LOS MIL Y UN COLORES DE LA HABANA
Moisés Cayetano Rosado
Escribía el escritor cubano Alejo
Carpentier en su memorable La ciudad de las columnas (1964): Si el sol estaba presente, tan presente que a la diez de la mañana su
realidad se hacía harto deslumbrante para las mujeres de la casa, había que
modificar, atenuar, repartir sus fulgores: había que instalar, en la casa, un
enorme abanico de cristales que quebrara los impulsos fulgentes, pasando lo
demasiado amarillo, lo demasiado aúreo, del incendio sideral, a un azul
profundo, un verde de agua, un anaranjado clemente, un rojo de granadina, un
blanco opalescente, que diese sosiego al ser acosado por tanto sol y resol de
Sol. Crecieron las mamparas cubanas. Se abrieron, en su remate, los abanicos de
cristales y supo el Sol que para entrar en las viejas mansiones –nuevas
entonces– había que empezar por tratar con la aduana de los medios puntos. Ahí estaban los
almojarifazgos de la luz. Ahí se pagaban, en atenuaciones, los derechos de
alcabala de lo solar.
El entrañable escritor nos
describe a lo largo del libro una ciudad que es bosque de columnas en sus
porches, sus patios, calles, avenidas, monumentos sin fin. Pero también una
ciudad que es luz a base de cristales que mitigan la fuerza del sol y su calor
que abrasa. Y así, los interiores de las casas se llenan de una trama defensora
de abanico de cristales, con lo que
diversifica los colores, mostrando interiores de amarillo atenuado, azules,
verdes, anaranjados, rojos, blancos…
Pero si vamos a La Habana,
descubriremos “mil y un colores” también en exteriores admirables. El dorado
milagroso de las puestas de sol en el inmenso Malecón, que ha sido antes blanco
refulgente, plata de cuando en cuando con las inmensas olas, y será después
anaranjado y luego ceniciento, finalizando en casi negro.
La Habana Vieja -protegida por las
potentes fortificaciones de caliza y granito que alternan el blanco, negro y
plateado con el engaño de los reflejos que le va dando el sol- es todo un
alarde colorido lleno de inventiva, que se prolonga en Centro Habana y El
Vedado. La gran monumentalidad alterna con caserones que admiten la pintura que
otorga la inventiva vecinal, y desfilan los verdes, azules, grises, blancos,
amarillos… como si fuera una explosión caprichosa de colores.
Los grandes monumentos que atesora
el Cementerio de Colón, las avenidas principales, el mismo Malecón y las
enormes plazas de los barrios nombrados, son un muestrario de arte con
mayúscula en mármol blanco de Carrara, bronce de reflejos marrones y amarillos
rojizos con pátina verdosa.
¡Y ello por no nombrar el enorme
muestrario de árboles gigantes que adornan cada rincón de la ciudad! ¡Qué
explosión de luz intensa, roja, reluciente, la de los flamboyanes! ¡Qué
admirable sucesión de grises en tronco y raíces aéreas de los inmensos jagüeys,
coronados de verde en sus copas, como los laureles y múltiples, variadísimas
palmeras!
La Habana es ciudad para pasear,
para mirar y admirar tranquilamente. Invita a relajarse, a sentarse en sus
parques, plazas, en el murete del hermoso Malecón, en las escalinatas de sus
incomparables monumentos. Pararse a ver colores que cambian de continuo por
efecto de la luz, ascendente en la mañana, explosiva en la mitad del día, suave
en los atardeceres que viven un momento de incendio anaranjado. Oscura como
boca de lobo por la noche. ¡La noche que necesita de un nuevo despertar!
Hablaremos de ello el día 2 de febrero a las 19'00 horas en la Residencia Universitaria de la Fundación Caja Badajoz, como indica el cartel, con base en mi "Guía de La Habana", que se ofrecerá a los asistentes:
Hablaremos de ello el día 2 de febrero a las 19'00 horas en la Residencia Universitaria de la Fundación Caja Badajoz, como indica el cartel, con base en mi "Guía de La Habana", que se ofrecerá a los asistentes:
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