LA SANGRÍA
POBLACIONAL EXTREMEÑA
Moisés
Cayetano Rosado
En los años del “optimismo”, o sea, cuando
comenzaba el siglo actual y la emigración desde Europa del Este, Latinoamérica
y el Magreb cambiaba el signo siempre negativo de las migraciones españolas, parecía
que entrábamos en un crecimiento poblacional rejuvenecedor sin vuelta atrás.
España recibió más de cinco millones de
extranjeros que se asentaron en el país antes del golpe de la crisis de 2008, y
Extremadura participó en la “novedad”, contabilizando a más de 50.000. No gran
cosa, pero vistos nuestros precedentes de continua sangría desde mediados del
siglo XIX hasta finales del XX, no estaba mal.
Sin embargo, aquello era una ilusión basada en
la “cultura del ladrillo”, el espejismo inmobiliario, junto a la especulación
del capital financiero, que nos iba a costar caro a todos los países y zonas
del “arco occidental”, en cuanto se desinfló la burbuja.
Ahora, de nuevo volvemos a la sangría de la
emigración, que solamente se contiene porque tampoco la oferta exterior está
como para salir corriendo detrás de ella.
Extremadura inauguró el siglo con menos
habitantes (1.058.000) que los que tenía en 1920 (1.064.000), en tanto España
los duplicaba: pasó de 21.389.000 a 40.500.000. No habían servido las tímidas
políticas regionales de favorecimiento del retorno, pues en esos años de
autocomplacencia en que “¡por fin se está retornando!”, pasamos de 1.065.000
habitantes de 1981 a 7.000 menos en el cambio de siglo; España, en cambio, sí
ganó tres millones de habitantes en esos años: su población estaba menos
envejecida y por ello hubo más recambio y aumento generacional, aparte de que
iban llegando los primeros inmigrantes.
¿Qué podemos esperar para el futuro, con una de
las densidades poblacionales menores de Occidente y uno de los mayores índices
de envejecimiento? La sangría poblacional extremeña del siglo XX, y
especialmente de los años cincuenta y sesenta hipotecó a largo plazo nuestro
futuro. Nos colocó a la cola del progreso que siempre es impulsado por el “capital
humano” y en el olvido político, que ha ido dejándonos a la cola de las
infraestructuras y los proyectos de modernización en todos los sectores,
especialmente el industrial, las comunicaciones y los transportes.
Aquel pequeño respiro de la “burbuja de los
sueños, los ladrillos y cantos de sirena de las inmobiliarias” se ha
desvanecido y ya no habrá retorno. Hicimos unos planes urbanísticos que a veces
llegaban a lo disparatado, recalificando suelo y programando barrios
fantasmales, de los que Badajoz es un ejemplo para estudiar en las escuelas de
geografía humana y de arquitectura. Y ahora los jóvenes vuelven “a la maleta”.
En tanto, los políticos asentados en el poder
se vanaglorian de sus consecuciones. “Gobernar es poblar”, dijo Juan Bautista
Alberdi refiriéndose a Argentina a mediados del siglo XIX. “Gobernar es poblar”
ha de ser el empeño en Extremadura, que en los últimos 150 años (los que hace,
más o menos del lema) ha ido siempre haciendo precisamente lo contrario: no
llega ahora, a comienzos de 2015, a los 1.100.000 habitantes -55.000 menos que
en 1930-, en tanto España en su conjunto pasó en ese período al doble de
habitantes.
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