DEMAGOGIA,
FRIVOLIDAD E IRRESPONSABILIDAD EN LOS MÍTINES ELECTORALES
Moisés
Cayetano Rosado
Estamos en el furor de la carrera electoral.
Metidos en la disputa por votos de forma compulsiva. Y oigo, veo, mítines de unos
y de otros. De un lado y del lado más allá. De una bandera y de otra bandera
diferente.
Frases lanzadas como piedras. Ataques demagógicos
como escupitajos. Sentencias frívolas sin fundamento, que sonrojan.
Irresponsables promesas sabiendo muy a conciencia que no van a cumplir.
Reproches al contrario; alabanzas a propios y cercanos. Maniqueísmo
infantilizado. Gracietas. Mala uva. Falta de respeto.
¿Algo más? ¿Hay algo más, en el sentido de
presentar propuestas fundadas y fundamentadas? ¿Estudios rigurosos,
consecuentes? ¿Trayectoria que avale el compromiso, la seriedad, la confianza?
¡Venga a lanzar exabruptos, jaleados por
incondicionales y contestados por los de enfrente con burradas mayores y más
festejadas todavía! ¡Venga aplausos y musiquitas pegadizas! ¡Venga
fanfarronería, como la de los boxeadores de película, jactándose de cómo van a
noquear a los contrarios!
Cuando las primeras elecciones democráticas -hace
ya tantos años que no quiero ni pararme a contarlos-, yo era candidato
ilusionado y me acuerdo que en una población razoné unas propuestas, basadas en
muchas reflexiones, estudios, convicciones… Recuerdo que una corresponsal de
prensa se me acercó al final, diciéndome: “De todos los candidatos que han
pasado por aquí, eres el único que presentó un programa y lo documentó”.
En medio de la fanfarria del último día de
campaña dirigí una carta a los medios de comunicación diciendo que no pensaba
ni siquiera votar: aquello no eran elecciones de seriedad y propuestas, sino
patio de verdulería lleno de propaganda pagada por algunos con no sé qué fondo
(sí lo he sabido luego). De los que pasamos por aquella ciudad que dije más
atrás, todos salieron elegidos… menos yo. Luego he vuelto a incidir y
reincidir. No cambia la situación. El mundo sigue girando de igual modo. Y a
cada tanto, la vomitona irresponsable, irreverente, tan falta de respeto para
la propia dignidad del que la expulsa y de las que reciben sus salpicaduras.
¡Menos mal que, en medio de tanta podredumbre,
algunos -aunque pocos- aún levantan una voz de coherencia! Así, uno puede
reconciliarse con lo que debe ser la honrosa dedicación a la política: tarea
colectiva en beneficio de la “polis”. Vaya mi respeto y esperanza para esa
sublime minoría, y que cunda su ejemplo para todos.
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