COIMBRA-PORTO:
UNA OFERTA TENTADORA
Moisés Cayetano Rosado
Antes de entrar en Coimbra, al lado
mismo, hemos de hacer una parada en las Ruinas
arqueológicas de Conimbriga, la populosa ciudad romana localizada en la vía
militar que enlazaba Lisboa con Braga. Desde el siglo I a.C. al IV d.C. vivió
su época de esplendor, del que dan cuenta sus asombrosos restos visitables y un
Museu verdaderamente extraordinario.
El lujo, el notable desarrollo urbano, están presentes en los restos expuestos, entre los que destacan numerosos mosaicos y vestigios de casas, zonas comerciales, foro y extraordinaria muralla de finales del siglo IV, cuando la inseguridad obliga a fortalecerse, haciéndose de manera casi ciclópea.
La zona
de pinos en la entrada es un buen lugar para hacer “un alto en el camino” y
tranquilamente reponerse, bien comiendo en el restaurante del campo
arqueológico o en el mismo pinar.
Después nos espera la siempre acogedora,
plácida Coimbra, que desde la orilla
izquierda del río Mondego ofrece una imagen triangular sorprendente, coronada
por las edificaciones de su antigua, prestigiosa y monumental Universidad.
Aconsejo hospedarse en esa orilla
izquierda del río, pues enseguida llegamos desde ahí al centro de la población,
por el Ponte de Santa Clara. Al
mismo tiempo, nos ofrece buena oferta de hoteles y restaurantes, enfrente mismo
de Santa Clara-A-Velha, convento gótico admirable,
que fue abandonado al hundirse en el terreno pantanoso y quedar casi inundando
por las aguas del río. La visita a sus instalaciones es muy recomendable, como
lo es también al Parque “Portugal dos
Pequeninos” (especialmente si se llevan niños), donde podemos admirar
réplicas en tamaño reducido de los principales monumentos de Portugal. Un poco
más, hacia el interior de esta zona de expansión, está la “Quinta das Lágrimas”, uno de los parques románticos más
interesantes de Portugal, que encierra las más sensibles leyendas de los amores
de don Pedro I y doña Inés de Castro.
Si pasamos al Casco Antiguo, enseguida que atravesemos el Arco de Almedina (entrada de la fortificación medieval), nos encontraremos con la Sé Velha, una inigualable catedral románica, que junto a las de Lisboa, Évora y Porto constituye la esencia del arte arquitectónico y escultórico de la Baja Edad Media. Asombran desde fuera sus capiteles, jambas, arcos de medio punto, contrafuertes… Y en el interior, su bóveda de cañón central y de aristas laterales, su transepto, ábsides y absidiolos, donde ya contemplamos la transición al gótico.
Pero hemos de acudir (o a las dieciocho
horas -o a las veintidós- portuguesa al cercano Café Santa Cruz (instalado en una antigua capilla de la Iglesia del
mismo nombre, también visitable, junto a su portentoso claustro), para escuchar
fado de Coimbra, en tanto degustamos sus deliciosos café y pasteles, o tomamos
una cena reparadora, sin que el precio sea abusivo.
En poco más de cien kilómetros de
autopista, estamos en Porto, donde
al principio asusta su intensa circulación vial y la masificación turística,
pero que bien programada la visita puede ser más que reconfortante.
Aconsejo hospedarse en la ronda exterior del Casco Antiguo, por razones de accesibilidad y aparcamiento. Una buena opción es por encima de los Paços do Concelho, al norte. Desde ahí, a pie, todo está relativamente cerca: el mismo Ayuntamiento (Câmara Municipal, en los Paços do Concelho), de un barroco grandioso, monumental, y la amplia Avenida dos Aliados, de hermosos edificios palaciegos, que nos llevan a la Estação de S. Bento. Nada comparable a la azulejería de su interior, debida a la mano de uno de los artistas más sobresalientes de principios del siglo XX: Jorge Colaço. Las escenas históricas, de batallas, recepciones reales… no tiene rival.
De ahí, hemos de desplazarnos un poco
hacia el oeste inmediato para unas visitas inolvidables: la Iglesia y alta Torre dos Clérigos
(icono fundamental de Porto, que supera los 75 metros y tiene en su interior
más de 240 peldaños), donde el barroco adquiere dimensiones épicas. Después habremos
de acercarnos al contiguo Centro
Portugués de Fotografía (antigua Cárcel y Tribunal de Relação de Porto, de
la que se conservan celdas e impactantes rejerías, y que estuvo activa como tal
hasta la Revolução dos Cravos), siendo el más completo del país en su género.
Es de admirar, en las proximidades, la azulejería exterior, que cubre todo un
lateral de la fachada de la Iglesia do
Carmo, algo que podemos comtemplar en otros templos de la ciudad, como Iglesia dos Congregados (al lado de la
Estação de S. Bento) o la hermosísima Capela
das Almas (con azulejería en todo el frontal y lateral) al este de los
Paços do Concelho, o en la Iglesia de
Sto. Ildefonso, un poco más abajo.
Pero, si fuera posible, si la afluencia de público no fuese gigantesca como suele ocurrir, podríamos ver en esta zona de la Iglesia dos Clérigos, la archifamosa y neogótica Livraria Lello (a la que hay que entrar previo pago, que descuentan de la compra de libros, si se efectúa), reconocida como una de las más bellas del mundo en guías de viaje y periódicos internacionales de prestigio.
Comer, cenar, deambular libremente… ha
de hacerse por la orilla del Duero, en torno al Cais da Ribeira, donde se puede coger barco turístico para navegar
por el río, admirar los puentes
metálicos de Porto, especialmente el “doble” de Don Luis I, hecho por el
ingeniero Teóphile Seyrig, discípulo de Gustave Eiffel. El tablero inferior
conduce a vehículos y peatones de Porto a Gaia (también monumental y de atractiva
oferta hotelera y de restauración) desde las orillas del río; el superior, nos
lleva a la parte alta de ambas poblaciones.
Aguas adentro podemos acercarnos hasta
el Ponte do Infante Dom Henrique, espacio
despejado, en cuyos bajos me ha llamado siempre la atención una escultura extraordinaria, homenaje a las
mujeres que cargaban sobre su cabeza fardos de hasta 50 kilos con ramajes
para encender el fuego; monumento a la vida difícil, esforzada, sufrida, de la
gente sencilla del puerto.
Entre ambos puentes están unos interesantes restos de muralla fernandina, del siglo XIV, cuyas empinadas escaleras adosadas nos llevan a la plaza de la Sé (catedral). Su visita a nadie dejará indiferente, por la combinación de artes sucesivos: románico, gótico y sobre todo barroco, con una presencia de azulejería en las paredes del claustro muy notables. En medio de la plaza, un monumental Pelourinho manuelino preside el amplio espacio, desde donde tenemos unas vistas extraordinarias de la ciudad y de Gaia, enfrente.
Una breve parada, al regresar, a la cercana playa de Espinho no estaría de
más. Su oferta de mariscos es una tentación que no todos resisten…
Evidentemente, en todo este recorrido
hay mucho más para ver, pero la muestra
es suficiente para completar un “puente festivo” de arte, cultura,
gastronomía y naturaleza de privilegio.
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