PASEO POR LA HABANA VIEJA Y EL MALECÓN
(De mi GUÍA
DE LA HABANA -versión en prosa-)
¡Próxima presentación en BADAJOZ: recital, charla y fotos de "inspiración"!
HABANA VIEJA.
La Plaza de la Catedral, con el bullicio de
tantos artesanos, con el fuerte colorido rebosante superpuesto en tablones,
arquillos de madera, o recostado en peldaños, soportales, zócalos que delimitan
el espacio nostálgico, preservado, milagroso en medio del derrumbe, era los
domingos una bella, sudada estampa de lucha por la vida; luego, trasladados a
la Avenida del Puerto, aquella
grandeza incontenible quedó minimizada. Ahora es la plaza un espacio discreto y
solitario, contemplado por los pocos turistas que apenas se detienen, miran la
rocalla oscurecida de la Catedral y
buscan la Bodeguita del Medio con el
ansia inoculada por folletos recogidos cuando programaron su aventura:
abriguemos la esperanza de que no dejen de lado al Castillo de la Real Fuerza y al hermoso, instructivo y tropical Museo de la Ciudad.
Catedral de La Habana |
Pero
allí, en la puerta de El Patio
continúa, sin prisas ni cansancio, con su puro en la boca, sus pinturas
chillonas en la cara, los muchos abalorios, los encajes y su lacito blanquísimo
en el pelo, esa mulata abundosa, viejísima, de siempre. Nadie ve en su mirada
las muchas zafras que sufrió, ni el espanto del hambre atesorada; con el ron y
la guaracha se les ha ido la poca capacidad de observación que les quedase.
Porque llora, en medio de su baile, las bocanadas increíbles del tabaco, los
aspavientos que levantan tantas carcajadas, llora. Y cuando se disparan las
cámaras de fotos para llevarse el quiebro divertido, su gesto no es de
complicidad, es un suspiro que le sale del fondo del manglar donde aún se
enreda su alma y viven sus recuerdos en tanto aquí, ausente, entretiene a los
que sorben el misterio programado del mojito.
También
es cartón piedra el viejo negro que toca las maracas y se golpea la cabeza con
su manaza enorme siguiendo el son. Busca lo mismo que rebuscan las
espectaculares y expectantes muchachas subidas a tacones increíbles, ajustadas
a mínimos ropajes que resaltan lo poco que se oculta y que se ofrece. Dicen “mi
amol, mi amooooool” y te acercan la barca de sus manos para llevarte a las
lagunas de unos ojos que son libro abierto en que leer las cosas -¡tantas!- que
les falta.
El Floridita |
MALECÓN.
Hay
que seguir esa línea eterna del Malecón, la gigantesca barrera del Estrecho de Florida, conquistada cada
día por olas que rompen a sus pies y saltan a la dura avenida donde se venden
cucuruchos de maní, pañuelitos de seda, amores increíbles, recuerdos, historias
enredadas, sonrisas y paciencia. Por donde pedalean ciclistas de triciclo,
hábiles sorteadores de la muerte a manos de la velocidad de coches milagrosos,
camionetas metamorfoseadas, gente, tanta gente subida en plataformas que vuelan
sobre ruedas y componen puzles milagrosos.
Ola rompiendo en el Malecón |
El
Malecón es un regalo de colores. Un derroche de luces en las puestas,
amarillas, doradas, áureas, de naranja encendida, con sus gotas de agua y sal
que cruzan como estrellas fugaces delante de nosotros y estallan en la risa de
los chicos, tantos chicos, que se agolpan, juegan, cabriolean en grandiosos
soportales columnados de palacios de antaño, donde cuelgan la ropa gritantes
madres jóvenes, competidoras del volumen musical que todo lo rebosa.
Monumento a Máximo Gómez |
Y a
cada trecho un general. Máximo Gómez,
Antonio Maceo, Calixto García,
guardando la línea peligrosa por donde se espera siempre al enemigo, y por
donde puñados de cubanos se han lanzado buscando su propia salvación a manos de
ese vecino hostil que los embarga. ¿Desde cuándo están las garras afiladas
esperando el momento de saltar? ¿Desde cuándo esta boca del caimán abre su
dentadura cariada esperando el ataque decisivo?
MOISÉS CAYETANO ROSADO
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