jueves, 16 de febrero de 2012

 
Miércoles, 15 febrero 2012

Maniqueísmo político

Moisés Cayetano Rosado
        Criticaba Platón las “trampas dialécticas” que utilizaban los sofistas para defender sus argumentos. Y así, durante bastante tiempo, se les ha identificado como “charlatanes”, aunque ahora, desde muchos sectores intelectuales, filosóficos, se reivindique su estrategia, su amor a la sabiduría.
Me viene esto a la memoria a cuenta de las argumentaciones políticas con respecto a cualquier medida que se tome o se deje de tomar. Los responsables de los hechos -o de los deshechos- los justifican con la misma pasión con que los denigran sus oponentes. Escuchas a unos y luego a los otros, como si vieras un partido de tenis, y además de los giros de cabeza a un lado y otro, sientes como la necesidad de cabecear arriba y abajo, dándoles alternativamente la razón: tal es su arrebatadora dialéctica, la gesticulación que acompaña su razonamiento, la fuerza que ponen para convencer.
        Todo ello adobado con un maniqueísmo a prueba de bombas, un dualismo que es seguramente el que tenemos interiorizado en nuestros genes desde la noche de los tiempos, y que se divulga a través de la práctica totalidad de las religiones, que tanto condicionan nuestras vidas: uno es bueno buenísimo y los otros son malos, malísimos. Nosotros lo hacemos bien, requetebién, y los oponentes son el maligno dispuesto a escacharrarlo todo.
        Da igual que hablemos de la reforma laboral, que de las medidas económicas generales a tomar, de nuevas normativas en educación, sanidad, o responsabilidades contraídas por políticos, magistrados, etc.
        Y, claro, el que cala es el mensaje emotivo, aquel que apenas sube del bulbo raquídeo, porque el cerebro -lo racional- no tiene lugar en el debate. Está más que estudiado en la psicología y en la sociología política, aunque haya habido algunas “cabezas bien amuebladas”, como Julio Anguita, que se empeñaran en llevar la contraria a esta lógica doméstica; al principio sorprendía, pero al final, lo tomaban a chacota.
        Y éste ha sido uno de los dilemas en que me he visto envuelto en los muchos años en que he participado en la representación pública, como político de “baja intensidad”. Tratando de buscan lo razonable, recibía varapalos a diestro y a siniestro, porque lo “lógico” era tirar a degüello al oponente, y hacer piña con el correligionario, contra viento y marea.
        La humildad, la comprensión, las buenas maneras, la empatía, sirven para empezar la partida, pero luego hay que saber dónde está la yugular y aplicar los dientes contra ella. De ahí que los modales versallescos de Fernández Vara, el anterior Presidente de la Junta de Extremadura, no calaran lo suficiente como para “barrer” al actual, José Antonio Monago, tan iracundo en el gesto y la palabra, tan convencido de llevar la razón, como antes lo había sido Rodríguez Ibarra, arrebatador y colérico, capaz de separar las aguas del río Nilo para pasar con los suyos a pie enjuto y hacer que retornara impetuosa la corriente ante la llegada de los demás.
        “A las pruebas me remito”, como dicen los abogados (que, por cierto, aquí también hablamos de “inocente, inocente” y “culpable, culpable”, en el mismo sujeto sometido a juicio): Guillermo Fernández Vara fue apeado del Gobierno por el impetuoso Monago, aunque -eso sí- ya está aprendiendo estrategia política de ataques sin contemplaciones. Y es que el nuevo “hacedor de la lluvia” -como ocurre en el gobierno de España, en todos los gobiernos renovados en Europa, con los nuevos magos de la fertilidad- no es capaz de saciar unos campos hirsutos, expoliados no por chamanes meteorológicos sino por brujos de las finanzas, capaces de hundir todas las bolsas, a base de llenar sobre ellas los sacos donde se llevan el dinero.
MOISÉS CAYETANO ROSADO
moisescayetanorosado.blogspot.com

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