sábado, 14 de marzo de 2015

COMER EN EL PUERTO DEPORTIVO “ISLA DE LA CENIZA”
Moisés Cayetano Rosado

He sugerido muchas veces restaurantes y chiringuitos de la Raia/Raya, como lugares deliciosos para saborear una comida sencilla, de aquellas que nos recuerdan nuestra niñez de escaseces pero de exuberante imaginación, que hacía milagros con los pocos recursos al alcance de la mano.
En cualquier pueblo de nuestra frontera, que ahora nos une tanto como antes nos separaba, encontramos deliciosos lugares, llenos de candor y buen gusto. De cocina deliciosa y en forma alguna dadas al “saqueo” de incautos “que pasaban por allí”. O sea, lugares donde merece hacer parada y fonda, desde lo alto de Galicia/Minho, a lo meridional de Andalucía/Algarve, pasando por Castilla-León/Tras os Montes/Beiras y, desde luego, Alentejo/Extremadura.
De esta última “pareja” donde tantos tesoros artísticos monumentales, paisajísticos, urbanos y humanos hemos ido viendo a lo largo del blog que nos ocupa, y de donde he ido sugiriendo lugares singulares donde pararse a reponer fuerzas con una comida memorable, quisiera traer ahora otro lugar más a destacar.
Hablo de un chiringuito (así se hace llamar) de larga tradición. Cambió de lugar, alejándose de la orilla del río hacia un cercano lugar algo más alto a causa de la crecida de las aguas, cuando se construyó el embalse de Alqueva, y regentando por los herederos del que tenía el primitivo: el “Chiringuito Pijín”, en el Puerto Deportivo “Isla de la Ceniza”, enfrente precisamente de esta isla, dividida longitudinalmente por la frontera luso-española.
Desde su comedor vemos las aguas generosas embalsadas, formando una masa espectacular navegable, con oleaje de ría, e incluso de mar cuando sopla el viento con alguna fuerza.
Si hace calor, su amplia terraza nos permite recibir el frescor de la brisa de este mar interior, y si -como ahora aún en invierno- el frío nos obliga a recogernos dentro, tendremos el auxilio más que reparador de un brasero de picón que da gusto mover con la badila como en los tiempos de niñez.
¿Qué comer en este escenario de paz reparadora? La carta -comedida en el precio- se ofrece tentadora: panceta, pestorejo, pinchos morunos, carne de cerdo y de ternera preparada en formas variadas, lomo, jamón, queso, embutidos… ensaladas, sepias, calamares…, tortillas y huevos fritos de campo… y, sobre todo, su barbo frito, cogido por los propietarios allí mismo, en el río, magníficamente preparado, presentado entero pero con incisiones de poca separación entre sí que evitan el peligro y engorro de sus múltiples espinas.
El café, servido con enorme cafetera en cantidad a gusto del cliente, es tan sabroso como las “bicas” portuguesas. Y los postres caseros. Todo, servido con la tranquilidad y simpatía del que sabe hacer más que por aprendizaje académico por sabiduría heredada de sus antecesores.

Todo un placer no solo gastronómico sino vital en general. Reparador por las hermosas vistas del embalse y su remanso. Las lomas de los montes de este enclave pizarroso de Cheles, extremeño y un poco portugués, entrañable, acogedor y amigable siempre para todos.

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