LAS NUEVAS UVAS
DE LA IRA
Moisés
Cayetano Rosado
Acabo de ver nuevamente Las uvas de la ira, película dirigida por John Ford en 1940, basada
en la novela de ese nombre, publicada por John Steinberk en 1939 -que he vuelto
a releer-, en que se recrean con maestría las consecuencias de la tremenda
crisis económica de 1929.
Parece un tópico aquello de “la historia se
repite” y “el hombre es el único animal
que tropieza dos veces en la misma piedra”, pero es que con esta doble obra
maestra (novela y película) comprobamos la cruda realidad de ambas sentencias.
Una primera parte es la historia de un
desahucio masivo: casas y tierras arrendadas a campesinos que se arruinan tras
varios años de malas cosechas, vendidas a grandes corporaciones que arrasan con
todo para implantar su nuevo sistema productivo, enriquecedor de los mismos.
La segunda parte es la historia de la errancia,
del éxodo, de la emigración desesperada en busca de un lugar, un trabajo para
vivir, para sobrevivir, llamados por los cantos de sirena de las ofertas
laborales que aprovechan el río revuelto de la desesperación para estrujar el
“limón humano” de los que todo lo perdieron.
En ambas ocasiones, los poderosos se sirven de
fuerzas organizadas, armadas, para hacer su voluntad, tras amañar leyes y
normativas, o incluso por las bravas, a base de extorsiones.
¿Pero es que acaso no lo estamos viviendo otra
vez más? ¿No es eso lo que ocurre ahora con los desahucios de viviendas,
incluso de propiedad pública, vendidas a “fondos buitres” cuya finalidad es
ganar dinero a costa de lo que sea y de quien sea, dejando en la calle a los
más desasistidos? ¿Y no estamos volviendo a una búsqueda de empleo donde la
garantía de una estabilidad o un sueldo digno suenan ya a pasadas utopías?
Las crisis de 1929 -la mayor del siglo XX- y la
actual -comenzada alrededor de 2008- tienen raíces parecidas: especulación
bursátil, voracidad bancaria, expansión inmobiliaria incontrolada, movilidad
masiva de capitales volátiles y de mano de obra… La anterior desembocó en la II
Guerra Mundial. Al menos hay que esperar que esa lección sí la hayamos
aprendido todos y sepamos encauzar las soluciones sin escarbar en el proceso
crudo, desesperado, cruel de los años treinta, que llevó a la catástrofe de los
cuarenta.
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