EL
INFIERNO DE AQUELLOS INTERNADOS INFANTILES
Moisés Cayetano Rosado
Doctor
en Geografía e Historia
Licenciado
en Filosofía y Ciencias de la Educación
Durante
algunos años, me dediqué a estudiar con cierta intensidad la vida en ciertos
internados infantiles de nuestro país. El discurrir diario de esa infancia
recogida en centros asistenciales -bajo iniciativa de diputaciones provinciales
o de tutela estatal-, procedentes de familias desestructuradas, de muy escasos
recursos y /o necesidades especiales; también otras instituciones de formación
específica, como pudieran ser Seminarios, o Correccionales -del Tribunal
Tutelar de Menores-.
Recorrí
centros por diversas localidades españolas, si bien profundicé especialmente en
Barcelona, Madrid, Toledo, Olivenza y Badajoz. Fruto de ello fueron diversos
reportajes publicados en medios informativos, que luego se transformarían en un
libro publicado por la Editorial HOAC, de Madrid, en 1975, bajo el título de
“Una niñez hundida en la tortura”.
Como por
entonces ejercía mi profesión de Profesor de EGB (así se denominaba por esa
época) en un centro concreto de Badajoz, y muchas de las experiencias y
confidencias se me había hecho por jóvenes que habían residido allí (algunos,
compañeros míos de profesión), aparte de compartir vivencias cercanas, algunos
pensaron que me refería concretamente a ese lugar en todo lo contado.
Aportaciones todas de cierta, e incluso mucha dureza, en cuanto a sentimientos,
trato y carencias.
Hoy en día,
algunos antiguos residentes de diversas localidades -¡casi tan mayores como
yo!- publican sus testimonios desgarradores en redes sociales, que dan lugar a
más aportaciones en sucesivos comentarios, reafirmando lo que exponía en aquel
libro, por el que a punto estuve de ser llevado a los Tribunales de Justicia
por la institución oficial que regía el centro que se sintió aludido.
¿De qué
trataba en él? De severos castigos para mantener la disciplina; de las
tremendas consecuencias que conllevaban actos tan inevitables como la
incontinencia urinaria nocturna en chicos privados de afecto familiar; de la
exposición a “vergüenza pública” o represalias en la concesión de permisos de
salida, regalos, postres o estancia en lugares de expansión por cualquier
menudencia. De la disparatada disciplina “militarista”. De la soledad, la
incomprensión, la falta de empatía… Algo lamentablemente más común de lo que
pudiera parecer en un buen número de aquellos internados.
No otra cosa
más averigüé. Quiero decir que, aparte de los castigos corporales -a veces de
enorme dureza-, las humillaciones, el desamparo, la extrema necesidad de cariño
muy pocas veces compensada, no conocí esa otra cara del problema que ahora,
tantas veces, nos descubren los medios de comunicación: el sometimiento a los abusos
sexuales que están solventándose en instancias judiciales, a veces cometidos
por quien se supone que más habrían de proteger al menor, los propios
cuidadores e incluso tutores oficiales, siendo algunos miembros de
instituciones religiosas.
Ya hace más de
cuarenta años que indagué en aquel mundo de dolor. Y aquellos que lo
padecieron, e incluso lo han seguido padeciendo después, arrastran en su
interior esa desgarradora experiencia infantil y juvenil. Aquella corporal y
afectiva, y… ésta que nadie me confesó y ahora se airea de manera aterradora.
Ésta, tan
deleznable, y que ahora sí me comentan algunos testigos de los hechos, e
incluso víctimas de los mismos, en esta “segunda vuelta” de mi versión de “Una
niñez hundida en la tortura” que… no voy a escribir, porque el infierno de
aquellos internados infantiles ya está suficientemente divulgado, ampliado en
esta nueva perspectiva, tan terrible, y renovada incluso por oficiantes de antaño
y otros que se les unen, animados por la vulnerabilidad de nuevos colectivos
infantiles, e incluso de las propias “familias” que deberían ser su amparo.
Pero dejo
estas líneas de recuerdo, y de denuncia de lo que sigue siendo noticia desgraciadamente
todavía, para continuar llamando a la conciencia colectiva, y porque quedan
testigos y víctimas que luchan por la Justicia todavía, e insisten uno, y otro,
y otro, en pedirme este acto de recuerdo y esta llamada de atención, que espero
sirva para aliviarles su dolor y estimular a que entre todos consigamos que no
queden impunes estos horrendos atropellos a la dignidad y la vida de los seres
más vulnerables de nuestra sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario