SÃO TOMÉ, CUNA DE LA REBELIÓN, ABIERTO A LA ESPERANZA
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Moisés Cayetano Rosado
En el pequeño comedor del Hotel Central de
São Tomé-capital, tan cercano a la Praça da Independência, al antiguo Mercado
Municipal y a las instalaciones culturales del Instituto Camões, hay varios
poemas con versos de poetas africanos de las antiguas colonias. Me llama la
atención “Lá no Água Grande”, unos
versos sobrecogedores de Alda do Espírito Santo, de las voces más comprometidas
del país, que fuera Ministra de Cultura y Presidenta de la Assambleia Nacional,
tras la independencia en 1975.
Nos habla de las mujeres que, en los fines de semana, vemos aún lavar su ropa -formando grupos masivos- en los numerosos ríos de la isla de São Tomé (en este caso en el distrito capitalino de Água Grande), mientras ríen y cuentan sus historias, en tanto los niños, los numerosos niños, brincan, bailan, chapotean y son felices en el agua; pero luego, al volver a sus miserables y mínimas casas de madera y chapa, clavadas en el barro y en el cieno de los caminos y las calles sin trazado, quedan envueltas en el silencio de su tristeza y desazón.
Y es que la nación es escalofriantemente
pobre. Faltan para la inmensa mayoría los recursos básicos que les proporcionen
una vida mínimamente confortable. Faltan infraestructuras urbanas, de
habitabilidad hogareña, y falta “la comida nuestra de cada día”, que es la
lucha fundamental de su vivir cotidiano.
Sin embargo, São Tomé marcó en su momento el hito de rebelión más señalado en los precedentes de la lucha por la liberación del yugo colonial. En 1953, la revuelta contra la explotación en las haciendas (roças) de café y de cacao, protesta airada de los emigrantes angoleños, moçambicanos, cabo verdianos (componentes básicos en una isla descubierta deshabitada en 1470, que se fue nutriendo de esclavos africanos y portugueses sin recursos y envíos humanos forzados), será el inicio de sublevaciones que tendrán otros momentos señalados en Pindjiguiti (Guiné-Bissau, 1959) o en Mueda (Moçambique, 1960). Conocida como “Massacre de Batepá”, la protesta de contratados-esclavos por las condiciones infames de su explotación en las plantaciones regidas por la minoría colonialista, sería sofocada con un baño de sangre, ordenado por el gobernador general, teniente coronel Carlos de Sousa Gorgulho.
En la Cárcel Civil de la capital -escribió Alda Espírito Santo- “foram presos numa só cela 47 homens. Passaram a noite a gritar, a pedir socorro e água. Ninguém lhes valeu. Na manhã seguinte, quando os guardas abriram a porta da cela, 30 homens estavam mortos”.
Comenzada la reacción el 3 de febrero de 1953, en
Batepá -del distrito centro-oriental de Me Zochi-, se extendería por toda la
isla, ocasionando más de mil víctimas mortales, a la que se sumó una
generalizada destrucción de sus frágiles viviendas y arrasamiento de enseres,
además de deportaciones, torturas sin cuento, violaciones masivas de mujeres,
incendios y saqueos. Para ello, se utilizó toda clase de armamento de fuego,
enfrentado a los machetes de los sublevados.
La memoria de esta brutal masacre contra el que pide
condiciones sobre llevables de trabajo frente a la explotación más inhumana de
los grandes propietarios ha quedado grabada en los habitantes actuales. Cada 3
de febrero celebran el “Dia dos Mártires
pela Liberdade”, marchando en gran número desde Batepá (en el centro isleño)
hasta la Praça de la Independência de la capital (al oeste costero).
Ahí nacería la conciencia independentista
que, aunque no se materializó en lucha armada (que ocurriría en Guiné, Angola y
Moçambique en los años sesenta hasta la consolidación de la Revolução dos Cravos), sí se organizaría
en grupos de presión que llevaron a la independencia el 12 de julio de 1975.
Una independencia que llevó consigo en buena parte la emancipación de los
trabajadores de las grandes haciendas (roças),
convertidas en cooperativas de producción, especialmente de cacao y café.
Hoy día, el país se debate en medio de las
dificultades extremas, pues sus recursos naturales apenas dan para la
subsistencia de una población de algo más de 200.000 habitantes entre las islas
de São Tomé y Príncipe, con alta tasa de natalidad y por tanto en continuo crecimiento
demográfico. La infraestructura viaria es muy limitada, con escasas redes
asfaltadas y muchos accesos a la población dispersa por medio de caminos de difícil
tránsito (como también lo son las deterioradas carreteras). El viario urbano de
la capital, donde vive casi un tercio de la población, es igualmente bastante deficiente.
Ahora bien, el cuidado por la escolarización y educación de los niños y jóvenes es notable, si bien las posibilidades laborales de presente y futuro son muy bajas, con remuneraciones que apenas dan para sobrevivir.
La ayuda solidaria internacional es clave
para el desenvolvimiento a todos los niveles, especialmente el productivo de
las pequeñas cooperativas rurales de explotación agro-ganadera e industria
artesanal derivada. Acompañé, a este respecto, en un par de ocasiones a
Organizaciones No Gubernamentales subvencionadas por la Diputación de Badajoz y
pude comprobar la importancia de las “micro ayudas” en el desenvolvimiento
rural, que han de ser potenciadas y renovadas a todos los niveles.
Asimismo, la actuación en los abundantes mercados urbanos (y también rurales) para su adecentamiento y equipamiento es otro cometido importante para impulsar el desarrollo y su higienización. E igualmente los accesos a los poblados dispersos, tan penosos por picadas apenas transitables.
Es de justicia con un pueblo que ha sido tan explotado, tan sacrificado a intereses despiadados, saqueado por siglos, pero que en sus cafetales y cacaotales, en sus bananeras y palmeras de aceite y fruto, en su árboles de fruta-pan, así como en sus terrenos hortofrutícolas y en sus ricos bancos de pesca, tiene un potencial de recursos primarios y derivados manufactureros de esperanzado porvenir.
A ello hay que unir las posibilidades
turísticas, tanto en lo que se refiere a “turismo de sol y playa”, por sus
cálidas y limpias aguas en medio de paisajes exuberantes, como en la
monumentalidad natural, tan apta para el “turismo de aventura, senderismo y naturaleza”.
La afabilidad de sus habitantes, la seguridad personal del visitante, el cariño
con que en todas partes se nos acoge, contribuyen al bienestar del visitante,
que siempre se llevará una imagen entrañable de este pequeño paraíso dormido
que precisa despertar.
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