domingo, 6 de agosto de 2017

ESPLENDOR Y DEJADEZ EN LOS CASTROS GALAICO-PORTUGUESES (I)
CASTROS Y ABANDONO EN GALICIA
Moisés Cayetano Rosado
Visito cada verano el norte de Portugal y oeste de Galicia. Como es a finales de julio y principios de agosto, las campañas de actuaciones arqueológicas han acabado, y por tanto siempre espero la sorpresa de la última labor recién terminada.
Voy recorriendo, como si fueran altares e hitos de promesas, los distintos castros protohistóricos que una temporada tras otra me han salido al encuentro. Hace unos años, cada vez con nuevas ampliaciones en los recintos, agradables sorpresas en las excavaciones, en las interpretaciones; siempre limpios, con buena información en sus paneles renovados. Auténtica gozada.
Pero en los últimos reencuentros las cosas han cambiado en la mayoría de ellos. Para mal en la mayor parte de los casos. Con la excusa de la crisis, los recortes, las priorizaciones, noto el abandono, el olvido… en las cosas más simples y de fácil remedio.
Señalo -para no cansar con los lamentos- a cuatro de ellos, los últimos que he visto. Tres en Galicia y uno en el norte portugués. Distintos entre sí, pero con los comunes elementos de sus recias, asombrosas murallas exteriores, y en el interior la variedad de recintos redondos, ovalados y otros más amplios rectangulares, ya en contacto con la romanización.
Foso en el castro de Baroña
Arriba, en la Ría de Muros y Noia, a 4 kilómetros de Porto do Son, sobre un gigantesco peñascal batido por las olas del mar, el Castro de Baroña. Extraordinario conjunto urbano, que estuvo detenido en cuanto a excavaciones varios años, pero que afortunadamente en los cuatro o cinco últimos ha cobrado un impulso esperanzador.
¡Qué maravilla su más reciente descubrimiento de muralla exterior con profundo foso excavado en roca viva! ¡Qué extraordinaria su puerta monumental, que se abre entre la muralla doble que protege el conjunto, allá en la punta del roquedal, donde distinguimos un barrio alto –acrópolis-, y otro en la ladera, como saliéndose las construcciones al abismo que azotan las olas!
Entrada al castro de Baroña
Sin embargo, ¿por qué dejan que las malas hierbas afeen las perspectivas de esas complejas murallas, de las calles interiores, del caserío? ¿Por qué ese abandono que se resuelve con un operario que maneje una desbrozadora manual, tres o cuatro veces en la primavera, lo que no lleva a más de un par de semanas de ocupación de una sola persona?
Interior del castro de Baroña
De cualquier modo, el caso de Baroña no es sangrante. Al contrario; este mínimo detalle no empaña el acondicionamiento general, con caseta de recepción exterior donde te informan puntualmente de lo que puedes ver, proporcionan folletos y se accede libremente al conjunto, sin pagar entrada. Pero deben subsanar este detalle mínimo, para redondear una labor realmente encomiable.
No es el caso de Monte do Castro, en la Ría de Arousa. Un castro interior, muy cercano a la población de Ponte Arnelas, que desde 2011 a 2014 vivió una época dorada, con descubrimientos en las excavaciones realmente meritorios: avanzando siempre en el morro en que se enclava, con sus potentes murallas, sus canteras exteriores de donde se extrajo la piedra de ésta y de las viviendas; todo limpio año tras año, en pase de revista. Pero desde 2014… se acabó la inversión, la excavación, la presencia de alguien que elimine hierbajos, arbustos… y esos sacos de arena, rotos por la acción de los elementos atmosféricos, que parecen los efectos de destrozos tras una gran batalla… sostenida desde 2014 hasta hoy.
Monte de Castro
Castro de La lanzada
O, un poco más abajo, el Castro de La Lanzada. Otro caso sangrante. Se cercó el recinto con valla de madera para evitar destrozos interiores, pero todo estaba accesible a la vista, y lleno de paneles informativos muy didácticos, atractivos, esclarecedores. Pero, igualmente, en los últimos cuatro años, se ha ido dejando en el olvido. Y por si fuera poco, se ha cercado el conjunto con malla metálica que ni siquiera te permite leer los paneles que antes podías tocar con las manos, y ahora se van decolorando con el sol y la lluvia. Por dentro, claro, reinan las malas hierbas en la soledad de este castro, que se acerca a las playas hermosas de La Lanzada, en el norte de la Ría de Pontevedra.

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