DE
TOMELLOSO A ALBACETE, ALREDEDORES DEL RÍO MUNDO Y LAS LAGUNAS DE RUIDERA (I)
Moisés Cayetano Rosado
Paradas en
Tomelloso y Albacete
Con la
urgencia de unos apuntes que inviten a la visita, quiero hacer un repaso a lo
que resulta un viaje sencillo y a la vez sensacional. Esa Mancha de Don Quijote, de peñas y de llanos, del vino y del agua, de
las navajas y del modernismo.
Cuando desde el
oeste en que lindan Alentejo y Extremadura partimos hacia el este donde surge el Guadiana que nos cruza y
acompaña en la frontera, es recomendable parar en Tomelloso, la ciudad donde persisten más de 2.000 cuevas-bodegas,
horadadas en la roca caliza para el almacenamiento del vino, y se levantan
varias decenas de altísimas chimeneas que se utilizaron para la destilación de
alcoholes.
Visitar una de
esas cuevas, con salida exterior mediante rejillas de ventilación -en las
aceras de las calles-, es una experiencia apasionante. De dos pisos, los tinajones de barro ocupan ambas alturas,
recorriéndose la superior (donde están las bocas de esas tinajas) mediante pasadizos
con balaustradas, y teniendo la inferior superficie aplanada en el suelo
arcilloso, en que reposan estas vasijas gigantescas. Hoy ya, objetos de museo, pues el vino se elabora
en modernas bodegas exteriores.
Después, es
menester llegarse al Museo del Carro,
que recuerda un poco al Museo Etnográfico de Olivenza, por sus tesoros
etnográficos, centrados fundamentalmente en aperos y maquinarias relacionados
con los trabajos en el campo. En su
patio, hemos de admirar una recreación
de los llamados “bombos”, que aún se conservan por los campos manchegos. Se
asemejan a los talayots de las Baleares o al tholos de El Romeral de Antequera,
aunque del siglo XIX y no de varios milenios como los anteriores: forma más o
menos oblonga, de muros gruesos levantados con toscos sillares calizos y
mampostería, sin argamasa, con puerta de entrada adintelada o arco de medio
punto, cerramiento en falsa bóveda -admirablemente rematada- y airosa chimenea
lateral. En estos “bombos” se alojaban
los animales de labor y las familias, así como los aperos de labranza.
De allí nos llegamos hasta Albacete, ciudad de la
“cuchullería” por excelencia. Toda llena de oferta variada en navajas,
cuchillos, espadas, tijeras y otros objetos cortantes, que en los escaparates
de las numerosas tiendas de la ciudad se nos ofrecen como auténticas museos al
paseante.
Museos, por
cierto, no faltan en la ciudad, sobresaliendo el “Museo de la Cuchillería”, en magnífico edificio modernista, con
amplias y valiosas colecciones, así como bien elaborados vídeos didácticos
del proceso de confección de estos elementos de corte doméstico.
Sorprende, sí, esta urbe, tan limpia, cuidada,
llena de edificios de noble porte, especie en sí de museo de construcciones
modernistas, coloridas;
bien ajardinada, de mercado municipal donde se alternan las pequeñas tiendas
con oferta variada de restaurantes de bebida y tapas; con un curioso Pasaje comercial (de Lodares, como una
mini-Galería de Víctor Manuel II de Milán), de principios de siglo XX, y
calles centrales llenas de vida y edificaciones singulares donde se muestra el
alto poder adquisitivo de los residentes del centro (centro “vivo”, a
diferencia de lo que está pasando en otras ciudades).
La neomudéjar Plaza de Toros es otra joya de
la población, que se
rebaja en humildad en su Catedral,
neorrománica y neogótica en su exterior, aunque monumental en su interior
de tres altas naves y tres tramos separados por cuatro elegantes columnas
jónicas renacentistas y ricas decoraciones pictóricas y escultóricas.
Ciudades las dos para el paseo tranquilo, para
el reposo y la relajación,
pórticos de parajes naturales de resaltado encanto, como son las Lagunas de
Ruidera y el nacimiento del río Mundo, respectivamente, objetos de deseo para
el naturalista, el caminante y los ecologistas.
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