A NOITE MAIS LONGA DE TODAS AS NOITES, MARTILLO DE REALIDADES.
Moisés Cayetano Rosado
Escribía el poeta español Eladio Cabañero en
su poemario Recordatorio (1961): “saco a relucir vidas, materiales, historia/
de manera que nadie equivocado piense/ que escribo algún poema misterioso/ sino
de alta protesta y de dolor”.
Me vienen estos versos nuevamente a la
memoria tras leer el libro de Helena Pato A
noite mais longa de todas as noites: 1926-1974, editado pulcramente -como
todos los suyos- por la editorial lisboeta Colibrí, que dirige con admirable
acierto Fernando Mão de Ferro.
Y es que a lo largo de sus 258 páginas -que
vieron la luz el pasado mes de mayo y ahora se va presentando por la geografía
portuguesa- salen a relucir vidas (magníficas descripciones de personas llenas
de sensibilidad, tan fieramente humanas que parecen sacadas de los poemas del
bilbaíno Blas de Otero o del beirense Eugénio de Andrade), materiales
(documentos, fotografías, citas precisas), historia (certero recorrido por todo
el salazarismo y sus tentáculos represivos)… que no conducen a la exposición de
ningún misterio, sino que constituyen, ciertamente, un alegato de alta protesta
y de dolor.
Y, como en la obra de Eladio Cabañero, o de
Blas de Otero, o de Eugénio de Andrade y tantos grandes de nuestra literatura,
todo ello lo hace con la hermosura de una prosa “tocada de la gracia”. No de la
manoseada “gracia divina”, sino de la gracia, de la calidad literaria de quien
sabe manejar el lenguaje y presentarnos con belleza formal lo que es un mensaje
de penares, pesadilla, miedo: “O medo foi
o que realmente me ficou com maior nitidez do regime fascista” (pág. 13).
El libro lleva un prólogo de la escritora
Maria Teresa Horta, en que resalta su Luta
após luta, após luta” (pág. 7), y unas palabras finales del historiador
Luís Farinha, que resume magistralmente su contenido, resaltando la idea de la
autora de “prestar um testemunho de vida,
sempre compartilhada com outras vidas” (pág. 256) y del e que fuera Presidente
de la República Jorge Sampaio, testigo y protagonista de buena parte de lo que
Helena Pato expone en estas memorias, que “lêem-se
de uma assentada” (pág. 257).
Dividido en 60 breves apartados, va haciendo
un recorrido lineal por la vida de la autora desde su infancia hasta los años
ochenta, con la democracia formal ya asentada en Portugal, tras pasar por los
tétricos años de la dictadura salazarista, los cosméticos cambios de Marcelo
Caetano, y -ya de pasada- la Revolução dos Cravos.
Pero, efectivamente, como indica Maria Teresa
Horta, y la propia Helena Pato remarca, no “se
trata de uma autobiografía” (pág. 11), sino de ofrecer una mirada reposada
sobre toda esta larga y oscura época amordazadora siguiendo el hilo de una
“resistente”; de una luchadora por la justicia, la dignidad y la libertad
dentro de su país como anónima, clandestina, presa y torturada, y fuera como
exiliada, sin sucumbir al desaliento, tal como tantas otras y tantos otros
portugueses que expusieron su comodidad, su seguridad, su vida, ante la
crueldad inmisericorde de la tiranía.
Todo el libro se lee -como indica Sampaio- de
“una sentada”. Y nos atrapa desde el primer capítulo, donde describe los miedos
como seña de identidad de los tiempos vividos.
Y nos encoleriza cuando narra su apresamiento y torturas, especialmente
en los capítulos del 28 al 34 (págs. 127-149). Antes nos había enternecido con
ilusiones juveniles, luchas estudiantiles compartidas, primer amor… (“O meu
coração batia tolamente, baralhando o esforço da subida com a emoção por
caminar ao lado dele”, pág. 36). O nos ofrecía una silente
denuncia social al mostrarnos la mísera vida de una “criadita” que les ayudaba a sus padres en los años cuarenta y que
les contaba como “os país travalhavam de
sol a sol -na época das colheitas- mas a comida não chegava para todos” y “no Inverno, estavam condenados a satisfazer
a fome com ervas que apanhavam nas valetas” (pág. 26), alcanzando una
sublime y emotiva belleza en el capítulo 56: “Ana, una negrinha doce que tapava
o riso”, encuadrada ya en el “Verão quente del 75”, en que traza un certero
“aguafuerte” de la explotación de los nativos en las colonias, en medio del
hambre y los castigos de látigo en mano (págs. 229-231).
En su último
capítulo, el 60: “Valeu a pena, sim”,
hay una frase final que es un perfecto resumen de todo lo que Helena Pato nos
quiere transmitir: “De uma maneira ou de
outra, aquí estamos nós, libertados, e libertando-nos de uma gigantesca memoria
de violencia -da repressão, da guerra colonial, da brutalidade física e
psicológica das prisões, da amargura do exílio, da pobreza e do atraso que
grassavam no país-, mas como uma refrescante lembrança dos dias em que, apesar
de tudo isso, fomos incomensuravelmente felizes” (pág. 240).
Los días de la ilusión, de la esperanza, de
los sueños, de la juventud; del amor y el temor; del miedo y el coraje; del
sufrimiento y de la rebeldía, están ahí, en este libro de memorias, delicado,
elegante, sosegado, vencedor del horror que ahora sentimos como una pesadilla
que hasta parece que nunca haya sido realidad.
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