martes, 7 de julio de 2015

EL ECLIPSE DE VENUS
Hace ya varios años, un compañero profesor de enseñanza secundaria me pasó una novela de su autoría, recién escrita, para que le diera mi parecer: El eclipse de Venus. Un trabajo que ahora ve la luz, en Ediciones Publiberia, de Valencia, y que lleva unas frases introductorias que le escribí en aquella ocasión.
Vuelvo a la lectura de la obra y a las breves líneas que le escribí. Así, comenzaba diciendo que Como en todos los escritos de Luciano López, brillante juego de palabras, encajadas y recortadas (o enlazadas) en doble y hasta triple sentido.
Y es que Luciano, en todo lo que escribe, e incluso en buena parte de lo que habla, nos sorprende con ese lenguaje en que las palabras adquieren vida por sí mismas y se dejan interpretar de la manera que el autor desea, incluso invitando al lector a que efectúe su propio proceso de transformación. Hasta utiliza con frecuencia el recurso de “notas a pie de página” (del que a veces se abusa tanto para ofrecer una imagen de erudición en los escritos, que vienen forzadas) para seguir con el juego, o para hacer un chiste al margen del contexto, como parodia de ese “abuso de citas”.
Continuaba diciendo que Paradojas, hipérbaton, símiles… se suceden como la traca de una rueda de fuego. Y es que la narración cobra vida al margen de lo narrado en una especie de fuego de artificio que se desvía de la línea argumental para recrearse en el juego del múltiple sentido e incluso del sinsentido, desembocando en el surrealismo argumental.
Mi tercera consideración era que Buen conocedor de la temática y los sujetos que trata, el enredo argumental me evoca ligeramente a “Pantaleón y las visitadoras” de Mario Vargas Llosa. Y es así por el absurdo de las situaciones que nos muestra, por lo ridículo de los personajes en algunos de los pasajes y lo disparatado del sentido que van tomando los hechos, especialmente en la segunda mitad de la narración. Porque el relato -dividido en 20 capítulos y un Epílogo- viene a tener dos partes claramente diferenciadas, extendiéndose cada una a mitad casi igual en sus 249 páginas.
Una primera refleja sarcásticamente la vida “en un instituto de provincias” (como se dice en la contraportada), con las dificultades del trabajo de los profesores en unos tiempos convulsos en cuanto a la situación tanto académica como social, las rencillas entre ellos, sus propios problemas y traumas personales, deseos y ensoñaciones, llegando a veces a la representación paródica que deja en bastante mal lugar a algunos de ellos, así como a alumnos y sus familias.
La segunda se nos ofrece como una especie de novela policíaca, donde de nuevo policías y profesores quedan representados podríamos decir que “en zapatillas”, en un “andar por casa” que constituye un remedo del género negro, transcurriendo entre burlas nuevamente. Ha desaparecido una profesora; se teme que ha sido asesinada, y el desfile de sospechosos nos muestra otra vez profesores, personal no docente, padres, alumnos y ahora policías en situaciones grotescas, como un variopinto ejército de anti-héroes.
Decía, para finalizar entonces mi breve Introducción que estamos ante una novela Divertida y aleccionadora. Desenfadada, pero a la vez profunda reflexión de la vida y de los centros educativos, los profesores y los adolescentes.
Ciertamente, no es un ensayo educativo, ni un tratado sociológico. Es una obra subjetiva, donde el autor se implica en las consideraciones sobre el modelo de educación que se imparte; se inmiscuye en la narración con sus consideraciones; descubre “sus cartas”, su posición en cuanto al discurrir del modelo educativo y sus posibles consecuencias sociales. Incluso muestra un humor ácido en el retrato de personajes que pueden ser identificables. Estimo que también  ridiculiza al subgénero policíaco, en cuanto que lo parodia descarnadamente.
En cierta forma, abusa del juego de palabras, que en ocasiones fuerza. También se trasluce una obsesión crítica en cuanto al sistema educativo que puede parecer obsesivo. Pero hay un caudal de recursos, una facilidad en el manejo del lenguaje, de los diálogos y de las situaciones que crean momentos  extraordinarios. En este aspecto, el primer capítulo es excepcional. Y como ya ha anunciado una nueva obra (Lucianario), que en su propio título nos sugiere una continuidad de forma, quedamos a la espera de una nueva vuelta de tuerca en la definición de una marca de autor ciertamente original.

Moisés Cayetano Rosado

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