lunes, 29 de julio de 2024

 UN TRASVASE POBLACIONAL IRREVERSIBLE

Mientras la población mundial crece a un ritmo progresivo imparable, nuestro “Viejo Continente” contiene su crecimiento de manera alarmante, aunque las cifras generales no reflejan la realidad del decrecimiento de población autóctona.

En 1.950 vivían en el mundo 2.500 millones de personas, que al cambiar de siglo subirían a 6.144 millones, mientras que Europa pasaba de 550 a 727 millones de habitantes; o sea, el mundo multiplicaba sus habitantes por 2’45, en tanto Europa lo hacía por 1,32, según los datos de la ONU. Pero siguiendo con las cifras de la Organización de Naciones Unidas, al llegar a 2024 los habitantes de nuestro planeta rondan los 8.100; en nuestro continente ascienden a 746; es decir, representamos el 11’8% de la población mundial en el año 2000, en tanto que en la actualidad somos el 9’1%.

Las estimaciones para 2.040 nos sitúan más a la baja: el 7’9% de los habitantes del mundo (728 millones), subiendo la población general a 9.200 millones. Crece, por el contrario, el continente africano, que si en el año 2000 tenía 811 millones de habitantes, ahora supera los 1.500, y en 2040 llegará a 2.100. Los demás continentes apenas presentan progresión en todo el siglo, e incluso tienen unas décimas porcentuales de bajada.

Es decir, el crecimiento vegetativo se frena en Asia, América y Oceanía, mientras se hace negativo en Europa, en tanto que resulta claramente expansivo en África. Y es que la tendencia familiar a la natalidad, así como las políticas gubernamentales en los primeros tienden a ser de contención, no llegando en gran parte de los países a conseguir el “reemplazo poblacional”, mientras que en los africanos este reemplazo es notable, por su alta natalidad.

No obstante, en estas “tablas de población” hay que considerar un elemento importante que rompe con la dinámica del crecimiento vegetativo (nacimientos menos defunciones): el crecimiento migratorio, que en los años del “desarrollismo europeo” (1960-1975) provocó unos importantes trasvases de población hacia la Europa Occidental desde el Mediterráneo europeo, norteafricano y de Asia Menor. La Crisis de 1973, acentuada en 1979, los cortó de manera radical, y aparecerían de nuevo con el inicio del siglo XXI, incorporándose incluso España (tradicionalmente de tendencia a salidas migratorias) como receptora de nacidos en el Magreb, Europa del Este y Suramérica. Una nueva crisis, la de 2008, volvió a cortar los flujos, que desde hace apenas un lustro vuelve a repuntar con fuerza.

Si en 1975 apenas subíamos en España de 35 millones de habitantes, en el año 2000 superábamos a los 40 millones… pero con más de 2 millones de extranjeros, según el Instituto Nacional de Estadística. Ahora bien, actualmente tenemos 48.692.000 habitantes… porque residen aquí más de 8 millones de extranjeros: el 17’1% de la población. O sea, apenas rebasamos los naturales del país la población que teníamos en 1975, cuando la población mundial ha pasado de cuatro mil a nueve mil millones de habitantes. Europa pasó de 676 a 746 millones, igualmente gracias a la afluencia de emigrantes, fundamentalmente africanos.

Está claro que de por sí, Europa en general y España en particular, dada su baja tasa de natalidad -que no compensa demográficamente las defunciones-, son zonas “regresivas”. Solamente la inmigración nos hace crecer, y son  estos emigrantes los que presentan mayores tasas de natalidad, y por tanto de renovación poblacional.

La previsión a medio plazo (2040) es que tendremos más de 13 millones de extranjeros en España, y para 2050 pueden llegar a 17 millones, que representarían el 25 y 35% respectivamente de la población total. Algo generalizado en Europa Occidental. Un “trasvase poblacional irreversible”, que se nos manifiesta en el discurrir del día a día, y que en estos momento nos enfrenta a las terribles y crecientes cifras de “pateras” que arriban a nuestras costas, los “saltos” por las vallas de Ceuta y Melilla, así como en las islas y costas de Italia y Grecia. Y… esos jugadores subsaharianos (o descendientes de ellos) que son la “gloria” de nuestro fútbol patrio, o nuestros atletas europeos, nacidos o descendientes tantos más abajo del desierto del Sáhara, y que harán las delicias de los Juegos Olímpicos de París-2024.

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