003, ha publicado su obra poética en dos tomos impecablemente editados, de
casi 700 páginas cada uno.
Ese “retraso” en dar a la luz sus poemarios puede estar en el
origen de no incluir su nombre en el grupo de poetas de especial significación
en la Extremadura de la segunda mitad del siglo XX, pese a sus merecimientos. Su
obra es, además de compacta, un amplio conjunto sin fisuras en cuanto a la
limpieza del lenguaje, la elegancia en la expresión y el acierto en las
metáforas, su ritmo musical de cadencia admirable y la serenidad de un mensaje
metafísico con timbre tan singular que ha conseguido un “sello poético” propio,
como pocos autores lo han logrado. Más de una vez he afirmado que estamos ante
uno de los escritores contemporáneos más completos de la poesía española y
seguramente la voz extremeña más sublime y pura.
Últimamente, Rufino Félix Morillón nos adviertía que “llegó al
final”. Final poético se entiende, como también vital, como ahora acaba de
confirmarse. Así, la Junta de
Extremadura ha perdido la oportunidad de reconocer su valía con la Medalla de
Extremadura -como fue solicitado oficialmente por diversas entidades,
universidades, escritores y críticos literarios- e igualmente la Real Academia
de Extremadura que no ha estimado incluirlo como uno de sus miembros. Dos
reconocimientos que sí consiguió Pacheco, y que a Valhondo le llegó solo el
primero (algo que le contrarió en sus últimos años de vida), si bien Lencero no
logró, dada su prematura muerte en 1983, con 59 años.
Su último poema nos lo entregó a principios del pasado año con una
frase lapidaria: “es el último que escribo”. Está dedicado a su gran amor:
Extremadura. Y en él mezcla ese sentimiento de cariño por una tierra de “trigo
para la eterna sementera” con el desgarro de la emigración de sus hombres del
campo castigado: “de un tiempo hecho dolor y despedida/ tiempo para la incierta
amanecida,/ tras lágrimas de adioses, cruel paciencia”, sin olvidar la gloria
del pasado: “Extremadura allende, nuevas tierras y mares/ donde su recia sangre
se desgrana”. En él va, finalizando, la eterna despedida: “Mas sé que cuando
llegue a su agonía/ mi corazón, colmado de ilusiones, entregaré mi voz y mis
canciones/ al surco de esta hermosa labrantía”.
Sus 96 años le han vencido, en medio de múltiples achaques,
claramente apesadumbrado al verse relegado al olvido. A nosotros, a los
extremeños que disfrutamos de su excelsa poesía, nos pesa que no se haya
reconocido su valía con esas distinciones tan merecidas de la Academia de
Extremadura y la Medalla de la región, que más que engrandecer al poeta hubiera
engrandecido a nuestra propia tierra, a esta tierra suya tan querida.
Que la tierra le sea leve, como leve, suave, era su voz grandiosa
de poesía sublime y rica de ansias de vivir.
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