viernes, 27 de enero de 2017

LOS MIL Y UN COLORES DE LA HABANA
Moisés Cayetano Rosado

Escribía el escritor cubano Alejo Carpentier en su memorable La ciudad de las columnas (1964): Si el sol estaba presente, tan presente que a la diez de la mañana su realidad se hacía harto deslumbrante para las mujeres de la casa, había que modificar, atenuar, repartir sus fulgores: había que instalar, en la casa, un enorme abanico de cristales que quebrara los impulsos fulgentes, pasando lo demasiado amarillo, lo demasiado aúreo, del incendio sideral, a un azul profundo, un verde de agua, un anaranjado clemente, un rojo de granadina, un blanco opalescente, que diese sosiego al ser acosado por tanto sol y resol de Sol. Crecieron las mamparas cubanas. Se abrieron, en su remate, los abanicos de cristales y supo el Sol que para entrar en las viejas mansiones –nuevas entonces– había que empezar por tratar con la aduana de los medios puntos. Ahí estaban los almojarifazgos de la luz. Ahí se pagaban, en atenuaciones, los derechos de alcabala de lo solar.
El entrañable escritor nos describe a lo largo del libro una ciudad que es bosque de columnas en sus porches, sus patios, calles, avenidas, monumentos sin fin. Pero también una ciudad que es luz a base de cristales que mitigan la fuerza del sol y su calor que abrasa. Y así, los interiores de las casas se llenan de una trama defensora de abanico de cristales, con lo que diversifica los colores, mostrando interiores de amarillo atenuado, azules, verdes, anaranjados, rojos, blancos…
Pero si vamos a La Habana, descubriremos “mil y un colores” también en exteriores admirables. El dorado milagroso de las puestas de sol en el inmenso Malecón, que ha sido antes blanco refulgente, plata de cuando en cuando con las inmensas olas, y será después anaranjado y luego ceniciento, finalizando en casi negro.
La Habana Vieja -protegida por las potentes fortificaciones de caliza y granito que alternan el blanco, negro y plateado con el engaño de los reflejos que le va dando el sol- es todo un alarde colorido lleno de inventiva, que se prolonga en Centro Habana y El Vedado. La gran monumentalidad alterna con caserones que admiten la pintura que otorga la inventiva vecinal, y desfilan los verdes, azules, grises, blancos, amarillos… como si fuera una explosión caprichosa de colores.
Los grandes monumentos que atesora el Cementerio de Colón, las avenidas principales, el mismo Malecón y las enormes plazas de los barrios nombrados, son un muestrario de arte con mayúscula en mármol blanco de Carrara, bronce de reflejos marrones y amarillos rojizos con pátina verdosa.
¡Y ello por no nombrar el enorme muestrario de árboles gigantes que adornan cada rincón de la ciudad! ¡Qué explosión de luz intensa, roja, reluciente, la de los flamboyanes! ¡Qué admirable sucesión de grises en tronco y raíces aéreas de los inmensos jagüeys, coronados de verde en sus copas, como los laureles y múltiples, variadísimas palmeras!

La Habana es ciudad para pasear, para mirar y admirar tranquilamente. Invita a relajarse, a sentarse en sus parques, plazas, en el murete del hermoso Malecón, en las escalinatas de sus incomparables monumentos. Pararse a ver colores que cambian de continuo por efecto de la luz, ascendente en la mañana, explosiva en la mitad del día, suave en los atardeceres que viven un momento de incendio anaranjado. Oscura como boca de lobo por la noche. ¡La noche que necesita de un nuevo despertar!
Hablaremos de ello el día 2 de febrero a las 19'00 horas en la Residencia Universitaria de la Fundación Caja Badajoz, como indica el cartel, con base en mi "Guía de La Habana", que se ofrecerá a los asistentes:

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