ANÓNIMOS
DESCEREBRADOS EN LAS PUBLICACIONES DIGITALES Y EN LAS REDES SOCIALES
Moisés Cayetano Rosado
Una de las
conquistas más emotivas de los pueblos, trabajada a lo largo de la historia con
sangre, sudor y lágrimas, es la libertad. Y dentro de ella, casi contemporánea
de nosotros solamente, la libertad de expresión.
Y una de las
capacidades de los seres vivos, perfeccionada por el hombre de continuo: la
comunicación, que con la imprenta se multiplica y, contemporáneamente, con el
avance de la tecnología digital, se universaliza, haciéndonos a todos
protagonistas de primera fila.
Utilizar la
libertad de expresión en las comunicaciones digitales tiene esa ventaja de la
democratización al alcance de cualquiera de nosotros, la inmediatez
generalizada en su divulgación y la facilidad de propagación por todos los
rincones del mundo, además de la extraordinaria capacidad de respuesta,
discusión, reflexión individual y colectiva, debate, aclaración y
retroalimentación.
Y así, son,
somos, muchos los que utilizamos estas herramientas con asiduidad: comentarios
en publicaciones digitales, creación de blogs, páginas web, perfiles en redes
sociales, participación en grupos de facebook, WatsApp, YouTube, etc., etc.,
donde la inmediatez y la intercomunicación alienta la participación, a veces el
rigor y en muchas ocasiones, digámoslo “finamente”, el atrevimiento.
Tildo de
“atrevimiento” a las opiniones sin base ni rigor, con frivolidad e
inconsecuencia, a que muchos son dados a la hora de ponerse delante del
ordenador, la tableta, el teléfono móvil, y teclear sus apreciaciones.
A veces los
disparates llegan a niveles insospechados, y en muchas ocasiones son jaleados
por un grupo de incondicionales, que van entrando en escena, pasando de coro
pasivo a protagonistas activos con sus no menos aventuradas aportaciones.
Esto podría
quedar a nivel de anécdota curiosa si no fuera porque con frecuencia se juntan
dos ingredientes explosivos en el mundo digital: el escudo del anonimato y la
inconsistencia de los descerebrados. O sea, que con falsos perfiles, seudónimos
más o menos ingeniosos, crípticos o “graciosos”, hay quienes sacando a pasear
su irracionalidad, disparan a ciegas y vierten la “mala baba” que deberían
tragarse en la intimidad.
Colectivos y
personas víctimas frecuentes de tanta insensatez descerebrada pueden ser
cualquiera. Pero hay algunos que parecen prestarse más a ser blanco de iras,
sinrazones, resentimientos e inconsciencias. Así: fuerzas y cuerpos de
seguridad, sanitarios, educadores y periodistas, que para un amplio espectro de
anónimos persistentes en su presencia pública todo lo hacen mal, por activa y
por pasiva. Y a su parecer, cobran mucho, trabajan poco o nada, son unos
ineptos irresponsables y unos “abusadores” de su posición profesional.
Maltratadores de la ciudadanía unos, desconsiderados con el dolor ajeno otros,
pésimos conductores de la formación otros más e interesados tergiversadores el
resto.
¿Y por qué sus
acerados dardos los lanzan desde el anonimato, desde la falsedad de nombres
inventados, incluso entablando estúpidos comentarios entre varios
intervinientes que a la postre es uno mismo, con sus falsos nombres y perfiles?
¿Por qué tiene
en su cabeza tanta insensatez, tanto desprecio por unos profesionales que se
ocupan de garantizar la seguridad, la salud, la educación y la información de
la colectividad? ¿Y por qué si tienen fundadas razones para denunciar hechos
concretos no lo hacen de una forma directa, o sea, con fundamento y con sus nombres
y apellidos, y si hace falta ante los tribunales de justicia correspondientes,
además de en estos medios de difusión masivos?
La libertad de
expresión y la facilidad y universalización de la comunicación son instrumentos
grandiosos al alcance de nuestra humanización y participación cívica. Pervertirlos,
retorcerlos, esconderse en la vileza del anonimato insultante, despreciativo,
disparatado y persistente en cuanto a argumentos y ridículas pruebas, es un
acto de bajeza que no merece más que nuestra repulsa, el mayor de los
desprecios.
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