lunes, 27 de mayo de 2019


IGNORANCIA Y PREPOTENCIA PARA CON EL VECINO RAYANO

MOISÉS CAYETANO ROSADO

Cuando uno cree saberlo todo pueden darse situaciones pintorescas, y podemos llegar no a rozar sino a meternos de lleno en el ridículo, transformándose nuestra altanería y suficiencia en reveladora señal de la ignorancia adobada con la prepotencia. Ya lo indicaba Miguel de Unamuno hace un siglo, cuando denunciaba la “petulante soberbia española” ante el vecino en su libro de artículos “Por tierras de Portugal y de España”, publicado en 1911.
No es que debamos necesariamente generalizar, y más con el paso del tiempo, en que la comprensión mutua se hace cada vez mayor, pero siguen quedándonos tics del pasado que una y otra vez repetimos, manifestándolos con resolución incluso públicamente, algo así como para reafirmar nuestra valía y una supuesta superioridad que algunos no acaban de sacudirse, como en el fondo tampoco se sacuden “el pelo de la dehesa”.
Son muchas las situaciones a lo largo de los últimos años en que he sido testigo de anécdotas embarazosas, o al menos ridículas, que harían muy larga la enumeración. Pero quiero traer a estas líneas dos de ellas, como ejemplo para darnos idea de aquello que vengo afirmando más arriba.
En la celebración a mediados de mayo de este año del “Festival islámico” organizado en Mértola, al sur de Alentejo, tan vecino de la baja Extremadura que apenas si las aguas del Guadiana nos separan, vi a un grupo español que curioseaba en las tiendas montadas en las calles de su Casco Histórico. En una de ella se ofrecían “pasteis de grão”, y una paisana nuestra se acercó muy decidida, preguntando a la vendedora, arrastrando mucho la “o”:
- ¿Graooooo? ¿Qué clase granos son esos?
La vendedora, complaciente, le responde:
- Grão, minha senhora. São muito bons.
- Ya -le contesta, muy decidida y aleccionadora-, pero los granos son de muchos tipos: de trigo, de centeno, de maíz… ¿Estos de qué son?
La tendera queda descolocada:
- Não, não, eles são de grão somente.
Insistía en su lección de variedad de semillas cerealísticas la demandante, elevando cada vez más la voz, como dejando en ridículo la ignorancia agrícola de la ofertante o tal vez suponiéndola dura de oído.
Finalmente, me veo en la necesidad de intervenir, antes de que rompamos relaciones diplomáticas por la vía del desentendimiento comercial:
- Señora, garbanzos; grão significa garbanzo. Así que esos pasteles son de garbanzos, o más bien de harina de garbanzos.
La señora hizo un gesto de paciencia como diciendo: ¡pero cuánta ignorancia la de estas campesinas!
Aunque peor fue cuando tiempo atrás asistía a una “Noite de fados” en Borba, que se desarrollaba -siguiendo una secular costumbre- a unas horas ya un poco tardías: a eso de las diez portuguesas, que son las once de la noche españolas; o sea, después de cenar, para acabar a altas horas de la madrugada.
El espectáculo, con diversos fadistas, se anunciaba con “ceia”. Y a eso de las once y pocos minutos de nuestro reloj fueron apareciendo los artistas, de los que se hizo presentación, se afinaron los instrumentos, todo con mucha ceremonia, y a continuación comenzó el espectáculo, cuando ya daban casi las doce de la noche (once portuguesas). Algunos españoles presentes se removían en el asiento: ¡no acababa de llegar la cena! Y la “ceia” llegó cuando se había culminado la primera ronda de los cantantes, siendo ya en Portugal las doce pasadas. ¡Ahora sí que llegaron las vituallas!
Pero el banquete pantagruélico que esperaban nuestros paisanos no hizo acto de presencia. Lo que se nos ofreció fue: un cal verde muy en su punto, unas aceitunas “galegas” (pequeñitas, algo recias, muy del gusto alentejano), unos trozos de “enchidos” (embutidos) asados, pan, y una botella de vino tinto y otra de blanco para cada cuatro comensales.
¡Cómo montaron en cólera mis vecinos de mesa de este lado de la Raya al ver que pasaba el tiempo, se reiniciaban los fados y no se nos ofrecía nada más! Se levantaron, fueron hacia la recepción y allí estallaron en amenazas por su “fraude”, su “robo”, su “desvergüenza”, al prometer una cena “¡que se limitaba a un simple “tentempié!”.
- Se van a enterar en toda Extremadura -decían-, porque pensamos escribirlo en los periódicos, decirlo en la radio y en la televisión.
En la recepción se sonreían con cara de asombro y circunstancias, sin saber qué contestar.
Ahora tocaba explicarles a nuestros airados compatriotas que una “ceia” no es una cena; que los portugueses suelen cenar a las ocho de la tarde, o a las nueve como mucho tardar, y que cuando asisten a un espectáculo nocturno, que roza y traspasa la media noche tienen la costumbre de tomar una “ceia”. Sí, un “tentempié”, para ir “bien llevando” las varias horas que dura el espectáculo.
Así, claro, tender puentes resulta un poco laborioso. Y a veces son puentes para poner tierra de por medio, pues con estas maneras, estas incomprensiones y esta falta de prudencia y humildad, uno llega a situaciones que hacen muy difícil el buen entendimiento.
En el significado lingüístico llamamos “falsos amigos” a esta confusión de palabras que escribiéndose o pronunciándose de manera semejante en otro idioma significan algo diferente en el nuestro. ¡Hay muchos “falsos amigos”, y no solamente en la expresión oral o escrita que utilizamos a un lado y otro de la Raya!
“Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala”, que aconsejaría Don Quijote no únicamente a Sancho, sino a todos los Sanchos que por aquí alardean.

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