DE TOLEDO A
CUENCA, CON DESPEDIDA EN UCLÉS
Catedral de Toledo. Campanario Iglesia S. Pedro de Cuenca. Medallón artesonado Monasterio de Uclés. |
Moisés Cayetano Rosado
Termino un año de múltiples viajes con una
provechosa visita a la Sierra de Cazorla, todo
verdor, agua, cascadas, pueblos encantadores y castillos, entre los que me deja
sin palabras ese “nido de águilas” que es el templario, con raíces musulmanas,
de Iruela: pocas visitas para las muchas que merece, aunque -egoístamente- mejor
es así: sobrecogedor en su grandeza silenciosa.
Y pasamos
después a Porto, donde su Casco Antiguo -Patrimonio de la Humanidad- tiene
desde el río una espléndida vista que es difícil olvidar; aquí sí,
demasiados visitantes. Entre uno y otro, y antes y después, ese rosario de
pueblos como parados en el tiempo que siembran el Alentejo, por otra parte cada
vez más alarmantemente despoblado.
Pero ahora
toca, inaugurado el año, un viaje relámpago que nos lleva a pasar el día en Toledo,
para recalar con algo más de calma en Cuenca y su Serranía, con una vuelta
admirativa al monasterio de Uclés.
Toledo
-ciudad Patrimonio de la Humanidad- es cada vez más una ciudad de visita
complicada. El turismo lo acapara, abarrota todo, y
pienso que en la calle es difícil encontrar algún nativo; desde luego, hay
menos que visitantes orientales, que en grandes grupos invaden iglesias,
museos, comercios y el Alcázar, tan difícil, imposible, contemplar desde dentro
de la ciudad, dados los abusivos anexos que se le han adosado para instalar el
Museo Militar que, junto a la Biblioteca Pública, lo ocupa por completo.
El
Alcázar ya “no es lo que era”. Aquella exhibición de
heroísmo y orgullo nacionalista, enfrentado a las hordas rojas asediadoras y
crueles, con un valor que nos mostraban en ruinas el asedio, la desgarradora
conversación del coronel Moscardó con su hijo apresado y sacrificado por el
honor patrio… Ahora, mucho armamento,
trajes militares, medallas, escuderías, etc. bien seriados y explicados, pero
cuidando la “corrección política”, tras tantos años de ardor guerrero en el
bastión que no se rindió a la barbarie y esas cosas que tanto se exhibían con
todo lujo de detalles.
Me
gusta la estación de ferrocarril de Toledo. Al ir
hacia Cuenca es la última vista que nos ofrece la ciudad. De un neomudéjar
hecho a conciencia, con fachada llena de arcos y ventanas polilobulados; mucho adorno geométrico y ladrillo de buen
porte. Además, de eficaces líneas de enlace, que para el que procede de una
tierra maltratada de trenes del siglo XIX (Extremadura), constituyen un tesoro
lejos de nuestro alcance.
Y cuando
llegas a Cuenca y asciendes serpenteando monte arriba hasta el Casco
Antiguo, ¿qué es lo que sorprenden en especial? Las hoces de sus dos ríos, el Huécar y el Júcar -del que el
primero es afluente-, que lo abrazan, lo levantan increíblemente a considerable
altura, casi en el vacío, formando sendos cañones de más de cien metros de
profundidad.
Pasear
en la noche, por las callejuelas que dan a ambas gargantas, asomarse al precipicio
por el cercado que en algunos lugares casi cuelga en el vacío, resulta sobrecogedor.
Pero en la mañana del invierno, con
heladas nocturnas de -6º, nos ofrece una visión casi irreal. ¡No en vano
también esta ciudad es Patrimonio de la Humanidad! A esta belleza natural, que
el agua ha excavado en la piedra calcárea y en los bancales arcillosos, se une
la armonía de sus palacios, palacetes,
caserones, iglesias, conventos, plazoletas, y esa hermosa catedral donde el
gótico anglo y franconormando adquiere una belleza que en su doble girola se
hace sublime.
Hacer
senderismo por el borde limitador del Casco Antiguo,
bajar la pendiente hasta los ríos, contemplar el paisaje urbano interior, de
sabor medieval, y el paisaje exterior, de fuerte componente kárstico, modelado,
torneado, estratificado a lo largo de casi un centenar de millones de años, es
una experiencia altamente recomendable.
Y a continuación, lo es la visita a la “inevitable” y cercana Ciudad Encantada, iniciando por el sur
la Serranía de Cuenca, donde nos esperan gratas sorpresas, como es esa
propia Ciudad al sur y el nacimiento del río Cuervo al norte.
La
Ciudad Encantada, fondo del mar de Thetis hace 90 millones de años, acumuló a
lo largo de más de 50 millones de años los depósitos de esqueletos
de corales, algas, crustáceos y mariscos, así como sales marinas carbonatadas, que con la orogenia alpina ascendieron y se
elevador hasta más de 1.000 metros sobre el nivel del mar, plegándose los
estratos, que luego serían erosionados por los agentes atmosféricos: agua de
lluvia, hielo, viento, corrientes fluviales, acción invasora de la vegetación
rastrera y arbórea (en especial pinos), así como la propia actuación de la
fauna que lo habitaba, de la que quedan jabalíes y ciervos por la Serranía.
Muchas
películas de aventuras se han filmado en este espacio encantado,
sobresaliendo la de “Conan el Bárbaro”, con la imponente interpretación de
Arnold Schwarzenegguer deambulando por las caprichosas formaciones rocosas.
Toda
la Serranía, Parque Natural, es un espacio de verdor, de pinos de gran porte,
de pueblecitos disimulados en los valles, de riachuelos
con aguas heladas en este mes de enero, llegando a la culminación de la explosión de vida vegetal y saltos
acuáticos en el nacimiento del río Júcar y, sobre todo, del río Cuervo, que
alcanza una soberbia belleza, precipitándose los chorros semihelados monte
abajo en diversas cascadas que han merecido la declaración de Monumento
Nacional en 1999. La abundancia de carbonato cálcico disuelto hace que se superpongan
estalactitas y estalagmitas en las múltiples cavidades del corte de montaña,
recubiertas de musgo y, ahora, de hielo, como cristales transparentes.
Bien
merece tanta belleza acompañarla con un receso para tomar un ajo arriero (patatas,
huevo, ajo y aceite, en frío), seguido
de morteruelo (carne e hígado de cerdo, pollo, conejo, volatería y otra
carne de caza, desmenuzadas y fritas) y zarajos
(intestinos de cordero lechal enrollados en sarmientos, asados al horno), para
terminar con un poco de alajú
(almendra y miel). Y si hace falta, para reforzar, un asado completo de churrasco, embutidos y panceta…
Volvemos a nuestra tierra pasando por Uclés, cuyo monasterio sería casa matriz de
la Orden de Santiago, bajo cesión del rey Alfonso VIII, quedando solamente
de la primera época tres torres y restos de muralla. En la actualidad, nos ofrece un extraordinario repaso a la historia del
arte fundamentalmente plateresco, herreriano, barroco y churrigueresco (en
su sorprendente fachada principal), yendo sus sucesivas aportaciones desde el
reinado de Carlos I (1529) hasta el de Felipe V (1735). Entre 1939 y 1943 fue
prisión política, pasando en 1949 a seminario menor.
Escapada
ésta, primera del año, que ha de ser seguida por otras
más cortas y más lejanas, dentro y fuera de nuestros límites, y espero que al
alcance de nuestras limitaciones.
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