jueves, 31 de marzo de 2016

VISITA AL NORTE DE MARRUECOS (II). DE FEZ A MEKNES.
Vista panorámica de Fez
De Chauen a Fez hay un “tirón” de carretera llena de curvas, atravesando las montañas calcáreas del Rif, que ofrece vistas atractivas, aunque no de la belleza y majestuosidad del Atlas, al sureste (http://moisescayetanorosado.blogspot.com.es/2014/04/de-marraquechal-desierto-fronterizo-con.html).
Fez es una de las cuatro ciudades imperiales, siendo las demás Marrakech, Meknes y Rabat. En otras ocasiones he disfrutado de esa inigualable ciudad de asombrosa, colorida, brillante, bulliciosa medina y plaza Patrimonio de la Humanidad, Marrakech (http://moisescayetanorosado.blogspot.com.es/2013/01/llamada-laoracion-en-la-plaza-de-djemaa.html), yendo desde allí tanto a la costa al oeste, como al desierto, al este (http://moisescayetanorosado.blogspot.com.es/2013/01/de-la-costa-la-montana-desde-marrakech.html); pero no conocía ni Meknes ni Rabat. A Fez la visité… ¡hace 35 años! Y ahora volvería a su grandiosa medina de Fez el-Bali, la mayor del mundo, Patrimonio de la Humanidad desde 1981.
La ciudad se divide en tres partes: Fez el-Bali, su gigantesca medina, intramuros, extraordinario zoco lleno de callejuelas, recovecos, tiendas inconcebibles y mezquitas; Fès el-Jdid, la zona nueva, donde se encuentra el barrio judío, de magníficas fachadas y rejería andalusí, y la Ville Nouvelle (Villa Nueva), francesa, en el noroeste de la ciudad, muy parecida a una inmensa barriada de Europa Occidental.
Una gran cantidad de musulmanes y judíos emigraron a Fez tras la toma de Granada por los Reyes Católicos en 1492, que llevó a su expulsión. Queda bien patente en el urbanismo y caserío del barrio judío, pero se desdibuja en el gigantesco zoco, que además del mayor del mundo es a la vez un laberinto donde orientarse resulta casi imposible.
Oficina inmobiliaria en la medina de Fez
Entrar en él sin un guía solvente puede resultar de pesadilla, porque es como un inmenso hormiguero lleno de rincones que conducen a otros rincones más, a pequeñas callejuelas asombrosamente retorcidas, repletas de comercios, mezquitas, curtidurías, escuelitas coránicas, farmacias “naturales”, tiendas de alfombras, cerámica, objetos metálicos…, restaurantes, carnicerías, pescaderías… en una sucesión y mezcla interminable, repetida, a veces en espacios mínimos, increíblemente abigarrados.
Parvulario en la medina de Fez
Me vuelve a llamar la atención el sistema de “transporte interior”: a lomos de burros y de mulas, fundamentalmente, pues por el laberinto del viario no caben otros medios de transporte. Y me siguen una vez más asombrando sus humildes parvularios, donde las maestras te abren la puerta con alegría y orgullo de su labor… sin olvidar pedirte una “contribución” monetaria a cambio del afán fotográfico del turista.
En una esquina veo a cuatro lugareños sentados dentro de un espacio pequeño en el que aparentemente nada se negocia. Pero sí: se trata de una “inmobiliaria” donde se venden y alquilan casas, pisos, locales comerciales; todo se apunta en pequeños papeles que cuelgan de clavos en las paredes. Tranquilidad y sosiego en la mirada, en el batallar de cada uno de los habitantes de la mediana.
Fuera, en los alrededores de la ciudad, en los montículos que la circundan, visitamos sus impresionantes fortificaciones protectoras, desde las que abarcamos la inmensa extensión del caserío, en el que destacan los alminares de las mezquitas.
Plaza intramuros de Meknes
De Fez nos trasladamos a la cercana Meknes, ligeramente al suroeste, y que me supondrá una grata sorpresa. Meknes está situada en una de las mejores zonas agrícolas y productivas de Marruecos, lo que la convierte en un punto importante para el comercio, la agricultura, y la artesanía. En 1996 la UNESCO la calificó como Patrimonio de la Humanidad, por su carácter representativo de un complejo urbano y arquitectónico de una capital del Magreb del siglo XVII.
Medina de Meknes
Su medina está rodeada por murallas medievales, similares a las que vamos viendo por todo Marruecos: arenisca compactada, con visibles y abundantes mechinales (vanos situados en el muro que, cuando se levanta un edificio, sirven para introducir vigas de madera en horizontal, formando el andamiaje). De inmediato nos encontramos con una inmensa plaza, que me recuerda a la de Jamaa el Fna de Marraquech, por sus grandes dimensiones, su actividad inverosímil: monos saltarines amaestrados, serpientes encantadas, vendedores ambulantes, aguadores, danzarines, artistas y cuentistas…, terrazas de restaurantes pegados al interior de la muralla, y al fondo el inicio de su zoco, con toda la parafernalia de puestos variados, entre los que destacan los muchos que venden zapatos, zapatillas y babuchas.

Comer en Marruecos
Antes de continuar el viaje, podemos reparar el cansancio con alguno de sus numerosos tayines (de verdura con cordero, o pollo, o vaca, o pescado…): el nombre viene del recipiente, plato de barro cocido, con poco fondo y tapa cónica, donde se cocinan los alimentos. Magníficas son también sus frituras de pescado, sus aceitunas, verduras y frutas. Pero nada de bebidas alcohólicas, por lo que hay que acompañarse de agua o refrescos, aunque compense luego su maravilloso té con hierbabuena. ¡Reparadora comida que podremos encontrar en cualquiera de los puntos de nuestro camino!

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