viernes, 1 de marzo de 2013


IGNORAR LAS FORTIFICACIONES ABALUARTADAS
Moisés Cayetano Rosado
Es curioso el poco valor que se le da a las fortificaciones abaluartadas. En los libros de arte priman en especial el estudio de las producciones religiosas, seguidas de las palaciegas, tras las que va la arquitectura militar, sobre todo de la Edad Antigua y del Medievo. Cuando llegamos a la Edad Moderna, parece que haya de pasar de puntillas por las fortificaciones artilladas y abaluartadas, como si fueran una creación menor, sin importancia.
Y ello, a pesar de la belleza, la variedad, el desarrollo extenso que tuvo por todo el mundo, el alarde técnico que suponen, su armonía, complejidad y portentoso conjunto de elementos perfectamente conjugados.
Creadas a partir de la irrupción de la pirobalística, desde principios del siglo XVI, logran desarrollo imparable en el XVII, perfección en el XVIII y primera mitad del XIX. Después, independizadas las colonias americanas, pacificada Europa, hechas las paces en la Península ibérica (en cuya Raya adquieren la más densa presencia), constituyen un “estorbo” que los planes urbanísticos de las poblaciones quieren quitarse del medio para desarrollar sus modelos expansivos.
A finales del siglo XIX y a lo largo del XX, pierden sentido estratégico y van siendo arrasadas de manera inmisericorde, sin reparar en el legado histórico-artístico que constituyen. Incluso se decretan demoliciones generales y se consienten arrasamientos particulares con todo desparpajo.
En España, una Real Orden de 1859 permite abandonos y derribos por todo el territorio nacional, habiendo comenzado previamente en ello Barcelona (la demolición de sus murallas fue autorizada en 1854), y llegándose al arrasamiento en lugares como Valencia de Alcántara, de extraordinario patrimonio abaluartado desaparecido. El caso de Badajoz es sangrante, pues se llevan a cabo importantes destrucciones cuando ya la Carta de Atenas de 1931 había sentado las bases en los principios de conservación, mantenimiento y restauración; no solo durante la II República sino en los años sesenta, eliminándose extensos lienzos de murallas, un baluarte, fuertes exteriores, lunetas y la práctica totalidad de los cuarteles militares.
En Portugal, la desaparición de recintos abaluartados es menos sangrante, si bien durante el salazarismo se lleva a cabo una labor de “escenificación medievalista” que prima unas reconstrucciones imaginarias, arrasando con las construcciones artilleras y abaluartadas que “obstaculizan” el “sueño romántico” de la vuelta al Medievo. Vila Viçosa ofrece en ello un caso singular, con la ensoñación de puertas medievales y eliminación de lienzos de su abaluartado.
Tampoco Francia (y menciono así a los tres países con mayor patrimonio de este tipo) se salva del gusto transformista, aunque en menor medida, siendo Carcassonne un ejemplo curioso de reinterpretación, pese a su titulación de Patrimonio de la Humanidad.
Fortificación de Évora, siglo XVII. Proyecto de Nicolau de Langres.
Évora norte
Y Patrimonio de la Humanidad es Évora, tan magnífica en el tratamiento del caserío del Casco Antiguo; tan extraordinaria en su legado palaciego y eclesiástico; tan acertada en el tratamiento de su cerca medieval y de los elementos que conserva de la romano-goda. Pero, ¡qué escasa atención a lo que resta de lo abaluartado!, pues con gran dificultad podrá ver el visitante lo que resta de sus siete baluartes. Y mal le informarán (como a mí me ha ocurrido) del portentoso Forte de Santo António -en manos privadas- atravesado por su bellísimo acueducto, oculto por vegetación innecesaria (como buena parte de los baluartes).
Évora sur
¿Llegará pronto el día en que se valoricen estas fortificaciones tan importantes en su función defensiva, tan cruciales en nuestra de la Edad Moderna, tan meritorias en su desarrollo técnico, y magníficas por su belleza, complejidad y majestuosidad? 

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