VENDEDORES CALLEJEROS
Al verlos
en la calle, detrás de las mamparas de la parada de autobús, delante de una
tienda o de un supermercado a veces brevemente, recuerdo los versos del poeta
portugués Ary dos Santos, que con música de Paulo de Carvalho canta de manera
admirable el fadista Carlos do Carmo: A
mágoa que transporta a miseria ambulante/ passeia na cidade o dia inteiro.
En el
otoño son almendras y nueces, uvas, higos secos y chumbos, peras recias,
granadas. Pasan en el invierno a las castañas del poema de Ary: quentinhas, cinzentas, na brasa. Y por
la primavera es la explosión de fresas, bananas, espárragos bravíos, cardillos,
habas, romazas, espinacas, acelgas, coliflores… Para el verano serán brevas,
melones y sandías, tomates, manzanas, melocotones, nectarinas…
Pero al
ser ilegales muchos de ellos -carecen de licencia municipal-, siempre están
sobre aviso y cierran su negocio provisorio -mínimo en su extremo desamparo-
corriendo a duras penas para esconderse cuando notan la llegada policial: se ha
quejado algún comerciante de la zona. Y a veces les alcanzan; pierden su
mercancía: tres manojos de espárragos, una caja enrojecida de tomates, higos
chumbos sin pelar todavía…
Hay que
volver al cerro, para revisar de nuevo entre esparragueras que ya dieron su
fruto; rebuscar en los surcos cosechados
de tomates; sacudir los pinchos de chumberas, y probar otra vez suerte transportando
a miseria ambulante, que está
presente en todos los rincones del planeta: no siempre la policía tiene orden
de requisar la mínima esperanza do homem que
apregoa como um desafio.
Pois é, aí como aqui, estes miseráveis são perseguidos pela polícia. E os outros miseráveis? Sim, aqueles “miseráveis” que roubam toda uma sociedade e que não são perseguidos por ninguém? Refiro-me às grandes multinacionais, ao bancos, para já não falar dos poderosos sobre os quais nunca iremos saber de onde lhes chega o dinheiro. É verdade que são miseráveis, mas há por aí “miseráveis mais iguais que outros” como diria George Orwell.
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