BUSCANDO EL
PARAÍSO
Trasera de autobús |
Moisés Cayetano Rosado
¿Qué buscan esos niños que corren detrás de los
autobuses de turistas en las ciudades fronterizas del Estrecho, agarrándose a
sus traseras, laterales, en plena marcha, con gran peligro de sus vidas? ¿Qué
hacen colocándose como un reptil, aprovechando algún hueco imposible entre los
guardabarros y la plataforma superior, pasando allí la noche, a la espera del
viaje que presienten?
¿Por qué están en las calles, en los cruces de
carreteras, al lado mismo de los puestos fronterizos, esperando una breve
parada para deslizarse debajo del vehículo con una rapidez que apenas si nos permite
verlos maniobrar? ¿Cómo soportan allí el humo, los gases, los vaivenes de la
marcha, curvas, badenes, levantamientos peligrosos?
¿Cómo se atreven incluso a interceptar la
marcha, colocando vallas, que nos hacen parar, lo que aprovechan para
deslizarse vertiginosamente entre las ruedas?
Y al llegar a la frontera y ser desalojados,
con mejores o peores maneras, tiznados de carbonilla, medio asfixiados y sucios;
rotos sus pantalones y el abrigo con capucha, doloridos, renqueantes, ¿cómo se
atreven a un nuevo y otro más, y más y más intentos, sonriendo al turista que
los mira con incredulidad?
¿El paraíso al otro lado del Estrecho? |
¿Qué paraísos buscan en este lado norte del
Estrecho, donde alguno puede que llegue y se encuentre con un mundo de prisas,
que no ha de detenerse a contemplar su desmoronamiento ante las luces que se apagan
en su esperanza desgarrada pero nunca perdida, porque perdido sienten que ya lo
tienen todo?
Una vez más los versos de Rosalía de Castro nos
vienen al encuentro: ¡Cuánto en ti pueden
padecer, oh, patria/ si ya tus hijos sin dolor te dejan. Pero tal vez no la
dejen, no dejen a los suyos, su tierra, su familia, sin dolor, sino que ya el
dolor es compañero de fatigas irremediablemente inseparable y han de buscan la
vida que en su suelo no encuentran, y dirán -como Salvador Távora- que vinimos porque nos faltaba/ la sal pa el
gazpacho/ y el aceite verde/ pa echársela al pan.
Veo, vemos, con asombro infinito, a esos
muchachos de entre no más de diez años y puede que los mayores con dieciocho,
que se empeñan en entrar en nuestro “paraíso” por la puerta bajera que conforma
el chasis de nuestros autobuses. Son muchos. No se intimidan en su entrometida
e imposible empresa ni ante la concurrencia de las calles de la ciudad, ni ante
la peligrosidad de las carreteras, ni ante la amenazante presencia policial de
la frontera. ¡No están dispuestos a perderse el paraíso que ven, que casi
palpan, en los anuncios y las series brillantes de la televisión occidental!
Está, en sus sueños, tan cerca, tan al alcance de la mano, que no se perdonarán ellos mismos seguir
impasibles ante el festín de la abundancia sin medidas.
Puerca realidad para una Europa que ha abandonado, para unos europeos que hemos abandonado, si es que alguna vez la hubo, la solidaridad, la humanidad, el amor al prójimo, los valores que en algún momento existieron. Y la insolidaridad, el afán de riquezas y el más severo hedonismo nos asalta, nos corroe y nos aniquilará.
ResponderEliminarAsí ha sido en la historia, y así es, Fernando: tú lo sabes muy bien.
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