UN PASEO POR
LISBOA
Moisés
Cayetano Rosado
Si tuviera que escoger lugares en Lisboa para
hacer una visita rápida, de un día, me vería en un apuro indescriptible. Iba a
ser necesario levantarme muy temprano y acostarme con la noche vencida para dar
un mínimo vistazo a lo que luego tendría que dedicar varias jornadas y ampliar
a unos cuantos lugares no menos atrayentes.
Pero de momento la Baixa pombalina sería un punto de partida. Recorrer, abriendo el
día, la Rua Augusta, hasta la Praça do
Comercio (Terreiro do Paço), por la que
asomarme al Estuario do Tejo. Contemplar desde allí la arquitectura
racionalista de la plaza (con la impresionante estatua de D. José I al medio) y
las calles en cuadrícula de la Baixa,
con sus “cerros guardianes” a ambos lados; el Chiado hacia el oeste y Alfama al este, a donde iría de
inmediato, antes de que lo invadan multitudes de turista, como ocurre cada día.
Hay que subir, callejeando, hasta el Castelo de São Jorge. Contemplar desde
lo alto el espectáculo de los puentes sobre el Tejo: el 25 de Abril, con su
soberbia altura, y el Vasco de Gama, interminable, e igualmente magnífico.
Admirar el derrame del caserío por todas las colinas; los tejados brillantes -encendidos
de rojo-, las fachadas blancas, las muchas plazoletas, monumentales cúpulas. El
trajinar de los barcos y barcazas en el encuentro del río con el mar.
Bajar después, tranquilamente, degustando
rincones, plazuelas, azulejerías en las esquinas, ruas y ruelinhas quebradas de
la Alfama, hasta el Panteón Nacional,
barroco edificio cupulado donde se custodian las tumbas de presidentes y
grandes personalidades portuguesas, y desde cuya terraza volveremos a disfrutar
de las vistas irrepetibles de Lisboa.
Es gratificante coger desde sus cercanías el Eléctrico 28, ese tranvía emblemático, pequeñito,
centenario, que no para de subir y bajar por toda esta intrincada orografía
ribereña. Al llegar a la Sé-Catedral
es conveniente bajar para una visita a esta joya gótica fortificada, cuyo
claustro guarda importantes vestigios arqueológicos en su patio, desde la Edad
del Hierro a la ocupación cristiana, pasando por romanos, visigodo, musulmanes.
Tras la visita (y comida en los pequeños
restaurantes de sus alrededores, donde el olor de sardinas y bacalao asados
resulta seductor), podemos volver a tomar el tranvía para ir -estuario
adelante- hasta el Monasterio de los
Jerónimos, la gran joya manuelina, Patrimonio de la Humanidad, calificación
que también posee la cercana Torre de
Belén, emblemático monumento artillado de principios del siglo XVI, obra
igualmente manuelina, del arquitecto portugués Francisco de Arruda, uno de los
constructores más universales de Portugal.
No sé si a uno le quedan fuerzas para más, tras
una jornada tan apretada, recorriendo la historia, el arte, el patrimonio de la
zona “fluvial” de Lisboa. Pero si fuera posible, merecería subir hacia Campo
Pequeño, dejando atrás la monumental Praça
do Marqués de Pombal (con su estatua imponente subida a pedestal de 40
metros de altura, repleta de figuras alegóricas), desde donde la Avenida da
Liberdade lleva a la Baixa en que empezamos el recorrido.
Desde Campo Pequeño -cuya Plaza de Toros tiene
en la planta subterránea múltiples restaurantes, tiendas de todo tipo,
multicines…- hasta la Praça de Espanha hay un agradable recorrido urbano y al
borde de ésta última tenemos la Fundação
Calouste Gulbenkian. La Fundación posee un agradable y extenso jardín, y
especialmente colecciones de arte incomparables: del Antiguo Egipto, cerámicas
orientales, vidrios sirios, mobiliario francés, monedas griegas, medallas
italianas, numerosas obras pictóricas (destacando los impresionistas)…
No es posible estirar el tiempo más pero hay
que apuntar para otro día el Museu do
Azulejo y el Monasterio de S. Vicente de Fora (al este y oeste
respectivamente del Panteón); el Museu
de Arte Antiga (entre la Praça do Comercio y la base -cerca del río- del
Ponte 25 de Abril); la Basílica da Estrela, un poco más arriba; el Palácio da Fronteira y el Jadim Zoológico,
al noroeste… ¡sin olvidar, claro, el tomar un café en A Brasileira, del Chiado -donde lo hacía Fernando Pessoa-, tras
visitar las ruinas del Convento do Carmo
y recorrer algunas de las múltiples iglesias y librerías de viejo de la zona!
Magnifico resumen para una apretaja jornada en Lisboa. Jesús
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